Dos pianos de la compañía Steinway & Sons, negros y contrapuestos, dos Rolls Royce en el universo de los concertistas, dominan el escenario de una Sala de Cámara del Auditorio Alfredo Kraus sin público. Absortos, una pareja de músicos descalzos -José Alberto Medina y Gilles Estoppey- juega a hacer malabares sobre el teclado de sus respectivos instrumentos. Sobre sus cabezas, cuatro micrófonos de alta gama prestan oído desde un árbol metálico y otro dos atienden al detalle a escasos centímetros del bastidor de cuerdas. Junto a este bodegón se encuentra el ingeniero Antonio Miranda, recostado y distraído con el sonido que sale de sus cascos negros y el caminar de extrañas formas picudas en la pantalla de su ordenador. La toma ha sido buena, pero se puede mejorar. Los tres deciden repetir. Silencio, se graba.

El proceso de grabación suele ser un espacio vedado para cualquier persona ajena al proyecto. Sin embargo, el músico, compositor y director de la Fábrica de la Isleta, José Alberto Medina ha decidido hacer una excepción y como una mago a punto de revelar sus trucos muestra que, en el arte supremo del jazz no existe la trampa el cartón ni lugar para el autotone. Su territorio es el del negro y blanco de las teclas de su piano. Maestro de la melodía y el contrapunto, y artesano de un sonido sutil, cálido, inteligente y cautivador, encara su sexto proyecto discográfico. El director de la Fábrica de la Isleta ha compartido escenarios con artistas de la talla de Dick Oatts, Jerry González, Sheila Jordan, Damon Brown, Zoe Francis, Jorge Pardo, Ginesa Ortega, Pere Bardagí o Javier Infante, entre otros. Y, ahora, tras explorar las posibilidades del trío y el formato dúo, junto al guitarrista Javier Infante, ha decidido explorar junto a su amigo y también pianista, el suizo Gilles Estoppey, los inhóspitos y poco explorados territorio del jazz a cuatro manos.

La unión de dos leyendas vivas como son Chick Corea y Herbie Hancock marcó el paradigma de un género, el de los dos pianos, que supone una apuesta sonora pocas veces explorada. Para Gilles y José Alberto, la aventura merece la pena. Ambos se conocieron en Barcelona, donde el músico grancanario vivió durante 17 años, pero nunca se plantearon tocar juntos hasta que el pianista helvético respondió a la llamada de su actual partenarie para actuar con su trío en el Isleta Sunset de la Fábrica de la Isleta. A partir de este encuentro decidieron encara el reto. "Nunca había grabado un disco a dos pianos y me gusta el lenguaje sonoro de Gilles. Creo que entre los dos tenemos un buen contraste, nos entendemos y nos comunicamos muy bien", señaló José Alberto Medina.

La combinación atrajo la atención de Manolo Benítez y Tilman Kuttenkeuler, subdirector y director de la Fundación Auditorio y Teatro, que cedieron el espacio representativo para una grabación que verá la luz en febrero de 2017. Este proyecto sigue la línea de inminentes discos fabricados en el Alfredo Kraus como Timples@2000 de José Antonio Ramos, Domingo Rodríguez 'El Colorao' y Benito Cabrera (1999); Damas Canarias, de Mary Sánchez y María Mérida (2001); las Crónicas de la música popular de Los Gofiones (2002); Antología de Taburiente (2005); La Noche de José Antonio Ramos (2009), editado en DVD.

Muchos de estos proyectos se grabaron en vivo y este es, precisamente, el efecto que Gilles y José Alberto buscan con el consejo inestimable de Antonio Miranda, el gran gurú de la ingeniería de sonido en Canarias y experto en música clásica, para un proyecto, que aún carece de nombre y de repertorio final. "Estamos entre ocho y diez temas", explica Estoppey. La mayoría parten de ideas que cada uno ha trabajado en solitario, además de un tema compuesto entre ambos durante las jornadas preparatorias del último año y alguna sorpresa en forma de clásico revisitado. "Cada uno tiene su voz, su lenguaje y su vocabulario", expone José Alberto, para explicar que en el proceso compositivo en busca de la fusión perfecta entre los dos instrumentos, "intentamos crear un diálogo y buscar una manera única de llegar desde las emociones para que el repertorio sea ameno para el público y para nosotros". Pero Gilles corrige. El suizo entiende que ambos presentan estilos y gustos similares. "Pocas veces nos ha pasado el tener que decirle al otro, 'oye tío, eso no'. Porque tenemos ideas similares", señala.

Referencias

Ambos se definen como músicos de orejas abiertas. Gilles señala a Pat Metheny como una gran inspiración y a pianistas como Keith Jarret y Bill Evans. "Soy más de la onda de los músicos que transmiten, no de los virtuosos", apunta antes de citar, como ejemplo de músico frío a Chick Corea. Medina difiere. A él le gusta sí le gusta Corea. "Como canario tiro un poco a lo afro y los ritmos atresillados. Mientras, él es más europeo", ataca éste entre risas. La gracia está en la fusión de estilos. "Yo escucho de todo y considero importante otros grupos y sonidos: desde el punk a Radiohead pasando por Rage Against The Machine", responde, al estilo de Brad Mehldau, "en esas cosas poperas que ha hecho".

La sesiones de grabación transcurren durante dos jornadas maratonianas el 29 y 30 de julio. Antes, los dos pianistas se reunieron durante 15 días para llegar al examen con el temario aprendido. Sin embargo, la improvisación se impone a partir de la propuesta de base jazzera. El disco tendrá una visión del jazz actual y contemporánea, con influencias del clásico. "La base es jazz y las improvisaciones son parte de este idioma", expone Gilles antes de concretar: "pero casi todas las composiciones tienen un lado pop. Así que será fácil de escuchar, porque buscamos melodías que se alejen del jazz más abstracto y sean muy accesibles".

El ingeniero Antonio Miranda impone sesiones de hora y media antes de parar para tomar un café, respirar y despejar la mente. "Si no llega un momento en que te agotas y te quedas sin ideas", explica este experto en la grabación de orquestas sinfónicas, un campo en el que es considerado uno de los más reputados ingenieros de sonido en Europa, según apuntan músicos como Enrique Mateu. Su política es no invasiva y deja que sean los músicos los que manden e impongan su criterio. "El ingeniero nunca puede ser la estrella. Está al servicio del artista y demasiados cocineros casi siempre estropean un buen plato", dispara este antes de señalar que los técnicos que se inmiscuyen en el sonido ajeno está bien para los triunfitos, no para músicos de este nivel". Miranda trabaja con poco, para que predomine la acústica de la sala y la sensación de directo. Le basta una mesa con seis canales, una tarjeta externa, un ordenador "del año del catapúm" y un programa como el que tiene cualquier adolescente. "Para seis pistas no hace falta más". Eso sí, todo de calidad. Cada micro ronda los 5.000 euros, y los pianos, dos Jaguars, rondan los 120.000 euros. "En pocos lados del mundo puedes encontrar tres pianos de este nivel en el mismo espacio". El resultado saldrá al mercado en febrero, junto a una gira por la Península y estreno en el Festival Internacional de Piano de Canarias.