Llega el carrusel de grandes. El primer ínclito en aterrizar en el Gran Canaria es el Atlético, campeón de invierno, que dobla en puntos a la UD. En total 26, los distancia en la tabla. Casi nada. Sin ahondar en las frías estadísticas, sus presupuestos, al igual que sus ratios en competición, son tan dispares como sus objetivos. Mientras que los amarillos pelean por quedarse en el Olimpo un año más, los colchoneros anhelan ganar el título con unos registros sólidos y refrendados con un juego rocoso y efectivo.

Sin embargo, si hay algo en común entre ambos es la pasión de sus aficiones por los colores. La devoción que profesan los seguidores va más allá de lo racional. Los ritos compartidos por estos históricos lleva a las hinchadas a sufrir hasta la extenuación cuándo la sombra de la derrota aparece. La UD como el Atleti son sentimientos, que dice la canción. Pero, a la eterna pregunta de por qué se sigue a un determinado equipo hasta la demencia, basta decir que los círculos cercanos son claves.

El madrileño, por ejemplo, es común que sea del Madrid o del Atleti, y en el caso del sevillano, Betis o Sevilla es su incontestable religión. Pero, el fútbol es de las pocas pasiones donde la bigamia está bien vista. Algo que se verá refrendado con la llegada del primer grande al feudo grancanario. A buen seguro que cientos de aficionados rojiblancos, de alma amarilla, teñirán la grada con sus colores. Bígamos de palabra y hecho, que se sentirán en cierta manera cómodos en sus butacas, aunque con el corazón partío y podrido de latir por una victoria más en su haber. No obstante, un empate sería el mejor bálsamo para ese dulce sufrimiento.