Las ciudades de Temuco (Chile) y de Las Palmas de Gran Canaria se encuentran a más de 9.500 kilómetros de distancia vía área. Los dos puntos geográficos tienen más conexión de lo que parecen a simple vista, a pesar de los metros y el hemisferio que separa a ambas urbes del planeta. Al menos para la familia Molina, de origen guiense, y de los Jiménez, procedentes de Telde. En la región de La Auracanía, fundada como fuerte en 1881, vive parte de esta saga familiar -Molina Jiménez- que continúa una tradición emprendida hace décadas: la de reencontrarse. Este año, toca Gran Canaria y más de 80 miembros de ambos lados del océano Atlántico disfrutan esta semana de unos días intensos cuyos recuerdos llenaran el baúl familiar de la memoria.

La historia de esta amplia familia, conocida en Gran Canaria porque sus antepasados fundaron la Compañía Molina - dedicada a la alimentación y a la exportación de productos - se remonta a finales del siglo XIX cuando Chile, en pleno conflicto contra la población autóctona -los mapuches- solicita colonos europeos para poblar las tierras conquistadas y proseguir su expansión hacia el Sur.

El delegado del ICEX en Canarias, Rafael Molina Petit; uno de los miembros de esta extensa familia que ayer se reunió en un almuerzo en una bodega en Tafira, cuenta que llegaron a bordo de un barco alemán, que hizo escala en el Puerto de La Luz. "Les prometieron muchas cosas pero pasaron muchas calamidades". Mientras apunta el libro Los canarios del lago Budi, de Maribel Lacave, para conocer más claves sobre la epopeya de las más de 80 familias canarias que marcharon a este territorio desconocido como colonos.

Posteriormente, a principios del siglo XX varios hombres de la familia Molina González y de los Molina Falcón, con tiendas de comestibles en el puerto y en La Atalaya, se trasladan también al otro lado del océano. La historia la conocen a trazos los miembros de la familia de más edad porque, de momento, ninguno ha rascado en la intrahistoria familiar para completar la odisea a uno y otro lado del Atlántico.

La reunión familiar de ayer, que se prolongará durante una semana con diversas rutas familiares por Telde, Guía y Las Palmas de Gran Canaria, más parecía un bautizo o una comunión que una reunión de andar por casa al uso. Tanto es así que para que el grupo prestara atención, la canaria Cristina Molina Petit, una de las organizadoras del encuentro, agarraba un altavoz de los que se usan en cualquier manifestación.

Desde Chile han venido a la Isla 15 miembros de la saga. La de mayor edad es Mirta Molina Jiménez, de 85 años de edad. Es la tercera ocasión que está en la Isla y no sabe si habrá una cuarta.

La sorprende el "progreso" que ha experimentado Gran Canaria en "el turismo" desde la última vez que vino, a mediados de los años 90. Pero lo que sin duda permanece nítido en su memoria es su primera visita en 1951 siendo una jovencita. De aquellos años guarda muy buen recuerdo del escultor Martín Chirino, que hoy [por ayer] precisamente la ha telefoneado, y que la ayudó "como todo un caballero a meterme en la playa de Las Canteras". También de su puesta de largo en el Gabinete Literario con un "tul rojo".

Tiene cinco hijos y 13 nietos y, uno de ellos, Santiago Suárez Lledó, visita a sus 12 años la Isla, con su apellido Molina en cuarto lugar. A Santiago le ha sorprendido "la vegetación y las frutas que son muy buenas". De su tierra dice que "es muy verde, tiene mucha cultura y una linda cordillera". Y del acto familiar, que "es muy lindo".

Por el lado canario, se han sumado un pizco más. El de más edad es Miguel Ángel Molina León, de 84 años. Él ha estado hace un par de años en el encuentro familiar en Chile. "Me encantó no ver un hilo eléctrico ni cable en el campo", cuenta de su experiencia por tierra chilenas. El también recuerda la primera estancia de seis meses Mirta en Canarias. "Estábamos todos los días en la playa, de bailes".

Los padres de Miguel Ángel y de Mirta eran primos segundos pero "muy allegados", puntualiza la dulce Mirta, que aún hace platos canarios en casa a los cinco hijos y a los 13 nietos que tiene, mientras cuenta historias que le narraba su padre Ignacio de cómo era Canarias hace décadas.

El más chico de la saga canaria es Daniel Perrote Peligero, de 5 años, que hoy con tanta gente no anda muy suelto en palabras. Tiene, sin embargo, bien claro que hoy ha conocido "a más de un primo chileno".