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Fortalezas contra piratas

La capital grancanaria contó con un "precario" sistema de defensa para prevenir los ataques marítimos, un legado militar ahora muy cambiado

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La ciudad de ayer | Fortalezas contra piratas

Francis Drake, François Le Clerc alias Pata de Palo, Morato Arráez, John Hawkins o Pieter Van der Does. Son algunos de los piratas, corsarios y militares que atacaron el Archipiélago durante casi 300 años. Ante tal amenaza, a la población no le quedó más remedio que fortificarse. Una vez aplacadas las escaramuzas de los indígenas que aún se podían rebelar contra la conquista castellana, los peligros venían del exterior, de allende los mares. De aquellas tierras y reinos que luchaban contra la monarquía hispánica por la hegemonía colonial del Atlántico.

"El aumento de la piratería francesa provocó que la ciudad de Canaria pida al rey Carlos I que se atienda la indefensión que padecía entonces por los cuatros costados", explica el geógrafo Fernando Martín Galán en su libro Las Palmas Ciudad y Puerto, en referencia a la ausencia de un sistema defensivo en Las Palmas de Gran Canaria a mitad del siglo XVI.

Fue en 1568 cuando comenzaron las obras para construir el torreón de Santa Ana. Este pequeño cubelo pretendía ser la primera parte de un baluarte marítimo que protegiera a la ciudad de los ataques piráticos, pero lo cierto es que poco más se hizo. El pequeño torreón logró pasar invicto el paso del tiempo hasta 1884. Las obras de ampliación del Muelle Las Palmas, en la zona de San Telmo, terminaron por sepultar este pequeño fuerte, cuyos cimientos están hoy bajo las cercanías de la Biblioteca pública del Estado.

En la segunda mitad del siglo XVI el ingeniero Juan Alonso Rubián diseñó un plan para amurallar la capital grancanaria. La idea era levantar un baluarte entre el cubelo de Santa Ana y la montaña de San Francisco, paralelo al trazado de la actual calle Bravo Murillo. Por el lado sur se levantaría otra pared para separar Vegueta de las fincas de San José.

Además, proyectó un castillo en la cima de San Francisco y un torreón que se bautizó con el nombre de San Pedro Mártir, hoy San Cristóbal. Precisamente, fue este edificio uno de los pocos que se consiguieron finalizar antes de terminar el siglo.

Cuando Francis Drake y Van der Does atacaron la ciudad en 1595 y 1599, respectivamente, el sistema defensivo estaba claramente "en precario". Así define la situación Pedro Quintana, doctor en Historia. Ante la ausencia de un ejército propiamente dicho, fueron los milicianos quienes se encargaron de defender la ciudad.

"El ataque frustrado de Drake causó mucho pánico en la ciudad por lo que se aceleraron los trabajos de fortificación", apunta Quintana. En cambio, el holandés logró saquear la capital cuatro años después. Entonces, en su intención de invadir el resto de la Isla, los milicianos en las laderas del Monte Lentiscal lograron derrotarlos.

Cubelo de Mata

En su huida, las tropas holandesas se llevaron hasta 32 cañones de las fortalezas de la ciudad. No obstante, la mayor artillería se encontraba en el cubelo del extremo superior de la muralla norte. Se trata del actual Castillo de Mata, cuya estructura original salió a la luz durante las excavaciones del arqueólogo Julio Cuenca en los últimos años. Estos restos son visibles en el interior del actual museo.

Tras este saqueo se tuvo que reconstruir la ciudad e intentar mejorar sus defensas. Según unos planos de 1588, el ingeniero italiano Leonardo Torriani diseñó poco antes del ataque un sistema de fortificaciones mucho más sofisticado. "Aquello nunca se hizo realidad, como siempre la culpa fue de la precariedad económica", insiste Quintana. De esta manera, la ciudad se quedó con dos modestas paredes (en el norte y en el sur) para cercarla. "Se simplificó el proyecto de Torriani y la muralla se olvidó de grandes baluartes", añade el historiador.

En 1650 comenzó la construcción del castillo del Rey, o de San Francisco, también con unas dimensiones menores de las esperadas. Según Quintana, esta fortaleza nunca entró en funcionamiento, pues no volvió a sufrir ataques como los del siglo anterior.

No obstante, se convirtió en el principal castillo de la ciudad junto con el de La Luz, en la bahía de Las Isletas. Desde el año 2005 pertenece al Ayuntamiento de la capital, cuando el equipo de gobierno de Josefa Luzardo lo compró al Ministerio de Defensa. Hoy sigue a la espera de las eternas esperas de reforma y conversión en museo. Sus instalaciones, ahora en abandono, acogieron durante el siglo XX prácticas militares, quienes realizaron importantes modificaciones.

Una foto de 1900 muestra a un nutrido grupo de jóvenes burgueses posando sobre el "cañón de las doce", junto al castillo del Rey. Se trataba de una pieza de artillería que marcaba el paso de las horas desde lo alto de la capital hace apenas un siglo. Poco después, en 1903 la Legión acometió importantes reformas tanto en esta fortaleza como en la de Mata.

En los años posteriores se construyeron varios pabellones para alojar a los militares. Incluso, se instalaron literas en los antiguos almacenes de pólvora de la Casa Mata, según relata la guía del museo de la Ciudad durante las visitas.

Las reformas de hace unos años eliminaron las almenas y lograron otorgar al edificio un aspecto más antiguo. También una remodelación dejó abiertas otras huellas del pasado. En 1993 la instalación de un colector de aguas bajo Bravo Murillo dejó ver los cimientos de la antigua muralla norte.

La ruinosa muralla

En la década de los cincuenta del siglo XIX se derribaron las tres portadas del baluarte capitalino: la de Triana, en León y Castillo; la de los Reyes, hoy en Reyes Católicos; y la de San José, al principio del paseo del mismo nombre. "En 1840 la situación de sus murallas se encontraba en estado de arruinamiento casi total", reza Martín Galán en su libro. "Incluso, la muralla sur o de los Reyes se encontraba prácticamente destruida, notándose apenas los cimientos sin arreglo alguno", apunta el geógrafo.

Dada su ineficacia militar, durante muchos siglos sirvió para "salvar" a las huertas de Triana de las arenas "fuera de la portada". Además, daba trabajo a muchos capitalinos para las reparaciones. "La muralla se construyó con las pocas rentas que generaba la ciudad, la gente tenía que ayudar, a veces trabajando gratis para completarla", indica Quintana, en referencia a su construcción a finales del siglo XVI.

El trabajo voluntario fue la pieza fundamental de este sistema defensivo. Los campos de dunas que se extendían en la zona de Santa Catalina y Alcaravaneras eran el lugar perfecto para hacer las trincheras tal y como reflejan los planos que realizó Torriani en 1588. En el siglo XVII se construyó un fuerte con el nombre de Santa Catalina, "para dar apoyo a los milicianos de las arenas", apunta Quintana.

Su posición en el mar sirvió para cubrir parte de la bahía de Las Isletas. Los gruesos muros de este castillete sobrevivieron hasta poco después de 1900, según atestiguan varias fotografías de la época. Pero la construcción del Muelle Frutero, hoy Base Naval, lo sepultó.

Este fuerte no solo dio apoyo a las trincheras de Alcaravaneras y La Minilla, donde también hubo un polvorín en el siglo XVIII "poco documentado", según Quintana. También pretendía ayudar, en términos militares, al Castillo de La Luz, la fortaleza más antigua de la ciudad y una de las mejor conservadas para las nuevas generaciones, quienes desconocen los peligros que entrañaba vivir junto al mar en Canarias.

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