Sor Petra Rodríguez Rodríguez acaba de cumplir 92 años, nació en Zamora en el seno de una familia muy humilde. Con 18 años sus padres la enviaron a la Inclusa de Madrid para que hiciera el noviciado en las Hijas de la Caridad y de paso paliar el hambre. Pero la guerra civil española la cogió de lleno y acabó junto a otras 15 religiosas en Astorga (León) en un hospital donde cuidaba heridos de guerra y les daba arrope a los "hijos de la guerra", aquellos pequeños que, recuerda, "caminaban por las calles del pueblo sin tener nada. Pobrísimos". Sor Petra llegó a Las Palmas de Gran Canaria en 1944 y de aquí no se ha ido. Toda una vida en el Colegio Nuestra Señora del Carmen. Quizás Sor Petra sea una de las últimas monjas españolas cuya edad y salud le permite relatar tal cúmulo de tragedias vividas que retrata a la perfección la España negra.

"Mis ojos han visto mucho, lo peor, pero ya ve usted; hemos sobrevivido". Y se ríe. Sor Petra es menuda, un fueguillo que pasea por los pasillos del colegio comprobando si todo está en perfecto estado, es decir, luces apagadas, puertas cerradas y comedor en orden. Es de risa fácil pero a pesar de su sonrisa amplia y sonora y su capacidad para contarlo todo a la velocidad del rayo, de vez en cuando, al mencionar episodios muy duros de los que ha sido testigo, cruza los brazos y se conmueve. Como si quisiera olvidar. Cuando la monja habla de sobrevivir ella es la que mejor representa el milagro en el que sucumbieron muchos en los años de miseria.

Nació el 7 de febrero 1922 en Zamora y justo 22 años después llegaba a Las Palmas de Gran Canaria en un barco cuyo trayecto fue eterno, 12 días. Llegó en 1944 y lo hizo para quedarse. Sor Petra se preparó en enfermería y, de hecho, cuando llegó a la Isla, porque sus superiores la destinaron al Hospital de San Martín, lo hizo porque "hacíamos mucha falta para velar enfermos? algunos se morían siempre de noche?". Es que "aquí no había otro hospital que el de San Martín en Las Palmas". Usted ha visto de todo, hermana, le digo. "¡De todo! En la Inclusa de Madrid donde estuve dos años con 18 o 19 años más o menos y veía como las pobres madres dejaban a sus hijos en el torno o en la misma puerta del convento; nosotros los recogíamos porque es que se morían de frío y de hambre".

Y ya en el Colegio Nuestra Señora del Carmen de Las Palmas o en el hospital de San Martín también vivió historias semejantes: "Era así, era así. En la puerta del colegio o en la de San Martín nos dejaban niñitos de todas las edades. Recuerdo a un bebé que lo abandonaron ahí fuera -señala la puerta de entrada del centro escolar, en Luis Morote- envuelto en papel de periódico, mire usted que cosa más terrible. Debe ser que su madre no tenía ni para una mantita, pobres, pobres?". De pronto exclama sor Petra con asombro que en la Inclusa madrileña llegaron a tener a unos 1.300 huérfanos recogidos y en el colegio canario unos 800 que tampoco tenían a nadie: "Les dábamos de comer, los cuidábamos, y les enseñábamos a leer y escribir. Eso era mucho dolor, mucho, mucho? creo que hicimos una buena cosa con ellos porque amamos a los pobres y España estaba llena de pobres". A veces Sor Petra se pierde en la conversación pero la retoma sin problema: "Mire usted; había noches que las monjitas nos levantábamos para ver cómo estaban los niños y veíamos a muchos chiquillos descalzos, perdidos en el convento, equivocados de cama, llamando a su madre o buscando a sus hermanos. Pobrecitos míos".

Sor Petra dice en broma que ella es religiosa "de familia" porque, entre todos, hay nueve sacerdotes y que desde pequeñita quiso ser monja "porque me gustaba mucho". Camino de los 93 años la buena mujer está muy orgullosa de su trabajo, de sus compañeras y hasta de la salud que le ha dado Dios, dice. "Todas son riquísimas y me quieren mucho. Me cuidan y yo también a ellas". En la actualidad Sor Petra, después de su jubilación como profesora del Colegio del Carmen cuando ya cumplió los 70 años, se dedica a colaborar en la cocina y en el lavadero. "Me levanto a las seis de la mañana y desde esa hora ya empiezo a moverme. Meto la ropa en las lavadoras y alguna vecina me ayuda a tenderla porque ya me canso. Luego me voy a la cocina y troceo la fruta, la verdura, los refritos y esas cosas para hacer la comida. Nada, me siento en la cocina y allí lo hago todo, no crea que es poco porque la gente es que nos trae de todo, de todo, de todo? fruta verdura, leche, de todo".