Y su rostro se expandió en una amplia acogedora sonrisa, que sazonaba con un abrazo o con una acción de cariño táctil hacia su interlocutor. Su tono de voz suave, acompasada con el deje cantarín y armónico palmero, hacían de ella un ser de esos que, dices, "la conozco de toda la vida". Así es Dácil, tía Dácil, como la conocíamos en casa, a pesar de que nuestros vínculos de sangre no eran directos. Pero, en realidad, Dácil, fue familia de todos en esta bendita casa de Editorial Prensa Canaria; desde la recepción, talleres, redacción o dirección, todos la conocíamos sin aditivos ni boato. Y eso la hizo grande, muy grande. Su sencillez, humildad y sinceridad no requerían de esfuerzo alguno para empatizar con ella.

Dácil fue quien me dio una de las grandes satisfacciones de mi vida. Ella me cogió de la mano adentrándome al universo de la comunicación, al periodismo, a mi vocación y devoción. A ella le debo tanto que el agradecimiento se transformó durante años en una nutriente complicidad que, en realidad, mantenía de manera estrecha y honesta con todos y todas de La Provincia y Diario de Las Palmas. Su naturalidad y limpidez eran (son y serán, siempre) como los paisajes de nuestra isla, La Palma: Bonitas.

Querida y sentida tía, amiga, te recordaremos siempre, en especial tu prima Carmen, mi madre, que te lleva siempre en el corazón y que ahora te habrá hecho un recibimiento con los honores de la sencillez a las puertas de tu nueva dimensión. Hoy el cielo está más cerca y se ha hecho más grande. Gracias, siempre, querida tía de sentimiento.