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El análisis

Hipocresía global

Me llamo Yandí. Tengo 15 años". Bastaron aquellas seis palabras y una vocecita de pájaro herido de voz apenas audible para que el grupo que estaba rodando el documental Chicas Nuevas 24 horas, con Mabel Lozano al frente, se emocionara. Yo, doy fe, estaba emocionada. Como me emociono ahora escribiendo estas líneas. Como me emociono siempre que recuerdo a Yandí. Y lo he hecho muchas veces escribiendo mi novela Puta no soy (Lid Editorial), que está inspirada en ella. En efecto, 15 años y no era lo que yo había imaginado. Estábamos en Perú. Nos dijeron que por fin nos encontraríamos con una joven que había logrado huir de una situación de trata. Y yo pensé: una Lolita. Pero no era Lolita. Yandí era una adolescente, pequeña de tamaño, algo llenita, de formas casi infantiles, con una camisa de cuadros, que solo soñaba con seguir subiéndose a los árboles y jugar al fútbol. Era el epítome de lo que ocurre en su país, donde muchas niñas y mujeres son engañadas, con el señuelo de ser contratadas como camareras (allí las llaman meseras) o cocineras, para encontrarse después con que sus captores las conducen a los prostibares (con ese nombre a nadie se le escapa su actividad) a los que acuden mineros de los poblados de minería ilegal o informal de Madre de Dios, en el sureste peruano, donde está ambientada mi novela. Yandí había tenido "suerte". Había logrado escapar antes de ser obligada a ejercer la prostitución. Pero ella ya sabía de grandes y profundas vejaciones, a pesar de su corta edad. Y sobre todo le habían truncado el destino: ella iba a Puerto Maldonado como mesera, no como puta.

Miran para otro lado en países como Perú, en los que hay lugares que ofertan esos trabajos "legales" en sus oficinas de avisos, repletas de carteles donde justamente lo que se pide son camareras, cocineras, cajeras? curiosamente para una zona, concretamente cinco kilómetros atravesados por la gran carretera Interoceánica, llena de prostibares. Miran para otro lado las familias. Mira para otro lado la sociedad. Y las autoridades, por más que exista en Perú un plan nacional contra la trata e incluso un teléfono para denunciar. Miran para otro lado todos, conscientes de la situación, sabiendo que el país andino, cuya montaña sagrada, Machu Picchu, cualquier humano sueña visitar antes de morir, permite esa trata interna, diferente a la de otros lugares de Latinoamérica, porque sus víctimas no salen de Perú, permanecen, en general, allí para dar satisfacción a los puteros internos, mineros o no. Por cierto, en los propios aeropuertos a los que llega el turismo se alerta contra la trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual.

Pero no es el único lugar en el que se mira para otro lado. Crucemos el Atlántico y lleguemos, digamos, a España. Aquí, supuestamente, protegemos a la infancia. Pero hay niñas víctimas de trata obligadas a ejercer la prostitución, fundamentalmente extranjeras, aunque se han dado casos de trata o al menos de explotación sexual interna. Aquí contamos con una Ley de Violencia de Género para proteger a las víctimas de sus agresores. Y, sin embargo, convivimos con la esclavitud del siglo XXI y nos quedamos tan anchos.

Tan anchos cuando viajamos por las carreteras que cruzan nuestro país y vemos los clubs, muchas veces iluminados con formas de mujer, explícito mal gusto, sin preguntarnos quién habita detrás de esos muros, qué mujeres se encuentran allí ejerciendo la prostitución, la mayoría de ellas obligadas, sin papeles, sin conocimiento del lugar en el que se encuentran, al que muy probablemente han llegado engañadas en primera instancia o trasladadas desde otro club, en segunda instancia. Que por qué se las traslada. Porque el cliente manda y al cliente le gusta encontrar carne fresca y nueva cuando vuelve al lugar del "crimen". Y no hablo de crimen en sentido figurado. La trata es un delito. Un delito contra los derechos humanos. Un delito de lesa humanidad. El tercer delito ilegal más lucrativo, después del de armas y el de drogas. No nos planteamos quién está allí, ni sus condiciones de vida, ni si las han desposeído de sus pasaportes o documentos de identidad (afirmativo). Ni tampoco si están allí obligadas, lo que sucede en un 80% de los casos de mujeres que ejercen (afirmativo). Ni si están o no amenazadas (afirmativo). Ni si son libres (negativo).

Tan anchos cuando tiramos el enésimo papelito que encontramos en el limpiaparabrisas del coche, con publicidad de una sauna o de un local en el que prometen masajes con final feliz. Sin considerar que también en estos locales se oculta la trata, lo que debería tener en cuenta ese casi 40% de hombres que en nuestro país afirma consumir o haber consumido servicios de prostitución.

Tan anchos cuando pasamos por las calles en las que las mujeres se ofrecen y tienen a su proxeneta vigilando desde el local más cercano. Y cuando pasamos las páginas de muchos de nuestros periódicos y nos sobresaltamos leyendo que han detenido a un grupo de? qué más da la nacionalidad? que esclavizaban a mujeres y menores víctimas de trata. Y cuando pocas páginas antes o después pasamos por páginas de contactos en los que también se oculta la misma realidad.

¿Somos una pandilla de hipócritas? Afirmativo.

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