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Un amor fraguado en las ondas

La familia de Candelaria Álamo, fallecida el jueves, decidió vestirla para su entierro con la camiseta de la UD e introducir la radio de la que no se separaba para seguir a «su equipo»

Candelaria Álamo, en su casa, junto a su marido, sus cuatro hijos y sus cuatro nietas, que estuvieron con ella en todo momento dándole el cariño que merecía. La Provincia

Candelaria Álamo Ramírez falleció el pasado jueves a los 78 años de edad. Esta fiel seguidora de la Unión Deportiva nunca pudo acudir a los dos estadios del equipo amarillo, pero tampoco se perdió un partido gracias a la radio, de la que nunca se separó ya fuera en su casa o en los centros médicos en los que pasó sus últimos años. La familia decidió que debía enterrarse vestida con la camiseta de su amado equipo y el transistor.

Entre las infinitas peculiaridades que conforman a los seres humanos, hay una que le hace distinto a los demás seres vivos: enterrar a los difuntos. Una práctica que se remonta desde los neandertales y que a lo largo de la historia ha ido tomando forma por el cauce de los ritos funerarios según las distintas religiones. En las antiguas culturas griegas y romanas, a los fallecidos se les solía colocar en la boca el óbolo de Caronte, una moneda que según explican fuentes literarias servía para pagar al barquero que transportaba a las almas por el río que dividía el mundo de los vivos y los muertos. A Candelaria Álamo Ramírez su religión era el fútbol y el óbolo que entregó su familia el pasado jueves fue la camiseta de la UD de su corazón con la que la vistieron y una radio con la que no se perdió nunca ni un partido de su equipo amado.

«Nunca se separó de su radio cuando había partido de Las Palmas, ya fuera en casa o si tenía que salir, sintonizaba su emisora y se ponía a escuchar los partidos». El amor de Lola, como es conocida, por su UD tiene una peculiaridad, y es que en sus 78 años de vida, hasta que su cuerpo dijo basta, nunca pudo acudir ni al Estadio Insular ni al Gran Canaria para ver a su equipo. Su devoción por la camiseta amarilla con la que reposa en el cementerio siempre estuvo ligada al transistor, como explica Almudena López, su orgullosa nieta y a quien le contagió el amor por Las Palmas. «No me ha podido dejar mejor herencia que el amor hacia esos colores», escribía la educadora social en su cuenta personal de Twitter.

Repercusión social

En la red social, Almudena transmitió el rito funerario con el que su familia había decidido vestir a Candelaria. La camiseta amarilla y la radio. Tanto fue el impacto que tuvo el mensaje, que hasta el cierre de esta edición cuenta con 2.200 me gusta y un sinfín de mensajes de cariño para decirle adiós a una aficionada de las que ya pocas quedan. «Nos han emocionado tus palabras», contestó la UD Las Palmas desde su cuenta.

La misma emoción con la que Almudena, su nieta, relata cómo eran las tardes en las que su abuela acudía al centro de diálisis Avericum Sur Las Palmas, situado en Telde, para que ser tratada. «Ella siempre se llevaba la radio para escuchar allí los partidos de Las Palmas, e incluso del Tenerife. Ejercía casi de locutora a pie de campo diciéndoles a los enfermeros cómo iba el partido mientras recibía la diálisis», explica.

El cariño con el que se ganaba a los médicos del centro se extendía a su familia. Madre de cuatro hijos, dos hombres y dos mujeres, y abuela de cuatro nietas, solo le quedó la espinita de no haber tenido «a un macho», aunque tampoco le hiciera falta entre todo el amor que le ha transmitido su familia hasta el último suspiro.

Actuaba de locutora con sus médicos al informarles de cómo iban los partidos mientras se dializaba

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Cuidadora de sus nietas, la definen como una abuela «muy alegre, a la que siempre le gustaba estar de bromas con todos», aunque también con su dosis de carácter: «Era capaz de mandarte aun estando en la cama», comentan entre risas.

La propia Almudena, se queda con el recuerdo de su abuela en el que ambas se despertaban «muy, muy temprano», para ir a caminar a la Playa del Burrero para no faltar a su otra cita infalible con el agua. «Siempre iba a darse un baño, hiciera el tiempo que hiciera, si yo no entraba en el agua porque hacía frío a ella le daba igual, como un rehilete que se iba y a mi me dejaba en la arena», añade la nieta.

Ahora Lola descansa tranquila con el escudo de su UD pegado al pecho como decidió una de sus hijas, un rosario y su inseparable transistor, ese que seguirá narrando las tardes de fútbol del equipo insular y con el que a buen seguro le volverá a dar nuevas alegrías allá donde esté.

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