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La contracrónica / Mirandés-UD

Ni 'San Pedri' bendito acaba con la depresión

Jesús Fortes, que debutó esta temporada con el primer equipo, con el balón ante la presencia de Guridi, del Mirandés, y Javi Castellano. lof

Si la UD recibe un gol que signifique que deja de estar por delante en el marcador, está condenada. Ayer, en Anduva, sólo fue un ejemplo más. Únicamente ante el Racing de Santander fue capaz de superar un mazazo, aunque al final ni siquiera logró el triunfo. Pero lo que le pasó frente al Mirandés no le había sucedido antes: una remontada y, para más dolor, en un sólo minuto, cuando todo se le había puesto de cara. Ni Pedri, cuya ausencia durante los últimos cuatro encuentros había servido como la explicación menos sostenible a los últimos fracasos, puede con ello.

Porque Las Palmas es un equipo que se deprime ante la adversidad. Inició el choque como un trueno, con el dominio del balón y del juego y con llegada a la portería rival, pero acabó hundida, sin capacidad de reacción alguna y con la sensación de haber resucitado lo que parecía haber desterrado con sus victorias en los campos de la Ponferradina y del Lugo: el viejo estigma de perdedor en ese tipo de campo de gradas pegadas y frío en el aire.

El arranque fue un espejismo. Pedri, sin tocar el balón se movía por todo el frente de ataque partiendo desde el centro y sin tocar el balón había sido clave en el gol de Juanjo Narváez. El tinerfeño, listo como no se espera de un jugador que acaba de entrar en el mundo profesional, abrió las piernas para dejar pasar un balón que le había enviado Kirian y que acabó en Pekhart, quien, beneficiado por el gesto del juvenil, se había quedado solo. Luego estuvo lento y falló, pero el colombiano convirtió el error en un golazo. 0-1 y todo cuesta abajo.

Del éxito al fracaso

La táctica desde entonces -salvo un gol anulado a Pedri por fuera de juego previo de Pekhart- pretendió ser la misma que la que dio rédito en El Toralín y en el Anxo Carro, pero esta vez, con otros nombres, salió mal. La inercia del partido llevó al Mirandés, que pasó a dominar por completo, a empatar al filo del descanso (minuto 44), y a partir de ahí la UD dijo adiós. Dimitió tanto como dos semanas atrás en La Romareda, cuando al primer tanto maño, como consecuencia de un error defensivo, le siguió otro en medio del aturdimiento.

Ayer, al minuto y poco de la igualada burgalesa, llegó el segundo y definitivo, bajo el mismo bloqueo. Un empanada mental de un equipo sabedor de que le cuesta un mundo marcar y que, por eso mismo, se hunde cuando algo se le tuerce. Ya no es una cuestión de edad, sino de impotencia absoluta.

Pero la congelación de ideas momentánea no se queda ahí, sino que se extiende a la capacidad de reacción del equipo, que se queda en nula. Había 12 bajas y es de suponer que el cuadro amarillo sería mejor con alguna de ellas sobre el campo, pero la excusa de desmorona desde el mismo momento en que se corrobora que es algo que ha pasado durante todo el curso.

Los sabe Pepe Mel, que de manera inteligente -y novedosa- ha dejado de poner pretextos. Porque por mucho Pedri -disminuido por su cansancio físico- que haya se justifica la parálisis. Eso, a un nivel que ni siquiera es el más alto, se traduce en derrotas.

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