La artista, única mujer representante del movimiento indigenista canario, ha seguido una constante evolución del estilo a lo largo de toda su carrera como creadora. Una tónica que persiste en su realización, es ese aire "egipciaco" que presenta una gran parte de sus obras y que deja su impronta en la nueva técnica, como no podía ser de otra manera.

Hoy, rescata de los años 50 y primeros 60, una vieja técnica que ya empleó entre sus diversas experimentaciones con los materiales, en la que sabe dar forma a los antojos de su imaginación incansable y rebelde.

Jane Millares, de naturaleza transgresora, renueva su arte vital, que se regenera como un "volver a nacer" con cada nuevo hacer; evoluciona y se reinventa. Podríamos decir que en toda su producción, en cualquiera de sus manifestaciones, se hace patente un lenguaje propio. En cada nueva expresión, aunque cambie la clave de sus registros, se hace notar la marca de su "ADN"; refiriéndonos a un arte con sangre en las venas.

En cuanto a la nueva técnica, las venas de -hilo carreto- (como apunta la artista, en alusión al que fuera el tradicional hilo de pita canario) se agolpan en un amalgama de formas caprichosas. Las cuerdas se enraman causando un efecto estético a caballo entre el entramado de un tejido neuronal y de "pieles rasgadas". En consonancia con el informalismo español más propio del Grupo el Paso de los años 50, de esta nueva experimentación, resulta una especie de híbrido, que recuerda a una mezcla entre los homúnculos, realizados con arpillera, de su hermano Manolo Millares y las composiciones con cuerdas tensadas y tela metálica de Manuel Rivera.

Es un delicado trabajo en el que, en lugar de comenzar el proceso creativo desde dentro hacia afuera y sobre un soporte, es decir, partiendo del lienzo que se expande en un marco, para coronar la culminación de la obra de arte, ella engancha los pedazos de cuerda, tensándola desde los extremos del propio marco, como principio sustentante, entrecruzándose para configurar el esqueleto de la estructura, entre la radiografía de un lienzo y una escultura gordiana -apunta su hijo Michel Millares-.

La policromía es el acabado para estos "cuadros tejidos", con predilección por la combinación rojo - blanco - negro, curiosamente, los colores de la bandera de Egipto y efectivamente, muy recurrentes en la paleta de algunos informalistas. Dejando zonas libres de pintura, se desvela el color terroso y la textura de los rústicos hilos, que le confiere a la hechura una fuerza indómita natural y un arraigo sin precedentes que acentúan, si cabe, el carácter tribal y africanoide de la composición. El efecto es bárbaro.

Jane Millares trabaja -desde siempre y actualmente- en su madurez, entregada a sus nuevas creaciones, en las que se abstrae en su mundo onírico y, fértil como ninguno; evasiones que se manifiestan a nivel artístico, en todo un alarde de genialidad.

La artista se prepara para mostrar el conjunto completo en exposición, próximamente. Éste y otros estudios sobre su obra, se recopilan para la edición de un trabajo monográfico inédito, que trata los aspectos plásticos de su amplio repertorio creativo, de un modo inmediato y desde una perspectiva intimista, que muestran la sensibilidad de una mujer creadora, a través de sus vivencias y la significación de su obra.