Más de cien casas de la ladera de San José fueron afectadas por la construcción del túnel de San José. Las paredes y suelos de las casas comenzaron a rajarse en el mes de mayo de 2002, justo cuando empezó la perforación de los túneles de la circunvalación, pero en 2005 las grietas seguían apareciendo en las viviendas, situadas justo encima del paso subterráneo.

El miedo se adueñó de los vecinos, que se pasaban las noches escuchando los estampidos que producían la grietas en las paredes y veían como se caían los azulejos y los zócalos y se levantaban los pisos. Hasta aljibes hubo que se quedaron sin una gota de agua, tras rajarse.

Las grietas comenzaron a aparecer coincidiendo con el inicio de las obras del túnel, pero se multiplicaron tras el derrumbe que se produjo en verano en el interior de la galería. Varias calles se hundieron y se vieron afectadas fachadas y hasta paredes maestras, por lo que los vecinos vivieron años con el temor de que sus casas podían venirse abajo. Se quejaban de que nadie del Gobierno les había garantizado que las casas no se iban a derrumbar, una circunstancia que los hizo vivir con una angustia constante.

Las viviendas de la calle Ebro fueron las más afectadas por el accidente, entre ellas la de Carmela, que contemplaba despavorida cómo su casa de tres plantas, fabricada por su padre y su marido, se iba desarmando poco a poco porque cada día que pasaba aparecía una grieta nueva.

De hecho, la Consejería de Obras Públicas del Gobierno canario barajó durante más de un mes la posibilidad de desalojar a los vecinos, algo que se descartó cuando se terminó de perforar el tramo del túnel que discurría justamente por debajo de las viviendas.

A los residentes más afectados se les ofreció una casa para que vivieran mientras duraran las obras, pero la mayoría se negó a abandonar sus viviendas.

Obras Públicas arregló las viviendas afectadas. En algunos casos, los operarios tuvieron que ir varias veces, porque tardaban más en reparar los desperfectos que las grietas en aparecer. No obstante, los vecinos exigieron a Obras Públicas que se responsabilizase de por vida de cualquier nuevo desperfecto, achacable al túnel, que apareciera en sus casas.

Más de ocho años han pasado desde el accidente, pero todavía quedan en calles y escaleras las huellas del derrumbe, pues nadie arregló los hundimientos y las grietas que las destrozaron.