Tras la reconquista de la trascendencia del grancanario Juan Negrín López (1892-1956) en la Segunda República y en la Guerra Civil, reaparece ahora, a raíz de la celebración de los cien años de la Residencia de Estudiantes de Madrid, su recuperación como científico. El edificio de La Colina de los Chopos acoge estos días una exposición conmemorativa en la que se recrea el Laboratorio de Fisiología (1916-1936) que dirigía Negrín, y están en circulación sendos documentales (de Rafael Zarza y Jorge Martínez Reverte), en los que, al igual que en la muestra 100% Residencia. Una tradición recuperada, el papel aglutinador del investigador isleño es imprescindible.

En el contexto de agitación sobre el mensaje renovador de la Residencia de Estudiantes (desde el krausismo de Giner de los Ríos al 27 de Lorca, Dalí y Buñuel), está el estreno el miércoles en el María Guerrero de La colmena científica o El café de Negrín, una pieza teatral que descubre al gran público los entresijos de la edad de plata de la ciencia española. Bajo la dirección de Ernesto Caballero, con un texto de José Ramón Fernández, Daniel Luque interpreta a Negrín e Iñaki Rigarte a Severo Ochoa. La coproducción entre la Residencia y el Centro Dramático Nacional arranca con el reencuentro de los dos científicos en 1946 en Nueva York.

Pero mucho antes ocurría una escena que se desvela por primera vez. El joven doctor grancanario, políglota de diez lenguas, llenaba las estancias de la Residencia de un olor a café bien cotizado, cultivado y exportado desde alguna de las fincas en Gran Canaria de su familia, y que él o sus ayudantes dominaban grano a grano con un molinillo. Era el café de Negrín, y en torno a él se sentaban Ochoa, Grande Covián, Unamuno, Hernández Guerra (mano derecha del jefe y nacido en Tejeda) y a veces visitantes ilustres como Madame Curie o el mismo Le Corbusier. De ahí salían muchas esperanzas renovadoras para España, cercenadas por el golpe de Estado de 1936, que convirtió el famoso Laboratorio de Fisiología, al igual que el resto de la Residencia, en una estancia más de un hospital para carabineros.

La piedra angular de la obra de teatro escrita por José Ramón Fernández es la relación entre Ochoa y Negrín. García Velayos, comisario de la exposición 100% Residencia, la explica "como la de un padre con un hijo. Negrín era generoso y paternalista con todos ellos. En nuestros archivos está su ficha urgente que ordena la redistribución de 600 pesetas de su sueldo entre Ochoa, Grande Covián, Méndez Martínez y Blas Cabrera (otro canario adjunto a la cátedra de Negrín en la Universidad central). Ochoa siempre decía que Negrín fue el padre que no llegó a tener".

La relación paternofilial se rompe abruptamente con el episodio de la aspiración de Ochoa a una cátedra de la Universidad de Santiago de Compostela. El científico culparía al que llegaría a ser el último presidente de la República de su fracaso en el examen. Negrín estaba en el jurado, y Ochoa no le perdonó que no apostase por él frente a otro candidato de gran influencia. La colmena científica vuelve al desencuentro pero desde la reconciliación: los dos se abrazan en Nueva York en 1946. El estadista grancanario se encuentra en el exilio en Estados Unidos y ha realizado una serie de gestiones para salvar a Ochoa, por petición suya, de la Dictadura.

Más allá del texto teatral están las pruebas documentales de que para Negrín y Ochoa no fue una cita cualquiera, sino más bien de ajuste con la historia. El estadista, su colega y el hijo del primero (el neuropsiquiatra Juan Negrín Jr.) pactaron en aquel momento un revés a la persecución que se había desencadenado tras la victoria de Franco. El catedrático José María del Corral, otro de los jóvenes del famoso Laboratorio de Fisiología de la Residencia de Estudiantes, se había quedado en España y ocupaba, aparte de otras responsabilidades en el franquismo, la cátedra que le había sido usurpada a Negrín. Desde Manhattan, los tres suscribieron una postal entrañable, sin rencor, a Del Corral. Su nieto, décadas después, encontraba en el Archivo de Negrín la respuesta de su abuelo. La había buscado una y otra vez sin éxito. Lloró como un niño pequeño.