Dice la letra inequívoca de la Constitución que todos los españoles tienen el derecho al trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades... pura entelequia, pensarán -intuyo con mucha probabilidad- muchos de quienes puedan leer estas líneas. Y ciertamente, tienen razones empíricas de peso para así pensarlo. De momento, el tren de la historia de estos tres últimos años se ha cobrado ya y se continúa llevando días, semanas y meses de sueño, desánimo y sufrimiento para millones de familias que tienen a alguno de sus miembros viviendo una situación de desempleo. ¿Quién no tiene un hijo/a, hermano o nieto titulado universitario que sabe de primera mano lo que es pasar los lunes al sol, arrancando hojas del calendario sin tan ni siquiera poder recurrir a lo que antes de aterrizar en la crisis calificábamos con cierto desdén como subempleos temporales o empleos precarios?

El ritmo consustancial de la vida provoca que a todos nos absorba el día a día, sin reparar necesariamente en el tamaño de las vicisitudes -como puede ser sufrir la pérdida de percepción de unos ingresos mínimos- que pueden estar golpeando no a un simple desconocido, sino como está ocurriendo en la coyuntura presente, a gente de nuestro entorno más cercano que jamás osó verse en una situación semejante. Y también suele suceder que los que nos dedicamos a la cosa pública caigamos en la tentación de no reaccionar con la energía implacable que se demanda ante uno de los problemas más graves que pueden afectar a cualquiera de los comunes.

Dicho esto, y en vísperas de la celebración de una huelga general en respuesta sindical a los ejes de una reforma laboral profundamente equivocada y estéril en sus trazos, tengo que decir conforme a mi mejor entender que, con los ladrillos que se están utilizando para levantar el mundo posterior a la recesión, no debe haber una misión que apremie tanto el contenido de la agenda política del futuro más inmediato, como aquella consistente en volver a reenganchar, cuando no insertar por primera vez, a los jóvenes en el mercado de trabajo. Como todos sabemos, esta semana empezaba con la celebración en Noruega bajo los auspicios del FMI y de la OIT, de una conferencia para analizar la situación y estrategias para encarrilar el mapamundi del desempleo, en el que EE UU junto con España se han dejado por el camino 10 de los 30 millones de empleos destruidos desde finales de 2007, y presentando en consecuencia, los peores números de las naciones supuestamente más avanzadas. Al propio tiempo y de otro lado, la Comisión Europea revisaba su previsiones de crecimiento, previsiones que no hacen sino acentuar el gap entre España y la Eurozona y que confirman, por tanto, lo que ya todos presagiábamos: que en el camino de salida de la crisis, nuestro país sigue desgraciadamente entre los menos competitivos y los más rezagados de la clase.

En este contexto, y con una tasa de paro tan desgarradora como sonrojante que sobrepasa ya la destrucción de 2.300.000 puestos de trabajo, creo humildemente que España se encuentra en un punto de inflexión, en unos meses donde se juega el todo por el todo, dicho de otro modo, la posibilidad de salir de la crisis aunque no sea a velocidad de crucero precisamente y para lo cual es fundamental corregir cuanto antes el rumbo de la política económica y rediseñar una agenda de reformas estructurales pragmática y creíble que recupere y fortalezca la posición y el prestigio que hemos perdido a lo largo de los últimos años en el concierto internacional; o en el extremo contrario, despeñarse por el precipicio de una década pérdida, como ya le ocurrió en crisis anteriores a otros países con un nivel de desarrollo y prosperidad muy superior al nuestro, cuyo ejemplo más recurrente lo constituye Japón.

Y es en este hipotético doble escenario lleno de incertidumbres y turbulencias, donde entiendo, nuestro país, junto a otros, se arriesgan a sacrificar a una "generación perdida", como vienen bautizando distintos organismos internacionales y medios de comunicación social, a la mano de obra joven educada, todo ello bajo el paraguas de la resignación, de que tal y como dijo esta semana el Director-Gerente del FMI, Strauss-Kahn, "el paro se va a quedar ahí mucho tiempo". Sencillamente, una premisa, a mi juicio, inadmisible. De ninguna manera deberíamos aceptar el desempleo masivo -y menos aún el juvenil- como un efecto y ajuste normal y duradero del costo de la crisis que viene para quedarse entre nosotros. En efecto, es una verdad insoslayable a estas alturas que si alguien está pagando los platos rotos de esta crisis como nadie son los jóvenes españoles que sufren el desempleo con saña y por ello, este significativo grupo de edad entre la población tiene que ser a partir del inicio de la recuperación objeto de atención preferente por parte tanto del sector público como de un sector privado más comprometido con las futuras generaciones. No sé si estoy en la idea equivocada, pero desde luego a lo largo de los últimos tiempos en el seno de los foros donde se vienen articulando las respuestas y soluciones a nuestros males, se oye diariamente en el epicentro del debate los términos consolidación fiscal, control del déficit, más supervisión, más estímulos, el debate de la sostenibilidad de la deuda, más reformas, pero siempre, postergando el apartado de la recuperación y creación de empleo a la parte baja de la agenda política. Lógicamente, no hay que ser un gurú para entender que dentro de la cadena de esta tragedia, primero tendrá que venir un crecimiento sostenido del PIB y luego la variable de creación neta de empleo, pero uno tiene la impresión de un cierto exceso de impasibilidad y falta de coraje y determinación ante el desafío más colosal que tienen por delante los Gobiernos de los países desarrollados.

Así las cosas, desde el estamento político entiendo que entre las grandes tareas urgentes, una de las más acuciantes pasa por ser aquella que vaya en la dirección de promover reformas de calado en favor de los jóvenes, sobre todo en el ámbito del mercado de trabajo. Hay que abrir horizontes a los jóvenes y atender sus legítimas expectativas, porque ello significará darle impulso a nuestra sociedad civil y en ello que duda cabe nos va el futuro de Canarias. En nuestra realidad más próxima, en la actualidad 6 de cada 10 jóvenes menores de 25 años se levantan cada día en Canarias sin un puesto de trabajo. El drama social al que hace referencia esta columna de opinión es aquel en el que la tasa de inactividad laboral de los jóvenes canarios se aproxima al 55%, frente a una tasa promedio comunitaria del 20%, habiéndose incrementado en más de un 140% a lo largo de estos tres últimos años. En concreto, más de 50.000 jóvenes menores de 25 años se encuentran parados en nuestra Comunidad Autónoma en estos momentos. Y ello por no entrar a analizar la situación de cerca del 50% de jóvenes titulados universitarios desempeñando ocupaciones de un nivel profesional por debajo del correspondiente a su nivel de educación.

Del mismo modo, de acuerdo con los últimos datos de la EPA, en el segundo trimestre de 2010, ni tan siquiera llega al 20%, la tasa de los jóvenes en edad de trabajar que se encuentran ocupados en Canarias, frente a una tasa media nacional superior al 40%. Si hacemos un binomio entre estos datos y los de los estándares educativos, el parte no puede ser más demoledor. Por todo ello, y con estos datos en conjunto sobre la mesa, a nadie debería quedarle ya hoy un ápice de duda, de que si no fuera por la extensa y generosa red de protección familiar, muchos de estos jóvenes estarían en una situación de riesgo de exclusión social o bajo el mismo umbral de la pobreza sin caer en exageraciones.

Puede que a estas alturas algún joven en cuyas manos caiga este artículo se pregunte dónde están las soluciones mágicas para la era poscrisis y tengo para mí que una situación de la complejidad actual no se resuelve con soluciones de carácter inmediato, pero probablemente sí con la ayuda de algunas actitudes. De momento, como señala el ex presidente del Gobierno José María Aznar, -bajo cuyo mandato se crearon en España casi cinco millones de puestos de trabajo- toca estar alerta en una situación crítica, extraer las lecciones oportunas de este momento, recuperar el rumbo perdido y, sobre todo, estar en disposición de alcanzar tiempos mejores para España, porque como muy bien planteaba esta semana el ex Ministro Montoro durante una interpelación a la Ministra Salgado, "España es un país que cuando se pone en marcha asombra a Europa y al resto del mundo".

(*) DIPUTADO NACIONAL POR LAS PALMAS