La noticia saltó a media tarde de ayer: "¡Ha muerto Blanca Naranjo Hermosilla!". Inmediatamente dije: "Gran Canaria pierde a una Grande de la Isla, fiel servidora y defensora de la grancanariedad y de España".

Hacía bastante tiempo que no coincidíamos, ni siquiera sabía de su vida. A principios de los años 90 del pasado siglo sostuve con ella una amplia entrevista que publicó LA PROVINCIA en la sección del suplemento dominical, a doble plana, 'Conversaciones a la sombra del Nublo'. Hablamos de todo.

De sus 39 años de entrega en cuerpo y alma a la Sección Femenina y de los 46 años de su servicio a España y, una vez retirada de la vida activa, de su silencio, de vida casi anónima, sólo dedicada a Dios, su familia y al círculo de sus amistades. Blanca era transparente, y por eso la charla fue abierta, sincera, amigable.

Una de sus cualidades fue ser y saber ser conversadora -tuvo dos extraordinarios maestros en sus padres, el procurador de los tribunales don Francisco Naranjo Morales y doña Blanca Hermosilla del Valle... Hablaba con voz pausada, prudente, como si midiera lo que iba a manifestar para no expresar más allá de lo que quería decir. Por eso había que entenderla en su sinceridad cuando exteriorizaba esa especie de hastío cotidiano de la política, de la vida gris del mundo moderno, de una sociedad asfixiada y asfixiante que, según ella, "parece haber perdido su fe, extraviado su rumbo y, por ello no vislumbra el mañana", sociedad de políticos vendedores de poder, como si se tratara de telas, café, o 'kleenex' aprovechando la luz roja en los semáforos de las esquinas.

El interés de Blanca Naranjo Hermosilla por la política tuvo su raíz en del año 1938, cuando hizo el servicio social. Luego se afilió a Sección Femenina, se integró e n el Grupo de Coros y Danzas de Las Palmas con el que, el 30 de mayo de 1939, asistió a la primera concentración nacional en la localidad vallisoletana de Medina del Campo, donde Franco entregó el Castillo de la Mota a Pilar Primo de Rivera diciendo "tengo fe en vuestra obra". Al regresar, en 1940, comenzó a trabajar voluntariamente en la secretaría de Las Palmas de Gran Canaria. En 1941 fue auxiliar de administración; en 1942, regidora y en 1946 fue delegada provincial, cargo que ostentó hasta la extinción del Movimiento Nacional, el 1 de abril de 1977.

Con la muerte de Blanca Naranjo, nuestra isla pierde a una gran mujer, a una Grande de Gran Canaria. Porque treinta y nueve años de entrega a Sección Femenina representan toda una vida. Vida de servicio y sacrificio. Vida quemada de amor -cuando el corazón se quema por la entrega a los demás, como lo hizo en vida Blanca Naranjo, deja una inmensa estela de amor -. Treinta y nueve años de entrega, de luchas, de trabajo, de juveniles amaneceres radiantes en albergues, de patearse caminos y montañas de toda España, de canciones, de amistades entrañables.

También, cómo no, treinta y nueve años de infidelidades, de incomprensiones, de amarguras. Treinta y nueve años como maestra de generaciones enteras de niñas y muchachas grancanarias, majoreras y lanzaroteñas -tuvo alguna de La Graciosa, también-, muchas de ellas madres y hasta abuelas y bisabuelas en la actualidad, a las que enseñó a hacerse mujeres de hogar, coser, cocinar, higiene, cultura, deporte, religión, infundió amor a la patria; a escarbar en las profundidades de nuestro folklore y cantar, bailar, tocar instrumentos, a derrochar alegría por plazas, calles, aldeas, montañas y caminos de las islas de la provincia de Las Palmas a través de las incomparables e irrepetibles cátedras ambulantes.

Cuando desapareció Sección Femenina, Blanca Naranjo no quiso homenajes. Se fue calladamente, con el corazón rebosante de generosidad y de agradecimiento. Como se nos ha ido ahora, hacia el Padre, a compartir y revivir todo lo bueno que enseñó, compartió y vivió mientras estuvo con nosotros. ¡Descansa en paz, Blanca, te lo mereces!