Vegueta es conocida y admirada por la belleza de sus calles y de las imponentes edificaciones señoriales que, a día de hoy, dejan entrever tiempos pasados de lo que fue hace siglos la ciudad que acaba de celebrar el 539 aniversario de su fundación. No obstante, no todo el pasado está a la vista en el barrio en el que Juan Rejón asentó su campamento para iniciar la conquista de la Isla encomendada por los Reyes Católicos. Seguramente muchos turistas y vecinos de la capital no sepan que, cuando pasean por su casco antiguo, lo están haciendo sobre 400 años de historia que permanecen enterrados justo debajo de sus pies, en el subsuelo que un día fue el suelo que compartieron ricos y pobres durante un par de centurias. Una convivencia que se rompió en el siglo XVIII con el deseo burgués de ennoblecer el entorno del que fueron alejados los más desfavorecidos, pero no su impronta que llega a la actualidad en forma de restos arqueológicos que reposan junto a la Catedral. A ellos, los sin nombre, es a quienes ha querido recordar el Cabildo en su última ruta guiada.

El historiador David Naranjo y el arqueólogo de la Administración insular son los encargados de dirigir la actividad que ha gozado de gran aceptación con un cupo de 90 plazas completamente cubierto y la promesa de repetir para todos aquellos que se quedaron fuera. Y es que este tipo de iniciativas suponen un viaje en el tiempo que, en este caso se inicia en la plaza de San Antonio Abad. Allí, delante de la ermita construida a finales de 1770 como una réplica de la que se derribó justo a principios de siglo, Naranjo inicia su retrospectiva hacia los días en el que en ese mismo lugar se celebró en 1478 la primera misa oficiada por el deán Bermúdez que dio por fundado el Real de Las Palmas. En aquel momento, el templo no era más que una casa canaria en medio del enclave a orillas del Guiniguada que, aconsejados por un hombre o una mujer que se les apareció (varía según los textos), eligieron los colonos para asentar su campamento.

"La torre no se construyó para crear una ciudad, sino como fortaleza defensiva", recuerda el historiador. Aún así, antes de que acabara la conquista de Gran Canaria, "la zona ya contaba con una planimetría". Es decir, los recién llegados ya especulaban con el reparto del suelo que, posteriormente, se haría en base a la implicación con la causa de incorporar a la corona el territorio isleño. Fue así como surgió una sociedad abierta, variopinta y hasta cosmopolita en el que el estatus social era el único elemento diferenciador.

Viendo el aspecto que tiene ahora, cuesta imaginarse cómo era hace más de medio milenio la zona donde tan solo el "replique de campanas" llega tal cual hasta la fecha, aprecia Velasco. "Las plazas eran los ejes vertebradores de la sociedad y hay que imaginárselo todo muy distinto, con el suelo de tierra batida, animales y mucha suciedad que provocaba unas condiciones de insalubridad que se traducían en la muerte de los más pobres. Había gente tirada en las calles, pidiendo", apunta su compañero en la plaza del Pilar Nuevo, donde entonces el Museo de Colón no eran más que un grupo de pequeñas casas que quedaban cerca de la Iglesia del Sagrario o Iglesia Vieja que se construyó para albergar el sagrario de la Catedral de Santa Ana en lo que esta terminaba de construirse, ocupando el templo "lo que ahora es el cimborrio" de la edificación catedralicia, explica David Naranjo. Esta no fue la única obra promovida por la fe.

En 1481 Martín González de Navarra dejó en su testamento su casa, así como una cantidad de dinero para que se construya dos obras piadosas como garantía de redención tras su muerte. Una sería una iglesia, la otra el Hospital de San Martín donde inicialmente los pobres de solemnidad, viudas y viajeros encontraron el refugio y la deficiente atención médica de aquel entonces a la que solo de esta manera, por falta de recursos, podían acceder. Tal era la desigualdad social que, cuenta el historiador, había personas que llegaban al centro médico provistas tan solo de una prenda de vestir que tras su muerte era vendida para sustentar los gastos del hospital. Fue en el siglo XVII cuando la institución también abrió una cuna de expósitos motivada por una elevada tasa de fertilidad y abandono de bebés.

"Para que los recogiesen, los niños eran colgados de las puertas y evitar así que se los comiesen las ratas y perros de la zona, como ocurrió en algunos casos", según recogió la hermandad encargada de la entidad. "Hubo una temporada en el que la tasa de mortalidad infantil en San Martín era del 100%", hasta tal punto que los pequeños eran enterrados unos encima de otro en el cementerio que se habilitó en el entorno de la plaza de Los Álamos.

La actividad del Hospital de San Martín cesó en Vegueta cuando en un deseo por "ennoblecer más la zona", en 1781 se decidió ampliar hacia el norte del edificio catedralicio, lo que supuso el traslado de los enfermos a la actual ubicación del enclave hospitalario en el barrio de San Juan. Esto también se tradujo en el cierre del antiguo callejón de San Martín y la apertura de la nueva calle San Marcial que dividió en dos hospital. Una vía donde también se creó una acequia y que junto a la placa que hay colgada en la fachada de la casa que hace esquina con la calle Herrería, recuerdan la existencia de este. No obstante, no son los únicos vestigios de cómo era el casco histórico de la ciudad antes de convertirse en el siglo XIX parte de lo que ahora es. Los restos humanos de todas aquellas personas sin nombre, niños a los que Naranjo se pregunta si alguien les lloró, siguen presentes en la trama urbana, enterradas tras dos enormes puertas de hierro junto a la Catedral. Así lo prueban las distintas intervenciones arqueológicas, la primera en 2001 y la última en 2010, en las que se han hallado numerosos huesos, si bien todavía son muchas las zonas que quedan sin exhumar en el solar que pertenece a la Iglesia en el que tanto Naranjo como Javier Velasco ven necesaria una intervención que garantice la conservación y la accesibilidad. "Una obra difícil por su elevado coste", asevera el arqueólogo, pero con la que se recuperarían 400 años de historia y, sobre todo, de historias de los sin voz de la ciudad.