Habría cumplido 30 años en 2018, pero la profunda herida causada por la crisis económica ha terminado por matar a Burbujita, la tienda pionera de surf que abrió sus puertas al final de la década de los ochenta en Las Palmas de Gran Canaria. Los escasos empleados que aún quedan en el establecimiento de la calle General Vives, primero al que luego siguieron más de veinte por casi todo el Archipiélago y hoy único que permanece abierto, están a la espera de que se publique la resolución final del concurso de acreedores para echar el cierre y no volver a levantarlo nunca más.

Nueva baja en el comercio canario que se cobra la quiebra del sistema económico occidental desatada hace diez años. Burbujita inició su andadura de la mano de un surfero con visión para los negocios. Adolfo Suanzes, habitual cazador de olas de las costas grancanarias, vislumbró que era posible compaginar el ocio con el negocio, convertir aquello que más feliz le hacía en su medio de vida.

Lo consiguió durante muchos años. Tanto, que la empresa fue creciendo de manera exponencial al calor de unos años de prosperidad que impulsaban el consumo. Entre la juventud del Archipiélago cobraron un auge difícilmente previsible deportes como el surf y el bodyboard, hasta el punto de casi convertirse en moda. Los incrementos en la facturación de la empresa Adolfo Suanzes SA eran tónica habitual y comenzaron a proliferar las tiendas de Burbujita por la geografía grancanaria, primero, y a saltar a otras islas, más tarde.

El último objeto social de Adolfo Suanzes SL -optó por la fórmula que limita la responsabilidad de los partícipes cuando las cosas se torcieron- reza: "Importación, representación, distribución, venta de toda clase de artículos de calzado y ropas deportivas. Las actividades de promoción, compra, venta y explotación de todo tipo de inmuebles". Buena parte del mal que ha llevado a la tumba a la emblemática tienda surfera -con el tiempo el espectro se fue ampliando a la moda de baño y casual, y otros deportes como el ciclismo- se halla en el último añadido que convirtió en importante al sector inmobiliario.

La empresa comenzó a acumular pasivo, se endeudó con el prometedor horizonte de unas rentabilidades impensables en negocios distintos al del ladrillo. El patrimonio creció y también el apalancamiento. Algunos expertos advertían del inevitable estallido de la burbuja inmobiliaria, pero en un país que crecía a ritmo vertiginoso y en el que las tasas de paro eran más parte de la decoración de los debates que una emergencia social, se les tachaba de agoreros deseosos de que el aparentemente sólido rumbo de la economía se torciera.

Sin embargo, y es ya parte de la historia económica más negra de occidente, tenían razón. Como a tantos otros, a Adolfo Suanzes le cogió con el paso cambiado y las deudas tornaron en infelices sus días. Gran volumen de patrimonio carente de valor por falta de compradores -casas, locales, garajes-, falta de liquidez y drástica retracción del consumo conformaron una ecuación diabólica que le obligó a un rápido redimensionamiento de la sociedad.

En 2009 llegaron los primeros cierres de tiendas, que continuaron en el siguiente ejercicio. Hasta ocho echaron la llave de manera definitiva: tres en Gran Canaria -dos en la capital y una en San Bartolomé de Tirajana-, otras tres en Tenerife, y dos más, una en cada una, en Fuerteventura y La Palma. Se buscaron nuevos socios, pero en tiempos de inestabilidad, el capital de verdad, el que es capaz de sacar de la UCI a una empresa, prefiere resguardare a la espera de que el temporal amaine. No hubo modo.

El siguiente y definitivo paso de Adolfo Suanzes SL y el resto de empresas anejas fue declararse en concurso de acreedores. Durante más de cinco años se ha estado tramitando en el Juzgado de lo Mercantil número 2 de Las Palmas de Gran Canaria. En el primer mes de este 2017 todo estaba concluido. Como se había descontado, no hay viabilidad para la empresa, tal y como hace unos días reconocía apenada una empleada. Este martes, en la primera y última Burbujita, la de la calle General Vives, un cartel anunciaba descuentos del 70% "por cierre". Otro más pequeño avisaba: "Esta tarde no abrimos".