Existe una leyenda en la tradición china. Trata sobre un viejo que vive entre unas montañas que le dificultan la vida. Subir y bajar esos muros naturales se convierte en su peor pesadilla. Un día decide eliminarlas. Reúne a su familia y se ponen a remover tierra, cucharada a cucharada. Todos le tratan por tonto y un sabio le pregunta el porqué de una empresa imposible. El viejo responde que todo es cuestión de tiempo y esfuerzo en común. ¿Qué hubiera pasado si hubieran iniciado la tarea hace mil años? ¿Y si siguen las siguientes generaciones? Al despertar se encuentra con un intervención divina. Ya no hay montaña.

Este relato conecta directamente con la mentalidad que impera hoy en el gigante milenario, en el que no existe proyecto arquitectónica imposible y donde la naturaleza es del todo accesoria y moldeable. Si hay que cambiar el cauce de un río o inundar ciudades, se hace. La Gran Muralla, el mausoleo de los guerreros de terracota en Xian, o la Ciudad Prohibida de Pekín. Sangre y muerte, en busca de la eternidad. Todo es posible. Ahora es la megalópolis futurista de Shanghai o la Presa de las Tres Gargantas, la más grande del mundo, con el reaolojo de dos millones de personas y consecuencias medioambientales devastadores.

Behemoth o Bei xi mo shou, deLiang Zhao, es un documental eminentemente visual cuyo desarrollo bebe del descenso de Dante al infierno e indaga en ese monstruo devastador, el Behemoth, en el que se ha convertido el ser humano. Mientras la naturaleza se destruye, China avanza. Pero el hombre tóxico vive en un purgatorio gris y sucio. El formato de esta propuesta puede alejar a algún escéptico, pero en cuanto se interioriza, la fotografía y la crudeza de las imágenes no solo atrapa sino que impresiona, como si se tratara de un libro de Sebastiao Salgado en movimiento.

Explosiones al sol, claustrofobia subterránea, ganaderos expulsados, dolor en la mina, la forja de los elementos, los enfermos de neumoconiosis y los abandonados a su suerte en las puertas del hopital. Y todo esto acaba en las fauces de la gran urbe, como parte de ese fenómeno paranormal de las ciudades fantasmas que crecen en China, con una burbuja del ladrillo, cuyos efectos tendrá escala planetaria. A lo loco. La ciudad está vacía.

No hay sonrisas ni belleza bajo el sol de Sichuan. Solo rostros tintados por el carbón, el quejido del metal fundido, un convoy infinito de camiones, torsos bañados en sudor, la respiración agónica de un enfermo con los pulmones llenos de tierra, un bebé desnudo que juega en la tierra o un gran busto de buda con el que el dueño de la mina pretende lavar su mala conciencia. Así es este país milenario que mueve montañas.