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centenario del lanzaroteño más universal

La amistad escrita de César y Dámaso

Los artistas César Manrique y Pepe Dámaso mantuvieron una intensa correspondencia durante casi cuarenta años. A través de 550 cartas, varias postales y fotografías, el lanzaroteño le cuenta a su amigo de Agaete, todo aquello que ve, lo que siente y lo que sueña.

Imagen de una de las cartas que César envió a Dámaso.

La primera vez que César Manrique tropezó con la alegría y la vehemencia de Pepe Dámaso fue en la primera exposición individual que el artista de Lanzarote inauguró en Madrid. Ocurrió el 10 de diciembre de 1954 en la galería Clan, el propio Manrique recordó aquel encuentro como lo que fue: el hallazgo de su mejor amigo, con el que mantendría una relación fluida, a través de visitas habituales, de viajes compartidos envueltos en el frenesí de ambos y también de una intensa correspondencia. Como las 550 cartas, varias postales, fotografías y desplegables que Manrique envió a su amigo de Agaete desde todas las partes del mundo por las que pasó y vivió, desde Venecia a Nueva York.

Manrique narró años después la aparición de aquel 'extraño visitante', como calificó a Dámaso, cuando entró con aquel ímpetu arrollador en la galería madrileña: "Yo vivía entonces en Madrid, sumergido en todo el ambiente de vanguardia; el encuentro se produjo precisamente cuando inauguraba yo mi primera exposición abstracta en la galería Clan; era el año 1954. Entre la aglomeración de visitantes que se apretujaban en la galería el día de la inauguración, surgió repentinamente un extraño visitante, que mostraba un entusiasmo y un interés enormemente acentuado por la pintura, sorprendiéndome sobremanera. Su carta credencial fue ser canario y artista. La impresión que me causó su capacidad de asombro, su espíritu de observación y su enorme interés por el arte, fue el primer motivo que surgió para el inicio de una amistad que ha durado permanentemente hasta hoy. En Pepe encontré todas las cualidades de encantamiento ante la vida, con un concepto tan positivo y ejemplar -que yo mismo había descubierto de una manera intuitiva".

En aquella España cateta y gris de los cincuenta, un país de cardo y ceniza en palabras de Antonio Saura, el encuentro de estos dos canarios atrevidos, inquietos, pasionales y sobre todo ansiosos por llegar a profundizar en el mundo de la cultura fue como un cruce de estrellas, una fuga de esas de la noche de San Lorenzo. También es verdad que en esta carrera al estrellato, Manrique voló más lejos y más alto. Pero jamás se olvidó de su amigo.

Con el tiempo y los años, Pepe Dámaso fue guardando como un tesoro toda esa correspondencia, si la primera carta llegó en diciembre de 1955, una felicitación navideña en la que puede leerse: "¡¡ Felices Pascuas!! Que el año 1956 te entierre, pero de felicidad de amor y de poesía. No olvidamos nunca a seres tan llenos de pureza como a Pepe Dámaso. Un abrazo muy fuerte de Manrique y Pepi". La última de estas largas misivas, unas escritas a mano y otras a máquina, fue fechada el 20 de mayo de 1992, y César la envía desde Sicilia, donde participaba en un Congreso de la Unesco.

La verdad del artista

Toda esa amplia correspondencia es mucho más que la intensa relación de cartas entre amigos. Para el investigador y crítico de arte Alfonso de la Torre, quien se ha dedicado desde el año 2017 a transcribir esta documentación, también "nos encontramos ante la visión del mundo del arte desde la mirada de Manrique. César le cuenta a Dámaso todo lo que ve, los artistas que llega a conocer en Nueva York, los nuevos movimientos artísticos y esa libertad que encuentra a cada paso en la Gran Manzana, y que en España ni se vislumbra".

Para Alfonso de la Torre, la grandeza de esta correspondencia reside en poder ver desde esa primera línea, "todo lo que sucedía en el mundo de la cultura, la modernidad nos llega a través de los ojos de Manrique, además si se quiere conocer la verdad de César, esa verdad está en las cartas que envió a Pepe".

La idea y el firme propósito de Alfonso de la Torre es publicar esta interesante correspondencia, y por supuesto cuenta con la aprobación del destinatario de estas cartas, Pepe Dámaso. En una tarea lenta y minuciosa, el investigador y crítico ha logrado desvelar los secretos y regalos que esconden estas misivas. En ellas se habla del arte con mayúsculas, de medio ambiente, de sueños, de sexo y sobre todo de anhelos de libertad. También hay cabida en estos cientos de folios, algunos decorados por César, para la nostalgia por Canarias, a la que Manrique llama 'islas felicidad'. El recuerdo del mar, de espacios singulares, de la playa de arena negra de Agaete junto al Dedo de Dios, y sobre todo de Lanzarote, esa tierra con tanto que ofrecer, salpica estas misivas amplias, sugerentes y que tan bien definen la personalidad del pintor lanzaroteño.

Como señala de la Torre, las vidas de César y Pepe se entrecruzan en esas cartas. Manrique narra deprisa, episodio tras episodio con su dinamismo habitual. La correspondencia llega procedente de sus distintas residencias, "en 1956 le leemos desde la calle Covarrubias número seis narrando la fastuosa inauguración de la casa, a punto de recibir la visita de Ava Gardner, que finalmente no acudió".

Después sigue escribiendo desde Camorritos, entre pinares y granito, "allí se podían ver las estrellas como en la isla de Lobos", relata César.

Manrique actúa como un cicerone, de forma imparable, con exclamaciones que se repiten a lo largo de varios fragmentos, y su vehemencia quiere que Pepe Dámaso, su amigo, su hermano, pueda disfrutar de lo que él ve, de lo que él hace, con quien habla, cómo fue la fiesta en el ático. De una forma atropellada, pasional, escribe, se para, deja la carta pendiente y retoma la escritura, así era el escritor Manrique.

La etapa en Nueva York

Cuando Pepita, la compañera de César, muere, Manrique decide dar un nuevo giro a su vida y en diciembre de 1964 se embarca en una nueva aventura, probar suerte en Nueva York. Realmente el punto de inflexión de las cartas lo marca su estancia en la Gran Manzana.

El lanzaroteño queda impactado con el espectáculo grandioso que ve y así se lo cuenta a Pepe Dámaso en una correspondencia imparable. Tal como relata está francamente trastornado por esa libertad que existe en todos los ámbitos también en lo sexual. El artista conejero que vive al principio en el apartamento de Waldo Balart en el Village conoce a Warhol, asiste al visionado de sus películas y con enormes dosis de entusiasmo y sorpresa cuenta, por ejemplo, que en una de estas cintas de tres horas de duración, el protagonista lo único que hace es comerse un plátano, después otro y otro.

"Mis emociones e impresiones han sido tan extraordinarias que no puedo contarte nada, ya que creo que mi realidad es imposible describirla a través de letras. Solamente la emoción y grandiosidad de la llegada con esta monstruosa ciudad es inaudita y fuera de todo lo previsible. No se puede decir, hay que verlo para poder creer en tanta barbaridad de proporciones ya que todo lo que se ha visto en revistas y noticieros, no tiene nada que ver con la potente realidad", de esta forma describe César Manrique su estado de ánimo durante los primeros e intensos meses en una para él desconocida Nueva York.

En otra carta le cuenta que hay "negros como panteras". Los ve en una de las visitas a club gays que hace. Y continúa: "Yo siempre he sido un extranjero en España y de repente encuentro el país donde pertenezco (€) Todo lo que tú has soñado, ya está aquí resuelto€es algo de caerse de espaldas con todas las razas en efervescencia".

Alfonso de la Torre ha logrado desvelar que durante esos meses Manrique no sólo se queda asombrado con la libertad que fluye en aquella realidad también habla y le cuenta a Dámaso los encuentros que ha tenido con artistas, escritores y actrices como Tennessee Williams o Kim Novak, también llega a conocer a Rothko, Fernando Botero, Elaine de Kooning, Conrad Marca-Relli, Larry Rivers o Frank Stella, a Catherine Viviano, quien será su galerista. Y lo dice con una naturalidad pasmosa, a veces emplea el nombre de pila, una circunstancia que le ha creado más de un problema al transcriptor de la correspondencia.

De la Torre, en una lectura que considera apasionante y sobre todo imprescindible para la cultura en Canarias, advierte que en la correspondencia se percibe cierta cautela, "da la impresión que Manrique sabe que esas cartas se van a leer, por eso, aunque se muestra auténtico porque las envía a su amigo, tampoco se excede con determinados temas". Y al artista de Agaete, al que en ocasiones llega a envidiar por vivir donde vive, por disfrutar de esa paz que él no tiene, César Manrique le cuenta algunas penas amorosas, "al encontrar al SER de las pieles oscuras" como lo describe en una de las misivas, con esa mayúscula tan significativa.

Con el paso de los meses, y a pesar de lograr cerrar varias exposiciones, la fascinación por Nueva York va dejando paso a una gran desolación. César le cuenta a Pepe Dámaso: "la Babilonia de este planeta es capaz de destrozar al ser humano,€el hombre es como una rata€ La lucha es de una crueldad sin límites€".

César Manrique volverá a la ciudad para participar en sus exposiciones individuales en la galería de Catherine Viviano, en uno de estos viajes lo acompañará su amigo, su hermano Pepe Dámaso.

Durante casi 40 años de amistad, la correspondencia entre César y Dámaso seguirá de forma regular. Es verdad que a veces pasan años sin que se envíen cartas, normalmente porque durante esos periodos se han visto personalmente.

Ha pasado el tiempo, Manrique ha hecho posible su sueño de transformar Lanzarote en esa isla de la felicidad. Sigue escribiendo a Pepe. Hablan de arte, y medio ambiente, de sueños y de futuro. En uno de los textos tal vez más bonitos de esta amplia correspondencia, César Manrique escribe: "¿Será verdad? ¿Será posible todo lo que nos ocurre en este maravilloso experimento que se llama la vida? (€) ¿Será un sueño de algo desconocido? Ahí está la clave. Siempre queremos desnudar en qué consiste la verdad. Nadamos en ella. Nos perdemos, pero creo que lo verdaderamente importante es hacer con la máxima libertad el juego de la vida. Hagamos de ella el experimento más hermoso y libre. Descarguémonos de todas las recetas, de toda posible tara, de todo MIEDO, sobre todo el MIEDO. Aceptemos nuestro destino con la valentía de un gran héroe..."

Las cartas que César Manrique envió a Pepe Dámaso son mucho más que las palabras de un artista, realmente fotografían la realidad de una generación, los pasos de un creador y también su verdad, esa que se cuenta a los amigos. De este enorme puzle epistolar aún queda por descifrar y sacar a la luz la correspondencia que Dámaso remitió a César Manrique.

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