La envidia, de siempre los españoles se la han atribuido en exclusiva, afirmando que la misma es su deporte nacional. Y resulta que no es así, que estaban equivocados, que ésta por su fuerte contenido de carga humana es universal. Ella nos acompaña desde que damos a trompicones los primeros pasos y es motor de voluntades y modos de conducirnos en nuestras relaciones personales con los demás, ya sean compañeros de pupitre y recreo, mesa de trabajo, colegas de alguna profesión o aquellos familiares más íntimos llegando a ser -la envidia- una de las grandes potencias del alma.

Hay quienes evitan despertar la envidia temerosos de sus negativas consecuencias. ¿Logré algo importante, me van de perlas los negocios, gané un buen premio ya en metálico o simple reconocimiento de mérito?, cuanto menos gala haga de ello mejor. Quien destaca por encima de los demás en una organización política, en la esfera privada o mera representación social o profesional, a ése pronto le cortan la cabeza, cosa que también tiene mucho que ver con la mediocridad. La envidia -dicen- es un sentimiento y estado mental donde existe dolor en quienes la padecen, desdichados por no tener los bienes, el prestigio, la gloria del triunfo y la felicidad que observan en el otro, produciéndole una profunda tristeza porque ellos nada de eso poseen.

La posición y el dinero heredados no se envidian tanto como lo que es adquirido con el esfuerzo personal y el trabajo. Hay quien se obsesiona y deja de vivir en su tranquilidad porque está afectado de este mal. Ictericia del alma es la envidia. Según don Francisco de Quevedo la envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come. Con Galdós, su anticlericalismo y haber sido diputado a Cortes por una conjunción progresista sirvió de coartada a la envidia nacional para negarle la posibilidad del Nobel; y a Concha Espina, la niña de Luzmela, piadosa beata y apolítica, el hispanista y académico sueco profesor Wulff fue quien le presentó su candidatura; con los votos de la Academia Francesa y sin el apoyo de la de España, esa madre que ella tanto amaba, la carcoma roedora de la envidia hizo que le faltara un solo voto para alcanzar tan preciado galardón.