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Deporte base Esgrima

Los espadachines de Arenales

La Sala de Armas supera la década de vida con el matrimonio formado por Rosa Montoro e Ignacio Barea al frente - En la actualidad congrega a cinco decenas de tiradores federados

Foto de familia de gran parte de los integrantes de La Sala de Armas junto a sus entrenadores en su local de entrenamientos. SABRINA CEBALLOS

Para entender la existencia del Club de Esgrima La Sala de Armas hay que volver a agosto de 1999. Ese mes, Ignacio Barea, arquitecto de profesión, tuvo que dejar la península para instalarse en Gran Canaria por motivos laborales. Junto a él, Rosa Montoro, su esposa, también llegó a la Isla. Apasionada de este deporte que practicó desde su niñez, anhelaba un lugar donde seguir tirando, tanto ella como sus hijos Miguel y Jorge. Un deseo que se tradujo en este club que reúne a una familia de 50 deportistas federados en esta presente temporada.

La Sala de Armas se ha instalado desde hace seis años en un local de la calle Pérez del Toro, en el barrio de Arenales de la capital grancanaria. Trofeos, fotos de los integrantes que han pasado por ahí cada año, espadas, floretes y sables adornan el garaje. Tres pistas de catorce metros ocupan la mayor parte de la superficie del local. Mientras, los más pequeños se preparan para empezar. Los mayores esperan. Muchos han crecido dentro al ritmo que lo hacía el propio club.

"Es bonito ver cómo empiezan siendo unos pequeñuelos y van creciendo y cumpliendo sus objetivos", admite Ignacio Barea, siempre con una sonrisa en la cara. Porque sacar el club hacia adelante es un reto que ha sido posible gracias a un duro trabajo desde que el matrimonio fundó La Sala de Armas en 2003. "Lo hicimos con vistas a que nuestros hijos siguieran practicando este deporte. Sólo había un club en Las Palmas de Gran Canaria y no funcionaba del todo bien. Por eso nos decidimos a dar el paso. Después fuimos captando más gente interesada en este deporte, creciendo poco a poco y ahora somos esto", prosigue Barea.

Primero, fue el centro deportivo de La Cornisa quien acogió la actividad. "En un año y medio pasamos de ser cuatro o cinco niños a contar con unos 20, algo ya importante para nosotros", prosigue. Después, el club se trasladó a la Parroquia de Santa Teresita del Niño Jesús, al sótano de la Iglesia, donde la institución tomó forma. "Ahora puede que estemos algo más limitados de espacio, pero es difícil encontrar un lugar donde poder instalarnos. Necesitamos techos amplios, salas alargadas y que además sean asumibles para nuestras finanzas", indica Ignacio Barea.

Expansión

Además, desde hace varios años, La Sala de Armas también ha conseguido que la esgrima llegue a otros lugares. La entidad gestiona la sección de este deporte en el colegio Claret y en el Heidelberg. Por otro lado, ha conseguido acercarse a la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Pero no sólo al ámbito educativo se ha acercado el club. Talleres por barrios, como el que llevaron a cabo en Tenoya, han inspirado el ánimo deportivo de algunos chicos y chicas que pasaron por allí. Unas alianzas claves que permiten enganchar a más deportistas a esta disciplina. La organización de unos Juegos Medievales es otra idea que ya ronda las cabezas de Rosa Montoro e Ignacio Barea.

Los éxitos a nivel deportivo les acompañan tanto en el territorio local y regional como en el nacional. José Falcón, Claudia Capel, Arturo Montesdeoca y Rodrigo Gómez, son los últimos nombres que ha colocado La Sala de Armas en el escaparate del esgrima español. Los cuatro consiguieron medallas en el Criterium M-10 y M-12 que se disputó en verano en Leganés. Un grupo más de tiradores que dan relumbrón a La Sala de Armas y otorgan un bagaje deportivo laureado con decenas de medallas y campeones de distintas categorías a lo largo de sus 13 años de vida.

Un hecho que es el fruto de la ética de un maestro. Porque si hay algo que se aplica en el club es la ética de una figura imprescindible en la historia de este deporte en España. Sin la llegada a Madrid de Martin Kronlund en 1962 para dirigir la parte técnica de la Real Federación Española de Esgrima, La Sala de Armas no existiría.

"Era bastante hiperactiva. Con 12 años, mi hermano me llevó con él al club de esgrima de Madrid. Ahí conocí a Martin Kronlund, que fue mi maestro. Su filosofía y enseñanzas es lo que inspira a nuestro club", replica Rosa Montoro. Kronlund, de origen sueco, falleció bordeando los 92 años y sacando su espada hasta los 90. "Era una gran fuente de inspiración", precisa.

Una demostración de que este deporte no tiene edad. En La Sala de Armas empiezan a impartir clases desde los 7 años. "Quieras o no hay que tener un poco de control sobre los niños y a esa edad es cuando empiezan a tener conocimiento de las cosas", responde. Rosa Montoro, alma máter del proyecto y psicóloga de profesión, ha podido ir cediendo galones en el club. La formación de entrenadores ha sido básica para el club. Hoy, además de con el apoyo de Ignacio Barea cuenta con sus dos hijos, Miguel y Jorge Barea Montoro, Eseró Padrón, Mónica Vicente Stone y Carla Ajeno.

El gran hándicap con el que se encuentra el club y el deporte en la Isla son los desplazamientos para competir. Las licencias en Canarias no son comparables al número que poseen otras zonas de España. "Al final, siempre acabas compitiendo con los mismos", explica Rosa Montoro.

Y aquí el gran inconveniente son los costes de cada uno de los viajes. "Las competiciones son siempre fuera y lo necesitas. Si hay cinco torneos puntuables al año para ser seleccionable tienes que ir a los cinco, por ejemplo. Eso, si no tienes 5.000 euros como mínimo, es imposible. La pena es que creo que aquí hay material para que más de uno pueda ser olímpico", comenta el matrimonio.

Una beca del Consejo Superior de Deportes es la única salvación que les puede caer a sus deportistas más punteros. Encontrar apoyos privados es casi imposible -cuentan con ICOT y sus servicios médicos a su disposición- y las subvenciones públicas apenas dan para nada o bien llegan tarde. Algo que no hace que decaiga el ánimo ni la pasión por este deporte, con el que engrandecen a la Isla cada vez que salen y pasean el nombre de Gran Canaria.

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