José Antonio Rodríguez Nordelo fue miembro de un selecto club de chalados que echaron abono al deporte grancanario en una etapa emergente, donde el alimento era la ilusión y no las subvenciones. Él es uno de los nombres imborrables en la historia de nuestro balonmano, a nivel de los de Leoncio Castellano, Melquiades Vizcaíno, Juan Ramos, Antonio Álamo, Eduardo Fernández, Fernando Sánchez, José Luis Alonso, Tomás Peña, Chicho Calero o ahora Antonio Moreno. Nordelo fue un explorador, un pionero contagiado por los éxitos del Canteras UD, un hombre de fútbol que quienes le conocieron no titubeaban en afirmar que apenas tenía idea de balonmano. Pero, siendo así, firmó la primera colección de éxitos de un conjunto deportivo femenino de la Comunidad Canaria.

Su inolvidable Agrupación Deportiva Gran Canaria, el Tirma, llenó los pabellones de Ciudad Alta. La garra de sus chicas era un estímulo aquellas apasionantes mañanas de los domingos en Obispo Frías o San Román. Nordelo fue un inventor obsesionado al que la derrota no le retorcía la moral. Se sacó de la manga una colección de jugadoras memorables en todas las categorías. Hizo de Nanda Suárez la mejor balonmanista canaria de todos los tiempos aplicando en ella fuerza, velocidad, precisión y agresividad, sin desproveerla del carácter noble del deportista isleño. También brotaron de su chistera Leticia, Sagrario, Olga, Mari Carmen, Bebi, Loli, Dora, Yeya? y una larga nómina de la que hoy cometemos la injusticia de no expresarla en su auténtica dimensión... Y eso que Nordelo no sabía.

Fue entrenador, presidente, masajista y utillero. Su modesto hogar era la sede del club: invitaba al café en un salón convertido en sala de trofeos, donde lucía el subcampeonato nacional juvenil, la Copa a la deportividad o el bronce al mérito deportivo de la Real Federación Española de Balonmano. La lavandería del Tirma era el cuarto de piletas de la calle Málaga. Allí también se encontraban el desordenado archivo, el botiquín y el almacén, porque siempre estuvo rodeado de una familia incondicional que hacía las veces de directiva. Nordelo aparecía el día de los partidos con su coche plagado de jugadoras. Porque también era el chófer, muchas veces con varios recorridos. No cabía un balón más en el maletero, ni había hueco para equipaciones, vendajes y otros enseres. Él lo fue todo en un club que hacía sentir orgullosos a los aficionados que compartían los días de éxito o sufrimiento entre el Estadio Insular y las canchas de balonmano.

Amasó su gloria, pero no fortuna. Ganó y perdió, pero nunca bajó la guardia... ni siquiera cuando dedicó el último tramo de su vida a pelear con el enemigo invisible de su enfermedad.

El pasado martes falleció Nordelo, nuestro hombre orquesta del balonmano. Tenía 72 años. Hoy, a las 19.30 horas, en la iglesia de la Virgen de la Vega de San José (San Cristóbal) se oficia una misa funeral donde familiares, amigos y el balonmano grancanario le dicen adiós a uno de sus iconos.