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Cine

El general que estremeció al mundo

'Napoleón', de Abel Gance, se convirtió hace 90 años en un fenómeno en la historia del cine mudo

El general que estremeció al mundo

La figura de Napoleón Bonaparte ha recorrido la historia del cine como la encarnación por antonomasia del tirano insaciable, frío y calculador que supeditó toda su existencia a sus delirantes sueños de grandeza. Solo en ocasiones tal imagen ha sido levemente alterada para mostrar a un personaje con algo más que ambición y pulsiones megalómanas en sus venas. Desde Albert Dieudonné hasta Rod Steiger, pasando por Marlon Brando, Ian Holm, Herbert Lom, Charles Boyer, Claude Rains, Pierre Mondy, George Campbell, Daniel Gélin o Anthony Hopkins, por citar algunas de las representaciones más afortunadas, el legendario emperador de los franceses ha sido objeto de los más diversos enfoques para aquellos guionistas y directores que tuvieron alguna vez la arriesgada experiencia de acercarse a una figura histórica tan controvertida. Desgraciadamente, queda relegado al capítulo de las especulaciones lo que hubiera aportado el gran Stanley Kubrick de haber podido materializar la ambiciosa megaproducción sobre el personaje en la que estuvo empeñado durante décadas y que su prematura muerte, en 1999, le impidió consumar.

Sea como fuere, ninguna otra película logró nunca reflejar con tanta convicción sus grandezas y sus miserias, sus ambiciones y sus flaquezas como la que dirigió, entre 1925 y 1927, el cineasta galo Abel Gance, un precursor genial, inexplicablemente olvidado, en cuya trayectoria artística destaca, entre otros grandes logros, el haber patentado el descubrimiento de lo que más tarde se daría en llamar la triple pantalla, sistema que precedió al cinerama, y que le permitiría mostrar en todo su esplendor la fastuosa teatralidad que envolvió el largo y proceloso periodo napoleónico; las formaciones impecables de sus poderosos ejércitos y las espectaculares puestas en escena que les servían de escenario.

Proyectada por vez primera en la Ópera de París el 7 de abril de 1927 -tres meses después de haber concluido su accidentado y febril rodaje- con una acogida apoteósica, Napoleón se convirtió, merced a sus descomunales ambiciones artísticas, en un fenómeno sin parangón en la historia del cine mudo tras ser estrenada con un metraje que no excedía de las tres horas y media -Gance rodó seis horas en total- y sufrir las consabidas mutilaciones de una industria, la francesa, que nunca creyó en el rendimiento comercial de este excepcional cineasta, y mucho menos en la posible rentabilidad de una película que sobrepasaba con creces la duración estándar de cualquier producción de la época.

Así pues, y dependiendo de los países donde se estrenara, el filme se exhibía con más o menos metraje, de acuerdo siempre con la disposición de los distribuidores de turno, y su éxito, tan desigual como los distintos montajes que le fueron practicados posteriormente, dependía siempre del mayor o menor acierto que demostraran los montadores a la hora de plasmar la constante voluntad innovadora de este inclasificable maestro de la imagen al que sus compatriotas honraron, en 1981, meses antes de su fallecimiento, con el César del cine francés por su brillante trayectoria profesional.

Considerada por críticos e historiadores como el ascendiente incuestionable del cine épico, a pesar de haber sufrido innumerables amputaciones que, de alguna manera, contribuyeron a palidecer a lo largo de los años su brillo original, Napoleón ha pasado a la historia del género como un sólido, profundo y exuberante monumento a la libertad creadora al tiempo que revela con meridiana claridad los límites que la propia naturaleza industrial del cine impone a esa libertad cuando se emplea con el apabullante sentido de la imaginación y de la independencia que siempre caracterizó a Gance en casi todos sus trabajos. Porque si bien es cierto que en el terreno artístico se trata, obviamente, de una portentosa obra maestra, tampoco es menos cierto que la suerte que corrió en las taquillas fue siempre inversamente proporcional al entusiasmo que despertó entre la grey intelectual del momento.

Mercado español

Como obra de vanguardia que fue -y hoy en cierto modo lo sigue siendo- Napoleón se adelantó a su tiempo e incluso llegó a ser profética en cuanto a sus planteamientos estéticos rompedores. Sus huellas han sido rastreadas hasta la saciedad por legiones de cineastas del mundo entero. Con la famosa secuencia de la entrada de la Grande Armée en Italia, filmada con centenares de extras, inventa avant la lettre el hoy tan común formato panorámico y, pese a sus detractores, que también los tuvo, a pesar de todo, entre los sectores más reaccionarios de la inteligentsia francesa de la época, desató tantos entusiasmos que acabó convirtiéndose para muchos en uno de los referentes artísticos más valiosos de la historia del cine galo. Gance, cuya filmografía se aproxima a los cincuenta títulos, murió en febrero de 1981 a la edad de 92 años, dejando tras de sí la estela de un talento visual que lo legitima como un maestro excepcional.

Aunque editada el pasado otoño por el BFI (British Film Institute) en formato digital, en conmemoración de su 90 aniversario, con un metraje que supera las cuatro horas, su aparición en el mercado español aún constituye una incógnita pues diversas distribuidoras nacionales independientes consultadas por LA PROVINCIA/DLP aseguran que, de momento, la película no figura aún entre sus previsiones para los próximos meses.

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