El establecimiento de las grandes líneas marítimas coloniales que conectaron Europa y sus posesiones africanas desde finales del siglo XIX convirtió a Canarias en un reclamo internacional para viajeros de todo tipo. Eran aquellos años en los que se empezaba a viajar por algo más que necesidad o negocios. El germen del turismo, se cimentó durante las últimas décadas de la centuria anterior y Canarias, como lugar de paso de los barcos que surcaban en Atlántico, se convirtió en destino de moda.

Los ingleses fueron los pioneros y entre ellos, destacaron un puñado de mujeres que llegaron a las islas y dejaron, tras de sí, testimonio de su presencia en el Archipiélago a través de diarios de viaje y libros que nos hablan de una Canarias que ya no existe. Una Canarias anclada por un subdesarrollo que ellos creían endémico y casi irreversible, la lacra de una religión que lo asfixia todo y altas tasas de pobreza y analfabetismo.

Hay que pasar los textos de estos viajeros por el prisma de la proverbial falta de objetividad e insufrible arrogancia que siempre caracterizó a los súbditos de su graciosa majestad, pero aún así, son trazos muy valiosos para conocer de primera mano las condiciones de vida de nuestros antepasados de, apenas, tres generaciones.

Olivia Stone llega al Archipiélago en septiembre de 1883 y, de inmediato, advierte el enorme potencial de Canarias como destino turístico a la par del abandono a la que la tienen sometida las autoridades de la época. Uno de los ejemplos más claros de la visión de futuro de la inglesa sobre los atractivos de las islas sucede durante su visita a Gáldar: "Le sugerí que la ciudad debería comprar pronto la cueva mientras pudiera hacerse a un bajo precio; que después deberían limpiarla completamente y cerrarla con cancelas por fuera; que si se cobraba una pequeña entrada, digamos, un real (dos peniques y medio), el lugar se podría mantener en buen estado y que se necesitaba alguien que estuviera siempre a mano para que sirviese de guía".

Habla la señora Stone de la Cueva Pintada, un yacimiento recién descubierto, por aquel entonces, que hoy se ha convertido en uno de los centros culturales más atractivos de Canarias.

Anduvo doña Olivia por estas tierras durante algunos meses y recorrió gran parte del Archipiélago. "Estas casas le dan a la ciudad un toque pintoresco que difícilmente podrá verse en ninguna parte", dice cuando describe los balcones de las casas que adornan la avenida marítima de Santa Cruz de La Palma, y no duda en alabar la "cúpula casi morisca de la iglesia" de esa ciudad "de no más de cuatro casas" que es la actual Valverde. Pero también destaca la belleza de presenciar un amanecer desde la cima de España: "Uno de los logros más sublimes de la Naturaleza, donde todos sus vastos recursos se unen para ofrecer un efecto grandioso y supremo, es un amanecer visto desde el Pico Teide. Si existe aquella persona que jamás haya experimentado el hondo estremecimiento del alma, entonces debe buscar el éxtasis en la cumbre del Teide".

Stone recogió sus experiencias en Canarias en un libro (Tenerife y sus seis satélites) que se convirtió en un clásico de la literatura de viajes. Un libro que está lleno de palabras de admiración hacia Canarias y sus gentes, pero que también cuenta con esas gotas de etnocentrismo tan típicamente inglés que, a veces, resulta hiriente para el nativo: "No saben lo que es un pudin, así que, incluso, para obtener tortitas me vi obligada a pedir una tortilla sin nada, es decir, sin condimentos o aditamentos de ningún tipo".

En las palabras de estos viajeros de finales del XIX pueden rastrearse las huellas de esa Canarias que fue. Para terminar con Stone, se puede recordar otro pasaje de su libro en el que habla de una excursión a Tirajana. Habla del camino hacia la costa y de un lugar con dunas y abundantes pájaros en los que sólo hay construido un pequeño faro. Las cosas han cambiado.