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Cuerdas de paciencia infinita

El artesano de Telde Francisco Ramírez lleva toda la vida haciendo instrumentos musicales

Francisco Ramírez trabaja en el taller de su casa en la zona de Tara en Telde. YAIZA SOCORRO

Cuando se entra al taller del artesano Francisco Ramírez en la zona de Tara en Telde, una sensación de paz recorre el cuerpo. El silencio, el olor a madera, el viento capaz de mover los instrumentos de cuerda colgados del techo o las vistas desde los ventanales de su lugar de trabajo hacen que mantener la concentración sea algo tan simple como respirar. Se nota que este teldense disfruta con lo que hace y que la clave de sus buenos resultados se basa en tensar cada cuerda con el corazón, sentirse a gusto con cada patrón marcado y poner la paciencia "que sea necesaria" para elaborar los mejores instrumentos con los que hacer música sublime.

Ramírez cumplió este martes 64 años y desde niño siempre tuvo claro que quería dedicarse a la carpintería. "Empecé a estudiar el oficio de joven y lo primero que me enseñaron fue a conocer la madera por su olor y sabor", explica mientras recuerda que "había un tipo que sabía a pescado salado". Así, inició sus pinitos en el mundo instrumental y, desde entonces, "he ido mejorando gracias a la experiencia y las equivocaciones", determina.

Asumiendo retos y encargos por parte de profesionales de la música, muchos reconocidos en Canarias como El Colorado, o por grupos folclóricos, ha hecho trabajos para enviar a la Península o Estados Unidos, entre una amplia variedad de destinos y, "aunque esto no dé para vivir y no haya una clientela fija porque los instrumentos se suelen comprar una sola vez", afirma que es un orgullo que confíen en él para innovar. "Todavía se me mueve algo en la barriguilla cuando me dicen que quieren tal instrumento, lo empiezo, lo termino y escucho que suena", relata con pasión en su mirada y rodeado de cientos de sus creaciones.

Timples para principiantes o profesionales, bandurrias, laúdes, guitarras tradicionales o de diez cuerdas, y el mismo instrumento canario pero sin caja ni fondo "para tocarlo en casa sin que suene alto y moleste". Llamando la atención por su forma poco habitual, el artesano garantiza que se trata de un modelo único, adaptado a otros instrumentos como la bandurria, hecho bajo las indicaciones del maestro Juan José Monzón y que fue presentado por ambos en la Bodega de Julián. "Parece que suena poco, pero cuando se enchufa al altavoz pega un estallido que madre mía", agrega con seguridad.

Si algo caracteriza a este teldense es la paciencia y el gusto con el que ejecuta cada una de sus creaciones. "Hay que emplear el tiempo que sea necesario hasta acabar, sin despistarse y con buena gana, porque si no estás de acuerdo con lo que estás haciendo es muy triste, y así las cosas no salen", comenta. De esta manera, participa en todos y cada uno de los pasos llevados a cabo para elaborar los instrumentos, "desde la tala de árboles, hasta el cuidado de la madera y la venta".

Sin nada que temer, hace memoria de cuando llegó hasta el Carrizal de Tejeda "para talar un moral antiguo enorme que quedó mal cuando pasó el Delta por la Isla", relata. "Su dueño me llamó y me dijo que fuera, eso hice y de ahí saqué este timple", señala mientras enseña el artilugio musical de color precioso con una marca alargada característica. Así, una vez tiene los troncos, los lava con agua y un cepillo y los pone a secar "meses o años, lo que haga falta". Posteriormente crea patrones, hace láminas y trabaja la forma que le quiere dar al instrumento con calor, sin olvidar la dedicación a las cuerdas y clavijeros y todo lo que ello conlleva.

Con su sello personal, constituido por la silueta de la isla de Gran Canaria y el símbolo de Tara en su interior, marca cada uno de sus niños mimados una vez acabados. "Suelen venir padres o abuelos a comprar para los chiquillos, y en época de Navidad y Reyes es un regalo que se hace, por lo que las ventas si no aumentan al menos de mantienen", cuenta seguro de que no es un negocio con el que se pueda mantener, "pero con el que me entretengo y paso el tiempo". Además, colabora con la difusión del timple en los colegios y ha dado diferentes charlas sobre su oficio en varios centros de la Isla, "donde los niños me tupen a preguntas", sonríe. Por otro lado, no sólo crea "para que otros disfruten", sino que también toca y participa tanto en una coral polifónica como en talleres de música canaria.

Rodeado de serrín y de las máquinas que usaba en su lugar actual de trabajo que antes se correspondía con un taller de carpintería, Francisco Ramírez asegura que se le van "las horas, los días y la vida" haciendo lo que más le gusta y que no se arrepiente del camino escogido, "porque es verdad que podría haber estudiado y ser el peor médico del mundo".

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