La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Inventario de perplejidades

Blindarse contra el miedo

El 11 de septiembre de 2001- según nos contaron- dos aviones de pasajeros pilotados por terroristas islámicos, algunos de los cuales habían seguido cursos de vuelo simulado en una academia norteamericana, se estrellaron contra las Torres Gemelas de Nueva York con 17 minutos de intervalo entre ellos. A estos dos, siguió un poco más tarde un tercer avión que se estrelló contra el edificio del Pentágono y un cuarto cerca de Shaquesville, tras una lucha de los pasajeros contra los secuestradores para evitar que dirigiesen el aparato hacia la Casa Blanca. Pese al tiempo transcurrido, el relato tiene muchos puntos oscuros, y nadie se explica como unos individuos armados con cúters pudieron reducir a la tripulación y a los pasajeros. Y todavía menos como, con tan limitados conocimientos sobre la navegación aérea, pudieron dirigir con tanta precisión unos aviones contra esos objetivos, sin haber practicado nunca maniobras simuladas de despegue ni de aterrizaje. El relato oficial deja en el aire otras muchas incógnitas, pero produjo dos efectos inmediatos. Uno servir de pretexto para que el gobierno de Bush le declarase la guerra al terrorismo internacional y justificase la invasión de Afganistán y de Irak como supuestos cómplices en el ataque. Y otro, someter el tráfico aéreo a unas medidas de control exhaustivo aparte de considerar a todos los pasajeros como hipotéticos sospechosos de terrorismo. Entre esas medidas estuvo obligar a la instalación de una puerta blindada en la cabina de mando de la aeronave para impedir el acceso desde fuera de la misma a un hipotético asaltante. La cabina tiene tal grado de impenetrabilidad que permite al piloto o pilotos que permanezcan encerrados dentro de ella bloquear la puerta a cualquiera que pretenda franquearla desde fuera incluso conociendo la clave electrónica de desbloqueo. Y eso es justamente lo que le ocurrió al comandante del avión que había salido un momento al cuarto de baño dejando a su copiloto al mando. Al regresar a su puesto se encontró con que su compañero había aprovechado para cerrar herméticamente la puerta y dirigir el aparato en vuelo descendente contra un paraje alpino con 150 personas a bordo. Una vez consumada la tragedia, ahora todo son especulaciones sobre el estado psicológico del copiloto, sobre la responsabilidad de la compañía en su control, sobre los exámenes médicos que deben ser exigibles a la tripulación de los aviones de pasajeros y hasta sobre la línea de defensa de la compañía de seguros que ha de indemnizar a las víctimas. No sería lo mismo calificar el suceso de homicidio deliberado que como involuntario. Es difícil meterse en la cabeza de un suicida y más todavía dilucidar si fue plenamente consciente del daño irreparable que iba a causar al pasaje. De todo eso se habla y se escribe en los medios aunque en ninguno he visto plantear la posible revisión de las condiciones de seguridad de esa puerta blindada para facilitar su acceso en situaciones de extremo peligro. La única recomendación que parece abrirse paso es la de obligar a que siempre vayan dos personas de la tripulación dentro de la cabina. Es difícil, casi imposible, blindarse contra el miedo después de haberlo sembrado. O nos exponemos al riesgo de confiar en otros seres iguales a nosotros o estamos perdidos.

Compartir el artículo

stats