La Guerra Civil Española y Canarias. ¿Queda algo por decir al respecto?

Les confieso que yo creía que no hasta la madrugada del pasado y reciente día 27 de junio cuando empecé y terminé una novela de Cecilia Domínguez Luis sobre el particular. Su título: Mientras maduran las naranjas, un verso sacado de uno de los poemas reunidos en el libro de Pedro García Cabrera, Entre la guerra y tú.

Dentro de la literatura de las Islas Canarias, contamos con títulos abundantes de lo que significó lo sucedido entre 1936 y 1939. Si yo tuviera que elegir algunas de esas obras me quedaría con dos. Con El barranco, la novela lírica de la canaria-cubana Nivaria Tejera, y con La prisión de Pfyffes, la novela crónica de mi admirado y ya desaparecido José Antonio Rial.

La hermosísima y tierna novela que publica ahora Cecilia Domínguez Luis (en la editorial grancanaria Cam-PDS, editores) tiene más que ver con la narración subjetiva de Nivaria Tejera que con la crónica lúcida de Rial, pero Domínguez Luis se distancia de una y de otro por el ejercicio de contención doctrinaria que practica en sus páginas y por el uso de un lenguaje ajustadísimo a la inocente mirada de la niña Sara que se convierte en la narradora axial de la historia.

Todo sucede durante esos tres años dramáticos de enfrentamientos fratricidas, en el norte de Tenerife, entre La Orotava y Los Silos, donde una madre, Julia, y sus dos hijas, Sara de ocho años, y Lupe de trece, ven desaparecer a su padre de muerte natural, y meses después sufren en el seno de la familia los embates del alzamiento franquista, encarcelamiento de sus cuatro tíos maternos en un primer momento, y, por fin, fusilamiento en 1940 de dos de ellos; en la realidad: Lucio y Manuel Illada Quintero, el primero abatido el 13 de enero de 1940, a las 6.35 horas, y el segundo, el 9 de noviembre del mismo año a las 7.00 horas, defunciones inscritas en el Juzgado Municipal de Santa Cruz de Tenerife, donde consta -de forma provocadora- que esas muertes se produjeron a consecuencia de una hemorragia interna según la certificación facultativa presentada.

La vida está llena de casualidades y la literatura también. Hace algunos meses, fui testigo de cómo Cecilia Domínguez Luis y el escritor Álvaro Marcos Arvelo se descubrían recíprocamente con cierto asombro el haber coincidido en sus dos últimas novelas respectivas: la citada Mientras maduran las naranjas y Al sueño polar de golondrinas (otro título también extraído de la poesía de Pedro García Cabrera y publicado por Ediciones Idea este 2010), en recuperar para la memoria de todos nosotros, y a través del filtro de la literatura, acontecimientos comunes.

Mientras que Domínguez Luis alude con mucha distancia a lo protagonizado por su pariente Lucio Illada Quintero, Álvaro Marcos Arvelo toma como uno de los ejes de su fábula la insurrección de deportados republicanos que este paisano nuestro lideró en la prisión de Villa Cisneros el 13 de marzo de 1937 y la posterior fuga hacia Dakar en el vapor Viera y Clavijo, a bordo del cual iban, entre otros, el hermano de Lucio, Manuel, el poeta Pedro García Cabrera, Layo Rodríguez de la Sierra, hijo del escritor y político don Luis Rodríguez Figueroa -asesinado también por las fuerzas franquistas-, o el escritor y farero José Rial Vázquez, padre del citado José Antonio Rial, junto a otros, hasta un número de ciento cincuenta y dos personas que recalaron en el puerto senegalés tres días después de partir de la ría de la Sarga de Villa Cisneros.

Justamente, Álvaro Marcos Arvelo basa su novela en un diálogo sostenido por un presunto aprendiz de maquinista del correíllo Viera y Clavijo en el año treinta y seis, un tal San Juan, ya muy viejo y a punto de morir, con un joven senegalés, Amadou, que ha llegado a Tenerife a bordo de una patera. Un cruce de destinos en un Atlántico dramático, el de la Guerra Civil y el de la inmigración clandestina, que usa Álvaro Marcos Arvelo para radiografiar la historia mediata e inmediata de dos seres desidentificados por las circunstancias y que juegan a sobrevivir en el ámbito terrestre y marítimo de las Islas Canarias en dos momentos muy distintos en el tiempo, pero no menos desventajosos.

Sorprende comprobar cómo, sin proponérselo, los novelistas Cecilia Domínguez Luis y Álvaro Marcos Arvelo se han encontrado, desde alejadas vertientes, rescatando para nuestra memoria acontecimientos históricos muy ligados, y sorprende, además, las dos entonaciones narrativas elegidas para literaturizar pasajes de la Guerra Civil tan inquietantes.

Cecilia Domínguez Luis ha optado por narrar en escorzo, desde la experiencia de una niña perteneciente a una de esas familias golpeadas por los sucesos de 1936.

Álvaro Marcos Arvelo se decidió por un personaje que pudo ser coprotagonista de la aventura bélica del Viera y Clavijo, el mencionado San Juan, y que, al final de su vida, se siente culpable por no haberse comprometido con la causa republicana hasta las últimas consecuencias.

Dos originales acercamientos al siempre recurrente asunto de una guerra, que ni nos iba ni nos venía, pero que terminó por destruir la convivencia de una sociedad insular que no merecía este castigo.

Todas las guerras son absurdas, y algunas más absurdas que otras. En cualquiera de los casos, en la mayoría de esas confrontaciones siempre se dan heroicidades anónimas como las que ahora Cecilia y Álvaro Marcos han tenido la generosidad de rescatar en las páginas de una literatura narrativa que siempre termina por poner un poco de orden y de belleza, aunque sea la belleza del drama, a todo lo que nos acontece a los humanos; un poco de orden y de belleza al "laberinto del recuerdo", como le gustaría precisar a Arturo Maccanti.

Una vez más la literatura se ha encargado, con sus sutiles herramientas, de que la vida no se edifique a base de destruir la memoria.

Uno lee las novelas de Cecilia Domínguez Luis y de Álvaro Marcos como fragmentos de una gran pesadilla vivida por seres que nos quedan muy cerca y a los que no les hemos prestado la atención que merecían. No sólo a las víctimas directas del genocidio, sino a los entornos familiares que quedaron marcados para siempre por la tragedia compartida.

Cecilia y Álvaro Marcos han sabido crear y recrear a sus personajes, han sabido ponerlos en movimiento en unos escenarios grises y agresivos, han acudido a la historia no sólo para quedarse en los documentos escritos o en los testimonios trillados, sino para salvar los altos sentimientos que se agitaron en tan complicadas circunstancias.

La literatura es un género invasor que se nutre de otras muchas fuentes para organizarlas en una unidad superior de la manera convincente y bella que tanto Cecilia como Álvaro Marcos han logrado en sus dos últimas novelas.