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Incendio en la Cumbre Cinco municipios afectados

"Bolas de fuego caían de los pinos"

Adolfo Rodríguez, vecino de Cueva Grande, cuenta, una vez pasada la noche "infernal", que cuando salió de su hogar para ponerse a salvo vio piñas "ardiendo" que acercaban las llamas

"Bolas de fuego caían de los pinos"

La lluvia, tan amiga como enemiga para aquellos que han sufrido las consecuencias del incendio que comenzó este miércoles en Tejeda y se ha extendido hasta la zona sur de la isla. Como si de las dos caras de una moneda se tratase, la manifestación de esta precipitación cambió en cuestión de horas para los vecinos de las zonas afectadas. "Estaba en mi casa cuando vi el incendio en la Cumbre como caído del cielo", relata Adolfo Rodríguez, residente en Cueva Grande desde hace 12 años. El grancanario natural de Tejeda asegura que, en cuestión de minutos, el fuego comenzó a acercarse a su vivienda donde estaba con su mujer, "daba miedo verlo tan próximo, porque parecía que estaba lloviendo fuego y caían bolas ardiendo de los pinos", cuenta el vecino con una mirada que refleja tristeza. En cambio, durante la madrugada de ayer, ese color naranja y rojizo que asegura que vio caer del cielo, se transformó en gotas de agua que se mantuvieron durante prácticamente todo el día de ayer. Lluvia preciada que facilitó las labores de extinción y que se encargó de enfriar zonas y corazones aún en llamas.

San Mateo se convirtió, tras el incendio, en uno de los puntos de refugio para los afectados por la catástrofe. Vecinos de todos los pueblos cercanos en peligro pasaron la noche en el polideportivo de este municipio que se mantuvo en vela hasta que salió el sol. Entre ellos Adolfo Rodríguez, que tampoco logró conciliar el sueño. "Estamos muy cansados, pero a ver quién duerme con todo lo que ha pasado, si no es un ánima bendita", señala el grancanario de 58 años con gran incertidumbre sobre la situación de su vivienda en Cueva Grande. "No sabemos lo que nos vamos a encontrar, pero nos han dicho que, de seguro, hay casas, coches y animales quemados", afirmó.

Este pueblo fue uno de los más afectados por las llamas y sus habitantes fueron los últimos en abandonar el recinto de San Mateo donde pasaron la noche, ya que las carreteras de acceso estuvieron cerradas hasta mediodía. "Mi vecino tiene unos 20 animales entre cabras y ovejas y el fuego estaba llegando a la zona", explica Rodríguez con angustia mientras resalta que casi no tuvieron tiempo para reaccionar en el momento en el que abandonaron sus hogares. "Estaba con mi mujer y sólo pudimos coger lo que teníamos a mano, el móvil y el cargador para hablar con la familia y estar comunicados", agrega.

Su madre, de 85 años, se quedó al otro lado del fuego, ya que vive cerca de la Cruz de Tejeda y la refugiaron con su nieto en otro punto para evacuados más hacia el sur. "Lo primero que hice cuando vi las primeras llamas desde lejos fue llamarla, me dijo que estaba bien y me quedé tranquilo", comenta Rodríguez sin estar todavía recuperado del susto, pero seguro de que se unirá a sus vecinos para "ayudar en todo lo que se pueda y salir adelante juntos", afirma sin olvidar mencionar que tiene "el alma rota".

Como la de él, cientos de almas e historias acompañadas de miedo, incertidumbre, impotencia y tristeza que llenaron un polideportivo con familias enteras. "Lo más duro fue ver llegar a padres con niños pequeños o personas mayores que no se pueden valer por sí mismas", puntualiza Lumi Santana, concejala de Servicios Sociales de San Mateo. La edil pasó la noche del miércoles y la mañana de ayer junto a los afectados y afirma -con mirada reflejo de lo vivido- que las lágrimas y la desolación fueron las protagonistas en el pabellón.

Pero como toda noche viene seguida del día, destacó también el rayo de luz, entre tanta tiniebla, que hicieron llegar a los afectados todos los voluntarios que no cesaron de colaborar para dar comida, cobijo y apoyo moral. Como Julia R., vecina de San Mateo y septuagenaria, que desde que se enteró de los acontecimientos se dirigió al punto de refugio para hacer compañía a las familias "muertas de miedo". "Son cosas que suelen pasar y ya está, ahora hay que estar, aunque con muchísima pena, porque son muchos los jóvenes los que se han quedado sin nada", resalta Julia, natural de Ariñez y con familiares y amigos desalojados de esa zona y llevados a San Mateo.

Ayer fue día de fiesta en el pueblo de acogida. Pese a la lluvia y el frío -que todos y cada uno de los presentes agradecieron-, no cesó el entrar y salir de voluntarios de todas las edades que decidieron emplear su día libre en crear una piña humana con ganas de ayudar. Cargando cajas, haciendo bocadillos, preparando bolsas con comida para los equipos de emergencia o para todo lo que hiciera falta.

Dejando el pueblo atrás, el paisaje se volvió desolador. El olor a frescura de los pinos se transformó en aroma a quemado y cenizas, y el color verde que abraza esta zona de Gran Canaria se tiñó de negro. El silencio se hizo en cada rincón y solo las gotas de la lluvia crearon música cargada de esperanza.

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