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Reina, la aventura empresarial

Cuando el empresario llegó al polígono retiraba las piedras con la ayuda de su hija

Recuerdos de familia: Agustín Reina junto a sus cuatro hijos y su primera nieta. LP / DLP

Los visionarios pueden surgir en cualquier lugar y el que hoy protagoniza estas líneas lo hizo el 18 de enero de 1938 muy cerca de la playa de Las Canteras. Agustín Reina, el hombre que años después pondría los cimientos del polígono y el muelle de Arinaga, creció paseando por algunas de las calles con más solera del puerto de la Luz y en las cercanas aguas de Las Canteras forjó unas espaldas de nadador que le llevarían de joven a competir bajo la enseña del Club Metropole.

Fue también en esa pacífica bahía donde este joven playero que creció para convertirse en empresario se cruzó un día con la mujer que cambiaría su destino, Mari Pepa Verge del Castillo, por entonces una muchacha barcelonesa casi recién llegada a Gran Canaria. "Nos conocimos en el agua de Las Canteras, bañándonos con una amiga en común", rememora ella ahora, varias décadas después. De aquel primer encuentro surgiría un noviazgo que duró nueve años, hasta que se casaron en la parroquia del Corazón de María. Pronto llegarían los hijos -María José, Leonor, Laura y Carlos- y una vida en común que no se interrumpió hasta que, como en las grandes historias de amor, la muerte les separó repentinamente el 19 de diciembre de 2004, cuando acababan de regresar de un viaje.

Aunque han pasado más de 10 años desde su fallecimiento, su viuda aún se emociona cuando habla de quien fue su compañero durante tanto tiempo: "Era muy buen padre, marido y abuelo", recuerda con la voz a veces temblorosa. Para ella, Reina no era el impetuoso empresario capaz convertir el negocio familiar de tintes de cochinilla en una próspera industria de pinturas, sino un hombre cariñoso y jovial, "todo un guasón" que tan pronto creaba una carroza para los carnavales como se iba de parranda con sus amigos, conocidos como 'Los Mariscos'.

"Le gustaba mucho una juerga, le encantaban los carnavales", comenta Mari Pepa mientras desgrana anécdotas de una y mil fiestas a las que asistieron juntos: "Nadie se creía que pudiera llevar los disfraces que se ponía, pero él lo hacía sin ningún miedo. Recuerdo que el último año que vivió se disfrazó de gitana". Eso sí, "podía ser muy amigo de sus amigos y muy alegre, pero con mucho carácter en la fábrica". Ella cree que esa personalidad tan fuerte era en realidad necesaria para trasladar la factoría que su padre tenía en Guanarteme hasta el polígono de Miller Bajo, pero al fin y al cabo "él veía las cosas por adelantado".

Un descampado

No pasó demasiado tiempo hasta que Reina comprobó que aquella nueva fábrica no resultaba suficiente para los planes que le rondaban por la cabeza, por lo que volvió a buscar nuevos espacios y proyectos que saciaran su hambre emprendedora. Arinaga sería su obsesión, la gran aventura de su vida empresarial, y hasta allí iba al principio quitando rocas con la pequeña Leonor cuando los terrenos que hoy ocupa la zona industrial eran poco más que descampados en lo que aún se conocía como el 'triángulo de la miseria' del Sureste.

Mari Pepa no terminaba de ver claro todo aquello -"Ay, Agustín, Arinaga, con el viento que hace?", le advertía- pero él sabía lo que quería hacer con su empresa: "Decidió renovar su negocio implantando una nueva fábrica que por entonces estaba prácticamente solitaria", y no hay duda de que acertó. Le gustaba su isla -"Era muy canario", incide Mari Pepa- y quiso apostar por el desarrollo de la zona industrial más allá de su propia compañía, lo que le llevó a convertirse en el primer presidente de los empresarios del polígono. Tal era su vinculación con todo aquello que cuando lo dejó "tuvieron que entrar tres personas tres para sustituir su trabajo".

Sólo el fútbol estuvo a punto de acabar con la pareja, aunque con el paso del tiempo Mari Pepa recuerda aquel conflicto como una anécdota graciosa. Reina era un apasionado de la Unión Deportiva Las Palmas, tanto que aprovechaba cualquier pequeña ocasión para hacer aportaciones económicas al equipo: "Si sacaban algo a la venta, como relojes o cualquier otro recuerdo, él los compraba todos; hacía lo que fuera para darles dinero".

El problema surgió cuando un día llegó a casa y soltó la bomba: "Me han nombrado vicepresidente de la Unión Deportiva", anunció. Aquello fue demasiado: entre su empresa, el polígono de Arinaga y la familia no había tiempo para además atender a la enseña amarilla, por lo que su esposa le lanzó un ultimatum: "Mira, Agustín, si aceptas nuestro matrimonio se viene abajo", le avisó. Dicho y hecho: Reina anunció al día siguiente su renuncia al cargo "por motivos familiares". Aun así, seguiría patrocinando durante varios años al equipo, que le rindió un minuto de silencio en el partido que disputó un día después de su muerte.

Ayer por la tarde Mari Pepa ocupó un asiento preferente en el acto de aniversario en el que se reconoció la figura de su marido. En el teatro Cruce de Arinaga se encontró con viejos amigos, pero no se subió al escenario porque se emociona "con mucha facilidad". Desde un discreto segundo plano, mientras todos aplaudían a Reina, el hacedor de ideas, ella recordó a Agustín, aquel "hombre bondadoso" al que ella tanto amó.

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