El backstage de Gloriana es un hervidero antes de que empiece el espectáculo. Una ópera regia con música de Benjamin Britten y libreto en inglés de William Plomer, que en su estreno en 1953 no gustó a nadie. Ni siquiera a la recién coronada Isabel II, a quien iba dedicada. Presentaba a una reina impulsiva dominada por la vanidad y el deseo. De hecho, hasta diez años después la ópera no volvió a pisar un escenario.
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