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Avalancha de refugiados en Europa Testigo insular

De la isla a la tempestad europea

Un fotógrafo lanzaroteño interrumpió sus vacaciones en Grecia para retratar el éxodo en el paso de Gevgelija (Macedonia)

Una madre y cuatro hijos cruzan un camino próximo a las vías del tren en Gevgelija (Macedonia). GERSÓN DÍAZ

El éxodo deja un rastro de huellas y papeles. Mientras sigue los pasos de los migrantes en las proximidades de la ciudad de Gevgelija (Macedonia), en la frontera con Grecia, el fotógrafo lanzaroteño Gersón Díaz encuentra en el suelo los restos de un documento de identificación. La fotografía de tamaño carné muestra a un hombre de rostro afilado, tez aceitunada, cejas pobladas y mirada profunda. El retrato queda atrás, semienterrado en la gravilla del camino y pisado por las ruedas de los vehículos. El hombre de carne y hueso estaría en ese preciso momento intentando alcanzar el paso fronterizo húngaro de Szeged, una de las supuestas puertas hacia un sueño europeo que durante la travesía es una pesadilla de barro y pesar. Su futuro también se escribe con renglones torcidos y difíciles de descifrar.

La ruta es además una lucha constante y por lo general inútil por evitar las dentelladas de la rapiña país tras país y frontera tras frontera. Buscan la luz perseguidos por las sombras. La cámara de Gersón capta otro detalle ilustrativo, también negro sobre blanco. Un anuncio sobre una desvencijada valla anuncia los precios por el transporte. En el caso del tren, el convoy se detiene en el propio campamento. "Y el precio ha subido de diez a quince euros por persona. Aproximadamente mil personas por tren o, lo que es lo mismo, 25.000 euros en cada tren. En un día vi pasar hasta tres. Sumen", exhorta.

El objetivo captura distintos ángulos de la realidad. "El primer 'detalle' es que en Gevgelija, primera ciudad de Macedonia en la ruta de los refugiados, lo tienen organizado de tal manera que no hay contacto, ni siquiera visual, entre los refugiados y esa pequeña ciudad", de apenas 15.000 habitantes. El campamento se levanta a dos kilómetros y, según explica, es una especie de tela de araña. "Si no hay tren caminan un kilómetros más en dirección a Gevgelija. Tras pasar el puente y siempre sin llegar a entrar en la ciudad, les esperan los taxis, microbuses y las guaguas", agrega.

"Aquí", continúa, "el precio es de veinte euros por persona por un trayecto de apenas dos horas", suficiente para atravesar Macedonia y alcanzar territorio serbio. "No es la estación de guaguas ni una parada de taxis. Simplemente se les envía hasta allí. Este espacio está organizado por la policía y los propios conductores. Cuando llenan el vehículo se van", cuenta para fundamentar su resumen general de la situación que viven los desmoralizados y exhaustos caminantes: "Pasen rápido, si es posible que no les vea nadie y si puedo hago negocio con ustedes". He aquí otra fotografía de la crisis que mantiene expectante a la opinión pública de toda Europa.

La 'mala hierba' prospera gracias al incesante goteo humano. Alrededor de los refugiados de origen sirio pero también afgano, iraquí, blangladesí, paquistaní e incluso subsahariano, revolotean vendedores ambulantes que venden agua, infusiones y fruta a precios que se han multiplicado como por arte de magia, como lo ha hecho todo. Cinco plátanos, por ejemplo, cuestan tres euros.

Porque la columna de refugiados dibuja una caja registradora en los ojos de algunas personas. Imaginen a una fila de avecillas desorientadas siempre dispuestas a dejarse desplumar con tal de avanzar en su periplo hacia el corazón de Europa. Algunos testimonios indican que se cobran 1.600 euros por ir en taxi entre Gevgelija y Viena (Austria) para aquellos que todavía tengan posibilidades de económicas. Cruzar en barco hasta Grecia tiene un coste medio de 1.000 euros por adulto y de quinientos en el caso de los niños.

Gersón, el muchacho de Arrecife (Lanzarote) que se adentró en la gran noche de la Vieja Europa, se ha empapado literalmente de realidad. Ha caminado junto a los refugiados mientras serpenteaban bajo tormentas eléctricas con sus hijos en brazos. En una de las fotografías se ve a un grupo de estas personas bajo un cielo amenazante y cruzado de violentos rayos mientras los charcos del camino les devolvían su imagen desorientada. Ni tan siquiera hay que molestarse en hacer metáforas sobre la escena.

El último paso

Sus imágenes nos sitúan ante rostros fatigados, anhelantes, ante miradas de gente que ni tan siquiera sabe cuál es su situación real ni qué sucederá en el siguiente paso fronterizo, más allá de que los precios van subiendo a su paso. Muchos atestiguan que beben el agua verde y musgosa de las charcas. Pero no se detienen. El escritor francés René Daumal escribió: "El último paso depende del primero". En este caso sí saben en qué momento dieron el primer paso, el de la huida. El último es una incógnita cuya resolución depende de factores que no pueden controlar. Se debate en reuniones mutilaterales, en foros internacionales y en tertulias televisivas seguidas por millones de personas. Mientras, ellos siguen caminando.

"Todo esto me parece muy triste", confiesa el fotógrafo a miles de kilómetros de distancia de Canarias y con los auriculares puestos para hablar con este diario a través del Skype. Habla bajito, porque las personas que le alojan, ya de vuelta a Grecia, duermen en ese momento. Pero su mensaje queda bien claro a pesar de que a ratos se caiga la conexión. "Lo que he visto es lamentable. La verdad es que esto no tiene nombre", sentencia antes de despedirse y aprovechar que la tranquilidad de la noche en la vivienda para enviar las fotografías que ilustran y justifican este reportaje.

El otro 'clic'

La galería de imágenes de este terremoto social que atraviesa Europa con la fuerza de los acontecimientos históricos tiene vida propia. En una ocasión el objetivo de la cámara de Gersón retrató a uno de los refugiados mientras se hacía una fotografía a sí mismo con su teléfono móvil tras lograr subir a uno de los vagones con destino a Serbia. Quizás esa foto llegara de inmediato a su familia, en algún lugar lejano donde mucha gente decide a diario que allí ya no se puede vivir ni un minuto más. Vemos a madres que tiran de sus hijos por los andenes de la estación de tren, a ancianas con la mirada perdida que caminan a duras penas con la ayuda de algún familiar, a jóvenes que se animan a hacer la señal de victoria al ser enfocados y a otros que parecen no ver ya a nada ni a nadie. El fotógrafo, por su parte, regresa a principios de semana a Canarias. Sus fotos y su testimonio le han precedido en el camino de vuelta.

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