Fue siempre una voz disonante. Corpulento, enérgico, era el sindicalismo duro, combativo, un tipo sin pelos en la lengua, de ésos que decían lo que muy pocos se atrevían a decir, pero que casi todos pensaban. Y a su vez, alguien con los arrestos suficientes como para desafiar ya en el franquismo, desde el famoso Sindicato Vertical, a mediados de los años sesenta, al poder omnímodo del temible clan de los siete banqueros (Escámez, Asiaín, Toledo, Botín padre, Aguirre, Boada, Valls) en sus feudos corporativos, como representante de los trabajadores.

Sin embargo, más allá de estos inicios rayanos en lo temerario, propios de quien, más allá de lo discursivo, ya llevaba alojada en su interior una impronta desafiante, lo más significativo, lo realmente relevante, vino después, a partir de la Transición. Fue en los años en los que Justo Fernández ejerció de referente sindical, de líder indiscutible, en el sector bancario español, en su calidad de secretario general de la entonces famosa y protagónica Federación de Banca de UGT (1973-1989). Este sindicalista palmero representó la mayor posibilidad, luego frustrada por la torpeza estratégica de los sindicatos y su descrédito social, en particular de UGT a partir de escándalos como el de la cooperativa de viviendas PSV, que hubo en España de consolidar un sindicalismo poderoso en el sector servicios.

Es sabido que determinada filosofía de la historia señala que tan relevante como lo que fue, lo acaecido, no sólo en la conformación de los procesos históricos sino como carne misma de la historia, es aquello que, pudiendo haber sido, no fue; es decir, las otras posibilidades a la mano que nunca se dieron porque cierta correlación de las dinámicas siempre contingentes de la hegemonía lo impidió. Este sería buen ejemplo.

La oportunidad perdida

Cuando la crisis del petróleo estalló, en 1973, el sector servicios ya se había convertido en el primer sector económico en España. De modo que adecuar la realidad sindical a la realidad económica del país se convirtió a partir de entonces en el único modo -hoy lo sigue siendo, sólo que quizás resulte ya tarde- de que los sindicatos mantuvieran su peso e influencia. Esto sólo era realizable en (y a partir de) un subsector, como el bancario, relevante por su volumen de empleo, por la mayor cualificación de los asalariados y no aquejado de la temporalidad estructural y desarmante del turismo y de la construcción. Bien, pues Justo Fernández convirtió a aquella combativa Federación de Banca en la segunda sectorial más potente de la UGT, después del Metal. Durante una década las negociaciones de los convenios de banca fueron uno de los más temibles campos de batalla para la patronal; no sólo por las disputas salariales y de derechos sino por las insistentes demandas de un control efectivo de la banca privada por las autoridades monetarias (¡quién iba a imaginar los lodos de la crisis!).

Así que, aunque hoy pueda parecer inverosímil, ese sindicalismo del sector servicios fue una realidad en España. Una realidad que la patronal bancaria quería destruir a cualquier precio. Y lo logró. En 1989 Justo Fernández tiró la toalla. UGT se debatía en luchas intestinas, en derivas corporativas e incluso en episodios graves de corrupción. Y el proceso de concentración bancaria iniciado por aquellos siete magníficos (los de verdad) iba a colocar en frente a un enemigo demasiado grande como para acudir al campo de batalla como un gigante con pies de barro, como así fue. Justo Fernández intervino entonces a fondo, pero brevemente. Pero lo hizo a su manera frontal. Apuntó a la cabeza más alta, la de Nicolás Redondo, al que hizo responsable del deterioro del sindicato socialista. Poco antes había pedido que no se votará al PSOE en unos comicios europeos para forzarle un cambio de rumbo frente a su derechización; de hecho, era enemigo acérrimo y azote de la llamada beautiful people de los Gabinetes de Felipe González, al que como portavoz de Madrid en el Congreso de Suresnes en 1972 no apoyó, optando por ese Nicolás Redondo del que a finales de los años 80 pedía la cabeza. Pero perdió. Se quedó más solo que la una. Convocó entonces un congreso sectorial y se marchó. Se volvió a Tenerife, donde hizo de analista compulsivo de prensa y radio, denunciador de la corrupción política canaria y protagonista de polémicas, no siempre a su favor; hasta ayer, en que un cáncer se llevó a este histórico de la UGT.

Lucha, boxeo, submarinismo

De otros datos de su biografía, que él mismo se ocupó de difundir (www.justofernandez.com), cabría retener que su pasión por la lucha canaria (fue luchador en Los Llanos de Aridane y siempre estuvo vinculado, incluso como comentarista ocasional del programa La luchada de TVE-C), el boxeo y el submarinismo fueron lo que desató su rebeldía. Se negó a trabajar más horas, como era común, en la sucursal bancaria de La Palma en la que se inició, a los dieciséis años, cuando perdió la beca de estudios por un conflicto con el arbitrario director de una academia. Ahí comenzó su historia. Quería trabajar para vivir, no vivir para trabajar.