El presente relato tendría escasa consideración, si no hablara de la absoluta carencia de sensibilidad que tuvieron para con Canarias dos personas conocidísimas y sumamente interesantes, pertenecientes ambas y cofundadores de la Unión de Centro Democrático, la famosa UCD, a quienes durante la etapa anterior a la Transición, en las postrimerías del franquismo, tuve la oportunidad de conocer bastante a fondo. Una de ellas, Francisco Fernández Ordóñez, intelectualmente muy valiosa y muy preparada, con un currículum técnico-jurídico admirable, poseedor de impresionantes cualidades miméticas políticamente camaleónicas, mal enemigo, por tanto, con singular facilidad para la intriga y distorsión, según mejor conviniera a sus intereses personales políticos, lo que le hacía ser doblemente peligroso.

Me refiero a quien llegara a ser ministro de Hacienda y de Justicia con Adolfo Suárez, quien antes, durante el franquismo, había sido por designación política ministerial secretario general técnico del Ministerio y luego Instituto Nacional de Industria, el poderosísimo INI, cargo del que dimitió al apercibirse de que ya estaba más que cantada la desaparición del franquismo, para liderar, en unión de varios más, la llamada plataforma democrática, y luego, tras la Ley suarista de Partidos Políticos, el socialdemócrata Acción Democrática, que con otros se integraría en la UCD y que tras mantenerse con esta formación política en el poder titularizando las carteras antes expresadas en sendos gobiernos de Adolfo Suárez, al ver cómo se derrumbaba dicha fuerza política, después de ponerse unos meses al frente de su antiguo partido, que sacó a flote, por haberse granjeado durante varios años consecutivos la confianza felipista (él y yo, con algún otro, como el propio Suárez, sabíamos el porqué...) y el favor del PSOE en general tras el triunfo socialista electoral de 1982 fue nombrado, prácticamente sin solución de continuidad, nada menos que Ministro de Asuntos Exteriores del primer Gobierno socialista.

Las dificultades que frecuentemente encontré siempre en Paco Ordóñez, estando ambos en la UCD, en relación con la consecución de soluciones para determinados problemas canarios corrió pareja con la actitud de Fernando Abril Martorell, quien para mí también siempre fue un hueso duro de roer.

Parecían ambos, Paco y Fernando, Fernando y Paco, o aquellos ministros de la época franquista, poco conocidos como interlocutores del momento, o más bien los actuales cargos públicos socialistas o coalicioneros canarios, cuando la pretensión no proviene de un afín. Los más celebérrimos ministros del dictador, cuando llegaban a las islas o regresaban de las mismas a la Península, llevaban consigo como frase acuñada para la ocasión aquello de que "Canarias estaba lejos en la distancia pero cerca en el corazón", lo que repetían hasta la saciedad, cual consigna que recibieran antes de hacer las maletas en la llamada Capital del Reino, para su visita a nuestras islas, que no se cansaban de calificar como "Afortunadas" y que, salvo algún que otro despiste como el que sufrió el todopoderoso ministro de Franco Solís Ruiz -vocablo, por otra parte muy frecuente-, al despedirse diciendo "cuando regrese a España...", lo que molestaba profundamente a los isleños y que hoy quisiera para sí haciendo las delicias de un tal Artur Mas y compañía, Jordi Pujol incluido...

Pues bien, Fernando Abril Martorell, merced a su entrañable y consolidada amistad con Suárez, quien siendo gobernador civil franquista de Segovia le había nombrado presidente de la Diputación Provincial, llegó a ser uno de los hombres de su máxima confianza e incluso nada menos que vicepresidente de su Gobierno, sentimiento que resquebrajaría en los últimos días de UCD, lo cual en más ocasiones de las deseables me obligaba a un notable esfuerzo a favor de los intereses canarios para poder neutralizar la mentalidad de quien, como él, y al igual que Paco Ordóñez, con respecto a nosotros seguía con el talante propio de un mero presidente de Diputación peninsular y no como ministro o vicepresidente del Consejo de Ministros integrado por gente en su totalidad de la UCD. Ambos, pues, tanto Paco Ordóñez, como familiarmente le llamábamos, al igual que un tanto despectivamente, por sus ocurrencias, Fernando el Caótico, a Abril Martorell, no solo no fueron nulos defensores de los intereses isleños en presencia, sino casi siempre insensibles con la causa canaria y, lo que es peor aún, verdaderos obstáculos que pudimos superar en muchas ocasiones, sorteándolos merced a mi fraternal relación con Adolfo Suárez y su extraordinaria sensibilidad política en general y concretamente con Canarias a donde se desplazó durante casi toda una semana ininterrumpida, como presidente del Gobierno, para conocer in situ nuestros problemas y posibles soluciones, con la valiosísima colaboración tanto del ministro entonces de la Presidencia José Manuel Otero Novas, mi fraternal amigo y compadre consorte, quien le acompañó, gran amante de nuestra tierra.

Al igual que Rodolfo Martín Villa, quien desde los tiempos del mismísimo franquismo, siempre nos distinguió con el conocimiento pleno de nuestra idiosincrasia y sincero cariño, hasta el punto de que nada menos que un fin de año lo pasamos ambas familias en mi casa de La Graciosa. Todo un fracaso por mi parte, ya que apenas pudimos salir de ella dada la ventisca que se levantó, salvo para comernos una deliciosa paella marinera a la que nos invitaron, con sabrosísimas lapas, como solía decirse en argot más bien jurídico "los propios del lugar". Nunca llegué a conocer la razón de las sendas incomprensiones de Paco Ordóñez y Fernando Abril para con nosotros.

Acaso, por lo que al primero se refiere, traiga causa de algún resentimiento personal o de corte institucional, como causa o consecuencia de cualquier inolvidable enfrentamiento con los canarios que defendieron, finalizando ya el franquismo, al que él pertenecía, la Ley del Régimen Fiscal de Canarias de 1982, defendida con uñas y dientes especialmente en el Ministerio del que Paco era secretario general técnico por nuestros representantes políticos.

La provincia de Santa Cruz de Tenerife, por el contrario, acaso tenga motivos de especial agradecimiento habida cuenta de que en un punto concreto dicha Ley les favorecía.