El otro día me invitaron a uno de esos restaurantes que se ponen de moda de pronto y que parecen copar todas las conversaciones, a poco que se mencionen los temas del buche.
No sé si por la calidad de los comensales, o por política de la casa, el maître no perdía oportunidad de indagar sobre nuestra satisfacción hasta el momento; así después de los entremeses, ahí estaba inquiriendo si todo estaba a nuestro agrado. Tras el primer plato, nueva visita para con reverencia servil inquirir sobre si todo iba bien. Como no, después del segundo plato, nueva aparición del susodicho para preguntar de nuevo "¿Todo bien?". Como ya me estaba cargando algo, sobre todo teniendo en cuenta que más que una estrella Michelín como me habían asegurado que merecería el restaurante, no me parecía a mí que pudiera ostentar ni un simple asterisco, no pude aguantarme más, y previendo que a los postres se nos iba a aparecer de nuevo para el consabido interrogatorio "¿Hasta ahora todo bien?", le rogué que se acercara. Quizá me pasara un pelín, pero el caso es que procedí a contarle el chiste del hombre que se está cayendo de un rascacielos, y que al pasar por las distintas plantas, los inquilinos que se asoman a la ventana le van preguntando qué tal le va, y el proyectil humano sólo acierta a contestar "..de momento todo bieeen...".
No me atrevo a asegurar que captara la indirecta, pero el caso es que también nosotros, al presentárseno s la cuenta, intuimos lo que habría sentido el hombre del rascacielos, al estrellarse contra el pavimento.
