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Desde Telde a Mozambique

El sacerdote Manuel Ramírez lleva nueve años con proyectos en educación y sanidad en África

Ramírez, con un niño entre sus brazos, visita uno de los poblados en Sabie, Mozambique, junto a otros misioneros. LP / DLP

Estar sin lluvia desde diciembre de 2014 en un poblado que se alimenta exclusivamente del cultivo en el campo es una tragedia. "Hambre, hambre, hambre y desnutrición", así explica el panorama Manolín Ramírez, sacerdote de Ingenio que lleva de misión en Mozambique desde hace nueve años. Con diferentes proyectos educativos, sanitarios y religiosos, en los que han participado varias entidades canarias y colegios, especialmente el Lucía Jiménez de Telde que lleva desde el principio colaborando, los avances que se han logrado en la zona más pobre del país africano son indescriptibles. De esta manera, el párroco se ha convertido en lluvia durante el tiempo de sequía en este territorio inexistente para muchos.

"Gracias a Dios ha llovido durante tres días", explica Ramírez a través de un teléfono a miles de kilómetros de distancia. Casa por casa, familia por familia y así hasta cien cada mes. Tocando de puerta en puerta para poner en acción su plan de apoyo de alimento para los núcleos familiares más empobrecidos. "Hace poco visitamos la casa de una viejita, la pobre, el viento le tiró la suya y puso una plancha para dormir y meter sus cositas debajo", añadió el sacerdote con voz resignada.

Mientras cuenta sus hazañas a través de su teléfono móvil, "porque fijo no existe", recalca divertido, de fondo se escucha un gran alboroto resultado de una carretera de piedras poco transitada. "Hace 15 días que no hay combustible en la zona, por lo que la gente que ahora tiene coche no tiene combustible para circular. Yo tengo guardado de repuesto", comenta mientras se disculpa y hace un parón en su relato.

Y por allí, en alguna vía del sur de la provincia de Maputo, "no en la ciudad sino en el interior, en la zona rural donde la gente vive de la agricultura y ganadería", el misionero recalca la precariedad en educación. "Los niños aprenden portugués, lengua oficial del país, a partir de los seis años, y lo empiezan a estudiar en la escuela sin haberlo dado antes, ya que hablan shangana", relata con pena al puntualizar que los alumnos de quinto y sexto de primaria no saben leer ni escribir, aspecto contra el que trabajan.

También facilitan estudios a los jóvenes de Educación Secundaria y Bachillerato, porque asegura que no hay alumnos de la zona que tengan libros propios, puesto que son muy caros y las familias "de cinco, siete o diez hijos como normal" no pueden permitírselo. "Imagina, que un trabajador normal cobra 2.500 meticales y un solo libro puede costar más de 500", señala.

Para paliarlo, en el servicio parroquial tienen los textos necesarios, donde los estudiantes acuden a prepararse las lecciones, hacer los deberes o elaborar trabajos con los ordenadores disponibles. Sin olvidarse de los más pequeños, Manolín y su equipo han construido dos escuelas comunitarias de Educación Infantil, así como casas para los profesores y un bloque administrativo.

La salud. Un aspecto que debería estar cubierto pero que en este rincón del mundo es un bien para afortunados. "Tenemos unos diez puestos de salud repartidos por Sabie", puntualiza, recalcando que se encuentran en las zonas alejadas donde el gobierno no tiene unidades sanitarias. Como complemento y gracias a las ayudas desde Canarias, cuenta que "se han construido depósitos de agua, letrinas, casas de baños y una maternidad que se usa como puesto de salud o residencia para gente con tuberculosis y sida", enfermedades muy extendidas.

Un caso es el de Alcira y sus dos hijas de diez y cinco años. Cuando las visitaron para llevarles comida hace ocho meses, ambas tenían tuberculosis. Las trasladaron a la misión para tratarlas y, actualmente, las niñas están curadas. La mayor, Mocipo, que ha sido violada en varias ocasiones, se encarga de la comida, lavar y demás tareas, ya que su madre, ciega, aún sigue enferma.

Ayer Manolín se mostró feliz. "Acabo de dejar a Alcira en su pueblo, está mejor y terminará allí las últimas pastillas", explica. Añade que su día ha sido duro, "pero bastante bonito", en el que la vida les ha regalado la presencia de búfalos y gacelas. Siempre liado pero con alegría, aunque muchas jornadas sean de cinco de la mañana a nueve de la noche. Con proyectos para hacer la vida más fácil a los otros y siempre agradecido con la ayuda que recibe desde aquí. El sacerdote volverá en unos meses para estar en casa un tiempo, pero no dejará de ayudar desde lejos, y siempre de la mano de Telde y otros grupos sin los que tantas gotas de lluvia, en forma de colaboración, no serían posibles.

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