La Provincia - Diario de Las Palmas

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Tropezones

Cuevas de Altamira

Hace escasos meses tuve oportunidad de visitar las famosas cuevas, o mejor dicho una reproducción de las mismas. Algunos amigos que pudieron contemplar hace años las auténticas no dejan pasar la ocasión de recordármelo, con el retintín de los privilegiados. Uds. ya me entienden, como los que visitaron las torres gemelas de Nueva York, o los que consiguieron cenar en su día en El Bulli, sabedores que dichas experiencias me están vetadas para siempre.

Pues bien, yo les voy a confesar alto y claro, que no me ponen los dientes largos. En vez de medio reptar por las grutas originales, pasando incomodidades y percibiendo con dificultad los colores deficientemente iluminados de los grabados, yo he podido deambular a mi aire disfrutando de unas réplicas perfectas, con su presentación didáctica e impecable, incluso en compañía de algún amigo con el que por su mermada movilidad no hubiese podido compartir una visita a la contigua galería original.

Como he podido gozar asimismo de la experiencia con miles de interesados que en otros tiempos se hubiesen tenido que quedar fuera.

Y les diré más. Gracias a las punteras técnicas de hoy día, que permiten reproducir cualquier obra de arte sin que apenas se pueda distinguir la copia del original, esta "clonación" me parece una excelente iniciativa.

Ya sé que la vivencia de muchas de las maravillas que nos ofrece nuestra tierra van a estar siempre sometidas a la servidumbre de larguísimas colas, entre otros obstáculos.

Me hago cargo que el "síndrome de Venecia" (22 millones de visitantes anuales, con más de un "intruso" por cada veneciano en cualquier momento del año) tiene difícil arreglo. Como también soy consciente de que no se puede duplicar un Partenón o un Taj Mahal para facilitar la visita a un mayor número de turistas.

Por no hablar de las pirámides, aunque tal vez en este caso la necesidad no sea, por lo menos de momento, tan perentoria. Pero qué quieren que les diga; si han visitado Uds. algún museo de los "obligados", habrán sufrido en sus carnes el vía crucis superado para poder atisbar entre la turbamulta una esquinita de alguna obra sobresaliente, Sobre todo entre las que por su proyección mediática se han convertido en auténticos iconos.

Tomemos por ejemplo la Mona Lisa en el Louvre de París, retrato emblemático donde los haya.

A mí en este caso no me parecería una herejía "fabricar" pongamos dos réplicas de la Gioconda, exponiéndolas junto a la original, pero en tres salas distintas, para evitar claustrofóbicas aglomeraciones, y facilitar la contemplación y el estudio sosegado de las obras. Por supuesto que no desvelaría en cuál de las tres salas se encontraba la auténtica, por un lado porque el gran público sería incapaz de ver la diferencia entre ellas, y por otro porque quién es el guapo que me va a negar que fue la genuina y verdadera la que me estuve gozando.

¡Y si es preciso, pues me recorro las tres salas!

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