Se revuelve un poco en su habitáculo, asustada, tal vez, por tanto protagonismo. Ha pasado mucho para llegar donde está, cerca de la inmensidad de su hogar, ese mismo en el que casi muere por culpa de la falta de cuidado de otros... de los hombres. Sus ojos, pequeños ,pero muy abiertos, no permanecen ajenos a la presión que ejercen, desde la altura, otras miradas. Le queda poco, a ella y a sus cuatro compañeras. No lo saben, no pueden saberlo, pero irán por turnos y el tamaño determinará la posición de salida. Se mueve la caja. Pasos y bullicio. El mar a unos metros, los curiosos a unos centímetros y la oportunidad de ser libre de nuevo a ras del suelo. La madre naturaleza llama y ella y las demás ya están preparadas para responder. Eso sí, a su ritmo, que para eso van con la casa a cuesta.

"¡Las tortugas!", se oye cual grito de guerra. Automáticamente cientos de pies aceleran el ritmo sobre la cálida arena. Para muchos es la primera vez. Algunos, como Álvaro Concepción Calero del colegio Nuestra Señora del Pilar, tiene un reptil en su casa, pero "¡mucho más pequeño!". Las miradas se aglomeran, dirigidas todas a unas enormes cajas que están a punto de ser abiertas.

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