En estos tiempos que vivimos, marcados por una pandemia de alcance planetario, puede venir al caso recordar cómo se intentaba prevenir antiguamente las enfermedades contagiosas.

Una de estas costumbres más arraigada durante las épocas preindustriales (hasta el siglo XIX), y como consecuencia del fuerte sentimiento religioso europeo, era que, cuando se producían epidemias de ciertas enfermedades se implora a la ayuda celestial. Los santos que gozaban de mayor número de votos (especialmente porque se les tenía como abogados contra la lepra o la peste), eran San Roque, San Lázaro y San Sebastián. De este último va a tratar el presente artículo.

Cuenta la tradición que San Sebastián era un soldado romano natural de Narbona, localidad de la antigua Galia. Por la devoción que le profesaba este santo, se extendió la creencia según la cual, si se le erigía un santuario en la entrada de una ciudad o villa, el Santo frenaría la llegada y propagación de las enfermedades de rápido contagio.

Se conservan en Gran Canaria ermitas consagradas a San Sebastián en Agaete, Gáldar, y Guía, pero también existieron en Arucas y en la capital. Así mismo es el titular del espléndido y neoclásico templo parroquial de la Villa de Agüimes.

Devoción en Guía de Gran Canaria.

Desde muy temprano cuenta la localidad con santuario dedicado al mártir narbonés. Su fundación está detallada en 1528*, por lo que puede considerarse como el tercer templo en ser levantado en Guía, ya que en dicho año habían sido erigidas las ermita de Santa María de Guía (que pronto, en 1533, subiría al rango de parroquia) y de San Roque (otro de los santos abogados contra las enfermedades epidémicas, que data de 1525 y se encuentra en la entrada Sur de la ciudad, por lo que tenían que pasar a su lado de quienes llegaban al casco urbano desde las medianías).

El pequeño edificio actual dedicado a San Sebastián tiene unas proporciones comunes a las ermitas canarias. Puede ser el original del siglo XVI; así lo sugieren los dos especie de volutas* exentas* que flaquean la espadaña o campanario central. El lugar elegido para su construcción es el acceso Este al casco de Guía, muy próximo al cauce del Barranco de las Garzas y al primero de los tres puentes históricos por los que se entraba a la localidad.

No se sabe a ciencia cierta quién lo fundó pero, al parecer, siempre fue propiedad de los vecinos de Guía1.

Su interior destaca en la sencillez general. Por señalar algunos de los pocos elementos artísticos con los que cuenta, pueden citarse el artesonado con tirantes* simples, el altar decorado con frontal en el que figuran dos saetas* cruzadas, símbolo del santo y, sobre todo, la pila de agua bendita cuya decoración de relieve en volutas recuerda a la que la ermita de San Juan de La Montañeta. En las últimas obras de restauración desaparecieron dos vallas abalaustradas* que separaba el presbiterio de la única nave, aunque se mantuvo el emblema del santo en una inscripción en el suelo delante del altar.

Representaciones de S. Sebastián

Las imágenes de este santo son fáciles de identificar, dado que le representa desnudo, atado a un tronco de árbol (preferiblemente, de naranjero) y cubierto con una serie de saetas, pues de esta manera es como se cuenta que fue martirizado en tiempos del emperador Diocleciano porque ayudaba en la clandestinidad a todos los cristianos que podía, hasta que fue denunciado a sus superiores. Esta manera de mostrarlo se popularizó desde los inicios del Renacimiento, allá por el siglo XV.

Así se fue popularizando desde un punto de vista iconográfico*, pues, aunque la Iglesia no se caracteriza por divulgar los desnudos, en el caso de este mártir y “por exigencias del guion “se permitían sus representaciones en el trance de su tormento. Esta licencia eclesiástica fue aprovechada por pintores y escultores renacentistas para hacer estudios anatómicos masculinos: dado, como se dijo, que representan a San Sebastián atado en un tronco posibilitaban el hacerlo dándole posturas de lo más diversa. En Gran Canaria, algunos de los ejemplos son las dos pinturas que se pueden ver en la Catedral de Santa Ana, una de Juan de Roelas y la otra de Juan de Miranda, así como las esculturas que se conservan en el ya mencionado templo de Agüimes y en la iglesia matriz de Arucas.

Regresando al caso de Guía, la talla primitiva de la ciudad se sospecha que es una encontrada hace décadas en las Cuevas de Fregenales, de rasgos arcaizantes* cercanos al gótico.

La escultura sería relevada en el culto por la que realizó José Luján Pérez en 1794, de la cual la doctora en Historia del Arte María de los Reyes Hernández Socorro destacó “su gracilidad dinamismo y cuidada estética compositiva2”.

Según la tradición, el imaginero guíense se conformó con cobrar por esta obra solo “una cuarterola del buen vino que tenía doña Ignacia de Silva en sus bodegas de Llanos de Parra.

A Luján le encargaron también las tallas homónimas que se conservan en las localidades del Gáldar, Agaete y San Lorenzo.

La amplia devoción popular en Guía al Santo asaeteado se manifiesta en la creación de coplas que hacen mención a hechos variados. Entre ellos, se cuenta que alguien solía atar a su burro en un naranjo, que sería el elegido para acompañar a la imagen guiense, que dice: “SAN SEBASTIÁN, SANTO MÍO, TROCITO DE NARANJERO, ¿TE ACUERDAS DE CUANDO ERAS DE MI BURRO AMARRADERO?”. Otro hecho, éste sí palpable hasta la segunda mitad del siglo XX es que muchos niños dejaban “hierbita para los camellos de los Reyes Mayos”, a lo largo de la jornada del 5 de enero, lo cual provocó el dicho “AHÍ VIENEN LOS REYES POR SAN SEBASTIÁN. EL MÁS CHIQUITITO SE LLAMA GASPAR”.

Vaivenes en las celebraciones de sus fiestas

Ya se indicó que la ermita siempre fue propiedad de los vecinos, y de ellos salían los organizadores de la Fiesta del Santo. La celebración estaba tan arraigada que, durante mucho tiempo el 20 de enero (festividad liturgia de S. Sebastián) era designado como una de las fiestas locales por parte del Ayuntamiento.

Entre los actos que se llevaban a cabo destacaban el traslado procesional del mártir hasta el templo parroquial y posterior regreso “a su casa”, las carreras de burros desde la entrada de La Atalaya y la suelta de globos o “sopladeras”.

Pero no siempre se celebró con el mismo esplendor al Sto. de Narbona en Guía, ya que a tiempos de realce le sucedían periodos de no fiesta, años en que la imagen del titular de la ermita era custodiada en el templo parroquial.

En cuanto a las etapas álgidas durante el siglo XX, cabe destacar a una señora, conocida como Lolita Jiménez, que se desvivía porque las fiestas fueran lo más lucidas posibles. Otro momento tuvo lugar en la década de 1970 gracias al desvelo de un entusiasta grupo de ciudadanos. En los años 2000-2001 la ermita fue sometida a una necesaria restauración pues había llegado a verse en un auténtico estado ruinoso, y la organización corrió durante un tiempo a cargo de la Asociación Cultural Rafael Bento y Travieso.

La última vez que ondeó la bandera de San Sebastián en el mástil de su ermita fue hace ahora 10 años, en 2011, curiosamente cuando se cumplían dos siglos de otra epidemia que afectó fuertemente al norte de Gran Canaria (es este caso una feroz fiebre amarilla) y simultánea plaga de cigarras que daría origen a las Fiesta de las Marías.