La Audiencia de Las Palmas celebró ayer la segunda sesión del juicio contra el joven que mató en octubre de 2015 a su vecina en la calle Pérez del Toro de Las Palmas de Gran Canaria. Alberto Montesdeoca Pérez, de 20 años, rechazó el lunes las preguntas del fiscal Pedro Gimeno y de la acusación particular, pero los policías nacionales que llevaron la investigación han ilustrado al jurado sobre los detalles de su confesión en comisaría.

Montesdeoca golpeó a Saray en la cabeza nada más abrirle la puerta. Luego se dio media vuelta para regresar a su casa en el piso de abajo, pero cambió de opinión y volvió para rematarla porque sabía que lo denunciaría si la dejaba con vida. La agredió más de diez veces con una herramienta metálica mientras la víctima "gateaba" indefensa a la entrada de la vivienda.

Ese pensamiento, con cambio de intención incluido, revela hasta qué punto el joven era o no consciente de lo que hacía. La defensa, en ese sentido, plantea una eximente completa de la responsabilidad penal por enajenación mental transitoria, con el argumento de que Alberto era adicto a los videojuegos violentos; vivía en una realidad paralela y cometió el crimen enfadado porque su vecina interrumpió su partida para pedirle que bajara el volumen.

El acusado no mostró a los agentes arrepentimiento ni lástima por la víctima o su familia, sino que se preocupó de su futuro porque "quería estudiar Derecho en la cárcel" y convertirse en policía para investigar los delitos tecnológicos, dijo tras su declaración en la Jefatura Superior de Policía de Canarias.

Antes, sobre los detalles del homicidio, reconoció a los policías que "no podía dejarla viva porque le iba a reconocer y le denunciaría". Pensó de esa manera justo después de propinarle el primer golpe a Saray. La inquilina vivía desde hacía tres años en la planta de arriba con otra compañera. Ambas tenían alquilado el piso a la familia Montesdeoca y se llevaban bien con Alberto, según los agentes que han investigado el entorno de ambos. Los problemas, al parecer, eran con su padre, que se quejaba del ruido de las jóvenes.

El acusado, tras ese primer ataque, estuvo a punto de regresar a su casa en la planta de abajo, pero volvió sobre sus propios pasos para "golpear" a Saray "hasta que dejó de moverse", añaden los funcionarios del Grupo de Homicidios. Una vez en su domicilio limpió la sangre, tiró la ropa y cerró la ventana para no oír la agonía de la víctima.

Montesdeoca confesó los hechos el 10 de noviembre de 2015 de forma espontánea, dos semanas después de cometer el crimen, al verse acorralado por la Policía Nacional, pues los agentes encontraron dos contradicciones importantes que echaban por tierra su coartada: cuando llamó a Emergencias dijo que "una mujer" sangraba por la cabeza, pero ante los agentes especificó que no había entrado en la vivienda. El detalle no es baladí porque desde el umbral de la puerta, tal y como quedó el cuerpo de la estudiante palmera, era imposible comprobar si tenía o no una lesión en la cabeza.

Montesdeoca, además, añadió que no escuchó nada extraño porque jugaba al ordenador y tenía los cascos puestos, pero sí oyó el timbre de su casa cuando la compañera de Saray regresó al piso y le pidió ayuda. Los vecinos de un inmueble colindante, en cambio, sí percibieron un grito entre las cuatro y media y las cinco de la tarde, franja horario en la que el procesado mató a su vecina y deshizo de las pruebas incriminatorias.

Esas contradicciones convirtieron a Montesdeoca en sospecho desde el primer momento, sobre todo cuando la policía consultó las cámaras de seguridad y verificó que las otras dos personas investigadas no estaban en la zona cuando ocurrió el homicidio. Nadie en el barrio había visto nada especial, lo cual extrañó a los inspectores porque se trata de una calle muy transitada a esa hora de la tarde, con una escuela de danza y una guardería en las inmediaciones. Todo señalaba, por tanto, al vecino de abajo: Alberto era el único que estaba en el edificio y su coartada flaqueaba.

Por eso los agentes le comunicaron ese día que debía volver a comisaría para declarar, incluso le siguieron hasta el campus universitario, donde estudiaba Ingeniería Informática, con la finalidad de meterle presión y de forzar un error. El crimen seguía sin resolverse y no había parecido el arma homicida.

"Sabemos que has sido tú", le espetaron los agentes. El joven pidió permiso para levantarse, dio una vuelta a la sala y admitió los hechos, pero volvió a mentir a los investigadores sobre el arma: dijo que tiró las tijeras tipo cizalla a un contenedor, pero se las había dado a un amigo en una maleta cerrada con un condado.

Con ese amigo y otros acudió unos días antes de ser detenido al Salón del Manga, lo cual acredita que tenía vida social y contradice la teoría de la alienación por los videojuegos alegada por la defensa.