- ¿Cómo recuerda su infancia en el pueblo?

- Mi infancia fue muy sacrificada. Nosotros teníamos vacas y cabras. Yo iba a clase por la mañana y mi hermano el pequeño guardaba las cabras, y por la tarde cambiábamos las tornas. Esa es la vida que tenía de niño aquí en Valsequillo.

- Pasó penurias.

- Sí, pero como yo tantos. Íbamos a veces sin zapatos ni alpargatas, como podíamos. Había que vivir de lo que producía la tierra. Luego fui a trabajar de aparcero al sur, pero no me iba esa forma de vida. Vivíamos en chozas.

- Era duro.

- Sí, el agua la llevábamos en una lechera. No había agua corriente, pero el agua no se enfriaba nunca con el calor. Por eso por la noche dejábamos la lechera colgada para que con el aire del mar se refrescara el agua.

- ¿Aguantó mucho?

- No. Regresé para trabajar en una galería pero a mí me gustaba mucho el negocio. Mi padre me regaló unas ciruelas que había comprado a un vecino para que las llevara al mercado. Y así empecé, con un puesto en el mercado que estaba al lado de la catedral.

- ¿Cuál fue el siguiente paso en los negocios?

- Los hermanos pusimos una tienda de comestibles en Valsequillo y ahí empezamos. Más tarde compramos un taxi, que después se convirtió en pirata. Mi hermano trabajaba los días laborables y yo los festivos llevando el coche. Cuando nos casamos, él se quedó con el taxi y yo con el negocio de la tienda. Pasado el tiempo puse una armería y quité la tienda.

- No estaba nunca parado.

- Yo era una persona inquieta. En la tienda, donde también se despachaban copas, tenía luz de gas en un poste de madera. Un día se me ocurrió que con el calor que desprendía se podía aprovechar para calentar el pan. Después me di cuenta que también podía hacer bizcochos. Lo tenía calentito toda la noche en una lata de galletas.

- ¿Cuándo entró usted en la actividad pública?

- Como había pasado tanto con la luz, me preocupaba especialmente este asunto. Yo hacía los deberes por la noche con una vela o una luz de carburo. Me relacionaba mucho con la gente y unos amigos de Valsequillo, los hermanos Macías, me dijeron si quería meterme en el Ayuntamiento. Antes entraba una gente a dedo y otra elegida por el sindicato.

- Y usted se presentó por el tercio sindical.

- Sí, empecé de concejal. Estuve así ocho años y luego doce de alcalde. Estuve veinte años en total en el Ayuntamiento. Cuando fui alcalde por primera vez, en el año 1976, el presupuesto municipal era de doce millones de pesetas, que malamente daba para pagar el sueldo de los funcionarios.

- ¿Cómo se encontró el pueblo?

- Sin luz. Sólo en una parte de Valsequillo había un motor que daba luz. Me encontré un pueblo a oscuras e intransitable, porque carreteras no había. Mi principal ilusión era la luz, aunque la prioridad era el agua corriente que no llegaba a las casas. Empezamos con el agua y después la luz y las carreteras.

- ¿Cómo hizo para compaginar vida pública y privada?

- Yo trabajé mucho para el Ayuntamiento. Me gustaba. Me levantaba por la mañana y a las nueve estaba en el despacho del Ayuntamiento. Mi negocio me lo atendía mi familia y yo por las noches. Siendo alcalde, recuerdo que los sábados por la tarde iba a llevar las compras a los clientes. Nunca dejé de ir. Yo tenía clarísimo que los ayuntamientos no son hereditarios. Es muy importante saber estar, pero no lo es menos saber no estar.

- Usted se retiró completamente cuando dejó la Alcaldía de Valsequillo.

- Es que hay gente que cuando ya no está en la actividad pública intenta molestar a los que sí están. Yo estuve y ahora no estoy. Y punto. Tengo mi organización política, siempre he sido del Partido Popular y ahí estoy. Apoyo a los compañeros y voy a reuniones, pero no me meto en nada más.

- ¿No le han pedido volver a las listas electorales?

- El partido sí, pero yo lo tengo claro. Mi etapa allí ya pasó. La persona que quiere hacer algo en su municipio ya tiene bastante con veinte años en el Ayuntamiento, como estuve yo. Yo serví al pueblo y me puse un sueldo muy modesto. Yo ganaba 40.000 pesetas y vivía con mi negocio.

- Paco Sánchez fue su sucesor. ¿Cómo se lleva con él?

- Personalmente bien, aunque políticamente no compartimos, pero es normal. Yo tenía un sentido del pueblo completamente diferente al que ellos llevaron luego. Yo quería un pueblo rural y hospitalario en el que presumías de conocer a todo el mundo, pero ellos empezaron a edificar y ocupar terrenos con montañas de bloques. Valsequillo ha perdido parte de su sabor rural.

- ¿Está satisfecho de su paso por la Alcaldía?

- Yo estuve muchos años ahí y creo no haber tenido enemigos de ningún tipo. Trataba a la gente con sinceridad. Con la oposición tenía mis discusiones pero cuando salíamos de allí íbamos a tomar una copa juntos, o un café.

- Eso no es tan idílico en la actualidad.

- A mí lo que me molesta son los insultos, la falta de respeto. Eso en la capital y a nivel nacional. Yo recibía a la gente los sábados y los domingos. Las elecciones pasan y nosotros nos quedamos y tenemos que seguir conviviendo. Yo no permitía que se insultaran en el Ayuntamiento. Si un vecino tenía un solar y los servicios mínimos, podía fabricar ahí. Si no lo hacía de una manera se hacía de la otra, pero fabricaba. Yo no podía permitir que los vecinos se tuvieran que ir de aquí y dejaran despoblado al pueblo.

- Los tiempos han cambiado mucho.

- Cuando empecé en el Ayuntamiento sólo había dos guardias municipales para poco más de 6.000 habitantes. Aquí hay mucha gente que vive en Valsequillo pero no está empadronada.