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Perfil

El hechizo del poeta maldito

Poeta, autor de Así se fundó Carnaby Street (1970), Poemas del manicomio de Mondragón (1987); entre otros, protagonizó junto a su familia los filmes El desencanto y Después de tantos años

El poeta Leopoldo María Panero, en la entonces llamada Cafebrería Esdrújulo. LA PROVINCIA / DLP

"El niño es el esclavo del hombre/ y la infancia es sólo/ una ruina en mis labios/ en mis labios cerrados a la vida". Es uno de los últimos versos del poeta Leopoldo María Panero, nombrado hijo adoptivo de Las Palmas de Gran Canaria con motivo de las fiestas fundacionales a título póstumo e icono de la poesía maldita y de los bancos de esta ciudad, donde reposaba cuerpo y mente mientras la vida fluía a su alrededor.

De todas las personalidades que han sido nombradas hijas predilectas y adoptivas de esta ciudad desde que se conformó este acto institucional hasta ahora, Panero es, sin duda alguna, la figura más atípica y transgresora a la que se le concede dicho galardón. Quién sabe si había que esperar a que estuviera muerto para que encajara en un acto tan protocolario y formal quien nunca fue precisamente eso.

Leopoldo María Panero nació en Madrid (1948) en el seno de una familia de la burguesía franquista conformada por su padre, el poeta Leopoldo Panero, su madre, Felicidad Blanc, y sus dos hermanos Juan Luis Panero -también poeta- y Michi Panero -escritor y crítico de televisión-.

Estudiante de Filosofía y Letras en la Universidad Complutense de Madrid fue encarcelado en varias ocasiones por su oposición al régimen franquista y sus tanteos con las drogas.

Su primer poemario: Por el camino de Swan (1968) y Así se fundó Carnaby Street (1970) le lleva al crítico José María Castellet a incluirlo en Los Nueve novísimos poetas españoles junto a otros escritores como Manuel Vázquez Montalbán, Félix de Azúa y Vicente Molina Foix, una nueva saga de poetas y escritores que rompen con el formalismo de la escritura anterior y que no es ajeno al impacto del cine, la publicidad y la contracultura que supuso el consumismo y el capitalismo. Es el comienzo también de sus entradas al psiquiátrico.

Para conocer en qué ambiente vivió y se conformó la personalidad de Leopoldo María Panero nada mejor que acudir a la cinematografía española. En El Desencanto, del director Jaime Chávarri (1976), y en Después de tantos años, de Ricardo Franco (1999), la familia y este hijo adoptivo de Las Palmas de Gran Canaria se retratan a sí mismos recordando primero la muerte del padre y, posteriormente, el fallecimiento de la madre.

Los dos docudramas no solo reflejan el ocaso de la familia Panero Blanc y los intríngulis de las relaciones filiales, sino también el de una época -el franquismo- y el desasosiego social que provocaron los nuevos tiempos de libertad.

A pesar de los más de veinte años que separan a las dos películas y de que ambas están rodadas por diferentes directores, nada deja indiferente al espectador. Ni las imágenes, ni las palabras de sus protagonistas.

El genio del poeta está latente en cada fotograma, tanto en su verbo como en sus silencios, su mirada y hasta en su figura desgarbada. Lo mismo que en sus versos desgarrados y subversivos que nunca dejó de escribir, a pesar de visitar a lo largo de su vida los psiquiátricos de Mondragón, Leganés y Las Palmas de Gran Canaria, tras diagnosticársele una esquizofrenia.

A la ciudad que este año le honra llegó en 1997, de la mano del poeta Claudio Rizzo y pronto se le vio deambular por sus calles, visitar sus bares y rodearse de jóvenes escritores, encumbrado desde hacia años por sus referencias a la destrucción, la transgresión y la falta de fe.

Su muerte -a los 65 años, víctima de un cáncer- tuvo incluso tintes surrealistas. Último miembro de la familia y sin testamento, sus restos estuvieron varias semanas custodiados en el hospital Negrín hasta que dos primas hermanas del poeta por parte de padre, residentes en Tenerife, acreditaron su relación para enterrar al poeta en Astorga (León), donde está el panteón familiar. Una circunstancia no exenta de litigio con el editor del poeta Antonio J. Huerga, del sello Fierro Editores, al que el escritor cedió sus derechos literarios en un documento privado fechado en 2011.

El escritor había dejado una extensa obra Poemas del manicomio de Mondragón (1987), Piedra negra o del temblor (1992) y Los señores del alma (2002); entre otros títulos, donde aborda el abismo que es la vida.

Los versos con los que se abre este artículo forman parte de El ciervo aplaudido, un poemario de 2012 inédito en España y que la editorial canaria El Ángel Caído acaba de rescatar para actualizar de nuevo al poeta. La reseña a esta nueva filigrana de la palabra no fue escrita por el autor, sino declamada en la terraza del Pub McCarthy's a la filóloga italiana Michela Scalia y al compatriota de ésta, el poeta Ianus Pravo, como bien relata y analiza la periodista Nora Navarro en su artículo del pasado suplemento Cultura de LA PROVINCIA / DLP bajo el título Un grito en el silencio, después de que un inquilino del psiquiátrico de la ciudad le destruyese su máquina de escribir. Es sin duda alguna una oportunidad para releer al poeta y reconfirmar su valía.

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