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Entrevista.

Eduardo Ruiz: "Me encantaría ver en el paseo de la playa una figura de bronce de mi padre"

"En la arena jugábamos al clavo y convertíamos las ruedas de camión en colchonetas", apunta el barquillero

Eduardo y Miguel Ruiz con su familia en Las Canteras. JOSÉ CARLOS GUERRA

¿Cómo comenzó la tradición familiar de vender barquillos en Las Canteras?

La tradición comenzó con mi abuelo, que era de Santander. Él y mi abuela se fueron para Francia, donde nació mi padre. Cuando mi padre cumplió los ocho años, volvieron todos para Santander y dos años más tarde se vinieron para Las Palmas. Desde entonces, mi abuelo comenzó a vender barquillos en Las Canteras, convirtiéndose en el primer barquillero de la Isla. Lo de vender barquillos era típico de algunas ciudades de la Península, pero aquí no se veía todavía. Mi abuelo fue un pionero. Mi padre tiene ahora 89 años y empezó a vender barquillos cuando cumplió los 18. Yo me uní a la tradición familiar hace ya unos ocho años, pero mi padre dejó de ser barquillero cuando cumplió los 82.

¿Por qué zonas de la playa suele vender barquillos?

Mi padre solía recorrerse toda la playa y luego iba por las calles de La Isleta con la ruleta. Vendía barquillos por una perra chica, todos los chiquillos se reunían alrededor de él porque era la única golosina que había en aquella época. Cuando los días estaban malos, en vez de ponerse en la arena, se ponía siempre por la avenida. También se paseaba por el parque Santa Catalina, por el colegio Las Teresianas y en invierno iba a la calle Triana. Toda la gente de la playa que lo conocía y lo veía por Triana le compraba barquillos.

¿Ha notado alguna diferencia en la clientela con el cambio de generación?

La verdad es que mi padre tenía una buena cartera de clientes, y todos los que le llevan comprando toda la vida son los que ahora me siguen comprando barquillos a mi porque conocen el barquillo que trabajamos y les gusta.

¿Por qué cree que la gente sigue comprándole barquillos?

Creo que la razón principal de su éxito es porque son artesanos, los hago a mano, uno a uno. Es una tradición que mi abuelo comenzó y que yo sigo llevando a cabo. Yo creo que la gente siempre busca la artesanía cuando viene a esta playa, las cosas de toda la vida.

¿Cómo es su relación con Las Canteras?

Pues la verdad es que llevo viniendo toda mi vida a la playa con mi familia, desde chico. Yo ahora vivo por Las Rehoyas, pero mi padre vivía por Guanarteme, en la calle Churruca, que era donde hacía los barquillos. Recuerdo que, desde chico, iba descalzo desde mi casa a la playa. Siempre iba quemándome los pies, buscando la sombra de las farolas.

¿Le gusta el estado actual de la playa o cree que le falta algo?

Hombre, yo creo que la playa está mejor que antes. La avenida está muy bien, pero sí creo que le falta una cosa. Algún día me encantaría ver una figura de bronce de mi padre en el paseo de Las Canteras o en alguna zona cercana. Creo que ha sido un personaje habitual, entrañable y muy querido en la playa. Y no sería el única en tener una, ya que hay otros personajes en el paseo o en el parque Santa Catalina.

Además de su padre, ¿recuerda a algún otro personaje de la playa?

Sí, hombre. Había otro señor que siempre se ponía con mi padre que se llamaba Pancho, el de los helados. Siempre iba con un carro de ruedas de madera por todos lados y lo conocía todo el mundo también. Siempre se ponía con mi padre, él a un lado vendiendo helados y mi padre por el otro vendiendo barquillos.

¿Qué recuerdo de su infancia vivido en la playa resaltaría?

Nunca me olvido de los juegos que había antes, porque no había otra cosa. Recuerdo el juego del clavo, cómo convertíamos las ruedas de camión en colchonetas y jugábamos con ellas. Usábamos los barquillos de mi abuelo como recompensa para quien ganara al juego del clavo.

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