La dinámica actual no parece permitirnos distraer un valioso minuto dedicado a la reflexión. La vorágine en la que estamos instalados, los modernos medios de comunicación, la era digital, los silenciosos mensajes a través del teléfono móvil y otros tantos nos alejan del calor humano, de la escucha de la voz amiga, del tiempo del café, de las sobremesas o de las tertulias bajo alguna nube exhalada por boca del placer.

No hay tiempo para casi nada pero aún así habrá que aprender a extraer ese período tan valioso para el contacto, para la reflexión. Los pequeños tienen prisa por ser mayores y los mayores entorpecemos nuestro tiempo en mirarnos el ombligo pensando que seguimos tiesos como robles.

Nos hemos instalados en la locura, dicho sin ánimo de ofender. Vivimos de zarpazos en zarpazos.

La abdicación de nuestro Rey Juan Carlos I y su propuesta de ceder el trono a su hijo don Felipe ha llevado aparejado ríos de tinta, y los que queden por ver. Y para todo pedimos explicaciones, incluso más, las exigimos. Queremos una relación causal que nos aclare el entendimiento. Francamente,-dicho sin segundas-, si abdica es porque puede hacerlo ¿alguien podría evitarlo? Es evidente lo personalísimo del acto. Se va don Juan Carlos y otro vendrá.

El dilema que subraya esta situación es la puesta en escena del modelo de jefatura del estado, monarquía vs. república. ¿Y estas prisas? ¿Cual es la más barata? Estamos de mudanza y ocurre con bastante frecuencia que se hace cierto aquello de "cambiemos todo para que todo siga igual".

Todo es corruptible salvo el brazo de santa teresa, al menos eso dicen. No conozco ningún régimen que sea eterno porque, por obvias razones, ninguno lo podemos vivir. Y así estamos de parche en parche; observese que la ocupación de los diputados es legislar. Tenemos a la diosa de la constitución pariendo artículos todos los días y no se cansan. Poca utilidad cuando se precisan tan largas explicaciones.

Lo importante y lo urgente deben marcarse en cuanto a escalas. La urgencia de resolver los penosos casos de pobreza, de hambre, de malnutrición infantil, el acceso a la vivienda digna y al trabajo, a la sanidad y a una educación universal es absolutamente prioritario. No debemos seguir hablando del hambre señalando a terceros. Es asunto que nos concierne a todos, especialmente a los que administran nuestros dineros que para eso hemos depositado nuestros impuestos directos, indirectos y medio-pensionistas en el talego de Hacienda,-diz que somos todos-.

Los lunes caritativos y limosneros debieron dejar paso a la distribución justa de la riqueza, a la administración honesta del caudal público. No me parece justo amenazar con que pague el que más tiene porque a tenor del esfuerzo con que se consiguió no es de recibo que venga el Robin Hood de turno a hacer de las suyas. Prefiero que se fije el modelo de adquisición y dejar en paz a quienes lo han trabajado bien. Lo que se posea como producto de loterías, de estafas, de corrupción o de fraude, de andares por el filo de la navaja legal, que paguen conforme a la regla de la proporcionalidad. Miremos con respeto el trabajo de nuestros antecesores y no echemos a perder el sudor de generaciones con impuestos sucesorios absolutamente voraces.

La clase media languidece y de manera inquietante no atisbo el menor deseo de que se forje de nuevo esta maltrecha capa social. Reside en ella la capacidad de ahorro, de trabajo de la pequeña y mediana empresa, y es muy grave finiquitarla con impuestos y gravando cualquier movimiento dinerario. El dinero es tan cobarde como las gallinas. El que lo tiene lo guarda en el colchón y la inteligencia suprema de nuestros políticos apunta al estrangulamiento de la clase media y apuntala a las más altas despojando a la de peor condición,-económicamente débiles que se diría en época anterior-.

He visto implorar un puesto de trabajo, un plato de comida, un vaso de leche para los niños, y usted también asiste a este deplorable espectáculo. Se nos va la humanidad con los nuestros y con los que viene de tierras empantanadas de sangre y moscas.

El poder ha sido conferido por los votos a nuestros representantes. Hemos creído en ellos y en su capacidad y honestidad. ¿Qué han hecho? Me da exactamente igual los de uno u otro color, reitero la pregunta.

Mi buen amigo el majorero Domingo Saavedra me pide opinión sobre las recientes elecciones europeas. Quizás convenga reflexionar sobre nuestros propios mocos y luchar por transformar nuestro modelo de pensamiento hacia la capacidad crítica y de razonamiento.

Me importa si las elecciones las gana éste o aquél, si se va el Rey, si viene Felipe VI o si queremos una República. Si que me importa pero es un deber imperativo exterminar la mísera condición de pobreza y hambre de nuestros congéneres,- incluidos los que saltan las vallas de la verguenza o están al otro lado de la misma-. antes que nada, prioritariamente, urgentemente.

Para esto se ha presentado usted, distinguido político, y es su deber arreglarlo. Si no sabe o no puede, sea honesto y lárguese con viento fresco y sin prebendas. ¿Y aún se preguntan por la razón del desafecto?

"Primum vivere, deinde philosophari"