La Provincia - Diario de Las Palmas

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Calafateando

Amanecer de la memoria

Se siente cuando menos extrañeza al ver la aceptación que se da por la sociedad de un hecho injusto, como es que después de más allá del medio siglo en que el bando vencedor pudo honrar a sus muertos de una terrible guerra entre hermanos, las familias de los perdedores no hayan podido hacer lo mismo. Este hecho que nos parece tan irracional por la forma en que se produjo en los inicios del golpe de Estado y después de acabada la contienda como medio eficaz de implantar el terror, no es lo más relevante; lo que en verdad sorprende es la aceptación tan decadente que de él hacemos todos, dando de manera natural por bueno en una democracia moderna que todavía quede la huesa, desconociendo en la mayoría de los casos su paradero, de represaliados políticos en las cunetas, pozos, simas y paredones sin que se les haya podido dedicar una oración en una inhumación digna como todo ser humano merece.

En un intento de racionalizar algo que quedó en el trastero indecoroso de la Transición política y que tan bien vendió la derecha franquista por aquello de hacer tabla rasa buscando el perdón por la barbarie de los vencedores, unido a las ansias de libertad y normalidad cívica en convivencia de los demócratas, el gobierno de Zapatero puso en marcha la Ley de Memoria Histórica, respondiendo así al clamor que había por los deudos de los miles de desaparecidos. Consignada económicamente, hubo tiempo de descubrir fosas por los técnicos y empezar a dar respuesta a muchas familias que consiguieron el ansiado reposo de sus desaparecidos. Hasta que vino el PP. Hace unos días, preguntado su presidente Rajoy por un acólito que ve dispendiosa la pequeña ayuda que se hace a la Ley de Memoria, contestó muy orgulloso, y presumiendo, que desde que él llegó ha hecho mucho cortando de raíz la asignación, y para que quedara más tranquilo añadió que mientras él sea presidente quedará así, sin un euro.

La pregunta que nos hacemos los ingenuos es por qué de tanta resistencia del PP a que se aplique la Ley de Memoria Histórica, se quiten monumentos, símbolos y el callejero franquista. Sabemos que su fundador, Manuel Fraga, fue un destacado ministro de Franco, que en el Partido Popular y las esferas del Gobierno hay hijos y nietos de importantes gurús franquistas, pero ya podían disimularlo. Esta resistencia es la que ha hecho que aparezcan asociaciones de la Memoria Histórica en todas partes. Que sepamos, por aquí tenemos la Asociación Canaria de Víctimas del Franquismo y la Asociación de la Memoria Histórica de Arucas, cuya labor es de lo más encomiable. Canarias, que no fue escenario de guerra, sin embargo aportó un considerable número de mártires por la acción represora. Mil ochocientas personas fueron asesinadas sin que de por medio hubiera nada de lo que se entiende por guerra. El procedimiento fue las sacas nocturnas y la desaparición sin dejar rastro, como medio de liquidar al adversario y de paso implantar el terror. En la memoria colectiva están, por ejemplo, en Agaete, el farmacéutico Fernando Egea y en Las Palmas Alberto Calimano, Jefe de la Policía Local, y así en casi todos los pueblos de la Isla. Sin embargo hubo uno, Guía de Gran Canaria, en el que su alcalde, don Basilio Ramírez, enfrentándose a las huestes falangistas impidió que se llevaran a ningún hijo de su municipio. Enterado Este de que un día, al anochecer, había una camioneta cargada de un indeterminado número de presos, se personó en el lugar exigiendo al cabecilla somatén una relación detallada de las personas y que se la firmara, haciéndolo responsable directo de lo que les pudiera pasar a los que se llevaba, cosa que la canalla cobarde no se atrevió hacer. De este modo Guía se convirtió en la excepción que confirma la regla: se libró de los casi dos mil desaparecidos dejando viudas y huérfanos en espera de alguna justicia. En Gáldar tuvimos también un bravucón represor franquista de ingrata memoria, el guardia civil sargento Olegario.

Todo esto forma parte de una vida que a mí no me gusta. La vida es comedia y cada uno de nosotros representamos un papel que nos es dado por el azar. Cómicos de nuestro destino somos. Nos pasamos gran parte de la existencia eligiendo o renunciando a muchas cosas que creemos importantes cuando en realidad no lo son. Espectadores de grandes hazañas y de miserias hediondas hechas por nuestros semejantes, pero también por nosotros. Siempre esperando por un siquiera pequeño sketch donde nos redimamos o nos rediman de tanta animalidad de comportamiento humano con ustedes, mis amigos, y conmigo.

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