La Comisión Europea tiene el gofio en su gaveta esperando dar el visto bueno para que el tradicional producto de la tierra, el mismo que sacara del hambre a generaciones de isleños, consiga los beneficios comerciales que le otorga la Indicación Geográfica Protegida Gofio Canario.

Esta suerte de denominación de origen lleva años de trámites, que comienzan con la adecuación de sus sistemas de producción y la calidad del grano que se utiliza para su elaboración. La futura decisión de Bruselas es el último paso, tras ser publicado en el Boletín Oficial del Estado a mediados de este mes, que el gofio ya cuenta con una primera fase de protección aunque únicamente de ámbito nacional y de carácter transitorio hasta la decisión de la UE.

Una de las principales ventajas que ofrece este sello se centra en la protección del producto hecho aquí frente a la imitación e, incluso, el uso del nombre para otros fines que nada tenga que ver con el producto. Y además ofrece a los consumidores una información adicional -que es el lugar donde se fabrica- para darle valor y difusión en otros mercados fuera de su ámbito territorial.

En definitiva, el objetivo principal es potenciar y recuperarlo en la dieta canaria, que si bien tiene aún una notable presencia, redujo su consumo a partir de los años 50, con la entrada de nuevas golosinas para aderezar la leche, sobre todo.

El cierre de molinos a partir de esa década fue una constante. Valleseco, como ejemplo, contaba con al menos cinco molinos, según recuerda el propietario de Molienda San Vicente Ferrer, hasta mitad del siglo XX.

Hoy sólo queda el suyo en el municipio, con una antigüedad de 90 años, desde que lo fundó Pantaleón Rodríguez. Ubicado en el centro del pueblo continúa funcionando a pleno ritmo de la mano de su hijo y nieto, ambos de nombre Francisco, y atendiendo a un buen número de clientes que aún hoy compran a maquila: llevan el millo, unos 15 o 20 kilos, y ambos franciscos se encargan de tostarlo al punto que le gusta cada consumidor y también a molerlo en distintos gruesos. "A Hilario Quintana", afirma con seguridad el nieto ante un señor que acaba de entrar, "le gusta tostadito y finito como la harina". Por cada kilo cobran 85 céntimos.

Pero es su padre, el primer Francisco, el que barrunta que al producto le queda un gran futuro por recorrer. Recuerda que en la época de la posguerra "nos sacó del hambre". Y los tiempos, con las oportunas diferencias, "en algo se parecen".

A la Molienda San Vicente Ferrer no le va nada mal. Sacan adelante decenas de kilos al día, en varias calidades. La de consumo es elaborada con el mismo millo argentino que llegaba desde la posguerra. Y con el chavetudo, importado de Francia, hacen un mixturado para animales.

Pero las versiones en el mercado de otras industrias mayores incluyen, cómo no, los de los demás granos: de avena, cebada, centeno, trigo y hasta garbanzos. Y en los más variados formatos, algunos que incluyen el cacao para un moderno gofio-cao en condiciones.