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Desde mi isla

Las fallas de Valencia y los nuevos personajes de 'Arroz y tartana'

Cantan ya los gallos en Valencia ante la proximidad de la quema de las fallas. La ciudad, triste, vuelve a recuperar sus sanos latidos de siempre. La corrupción que ha golpeado, últimamente y constantemente, con los guantes trucados del PP a la ciudad de las flores, quedará enterrada para siempre en pesadas cadenas de hierro, hundidas, lejos de las viejas barracas, de la luminosa Albufera. El recuerdo de Manuela de Fora, la protagonista de Arroz y tartana, de Blasco Ibáñez, "ostentosa y manirrota", figura premonitoria de Rita Barberá (así como F. Camps lo es de Rafael), profetas de la bancarrota y la desvergüenza, no volverán a manchar con su indeseable presencia las plácidas noches de la Malvarrosa.

Olvidar, en Valencia, es fácil: basta salir a la huerta para respirar la mezcla hipnótica del olor del naranjo con el aire del mar azul del Mediterráneo. Mezcla inoxidable que mata a los abundantes demonios de la política. Basta, también, con sumarse al jolgorio del eterno rito que enlaza al fuego y el agua, purificadores anuales de los múltiples pecados humanos del cuerpo y del alma: la vanidad, la gula, la soberbia, la lujuria, la avaricia. La mascletá es la cumbre de la relación del fuego y el agua. Es un rito de imitación en el que los voladores (cohetes), con su ruido y su luz, atraen al trueno y el relámpago y con ellos al agua. Quemar es extirpar y borrar. Lavar es limpiar, las últimas cenizas, que si continuaran, permitirían resurgir, como el Ave Fénix, otra vez, la tragedia de la falta de ética.

Las Fallas son un espacio vital mágico, donde es posible recuperar la alegría y la solidaridad, cualidades de un pueblo que trabaja todo el año para asombrar al mundo con el arte de sus artesanos, junto a la amabilidad de su gente. En Valencia la familia se une con irrompibles lazos de oro y acero. (Las hermanas y primas de mi esposa, que son más que la plantilla del C.F. Valencia, se reúnen constantemente, no solo para dar la necesaria fe de vida, sino para celebrar los buenos momentos y compartir los malos). Igual que otras muchas familias valencianas

La ceremonia de las ofrendas a la Virgen de los Desamparados, Patrona de Valencia, en cuya Basílica me casé hace casi 50 años forma parte de otro rito, ya desgajado, de petición de favores a seres y fuerzas superiores: esterilidad, enfermedades, lluvias, sequías? Hoy es demostración del buen gusto cuando las mujeres se visten con sus mejores galas, largos trajes bordados de oro y esperanzas, medias y pañoletas de seda, collares y coronas de coral mediterráneo. La procesión es lenta. La mujer lleva en sus brazos ramos de flores, que pueden ser angelitos de Murillo, hasta la plaza de la Reina. Es una de las dos caras de la diosa clásica Jano, tan importante, tan exultante, como las Fallas, la otra cara.

La música, que apasiona a los valencianos, el himno del Maestro Serrano, la emoción que ahoga a los valencianos cuando oyen al Maestro Padilla ("Valencia es la tierra de las flores, de la luz y del amor"), que oí cantar personalmente a nuestro Alfredo Kraus en una bella orgía de sonidos y una explosión de genialidad. Música, voladores, pólvora, humo y locura juntos, nostalgia de un pasado glorioso, recordado con lágrimas y risas en la oportuna sátira ante las ya plantados monumentos para los que ser quemados es una obligada despedida del ayer ominoso y la esperanzadora vuelta al anteayer glorioso.

Es la Valencia del azahar y la pólvora, olores que se incrustan para siempre en la mente. Es la tierra de los pintores Macip, Ribera, Benlliure y de Sorolla, que ha sabido retener la luz mediterránea en los colores de su pintura. Es Blasco Ibáñez, aventurero sin par que exprimió en sus novelas el alma del pueblo valenciano, entre barracas, cañas y barro. Es Jaime Balmes. Son los poetas Ausias March, Brines, Siles, Marzal. Es la Valencia de los grandes edificios ancestrales, limpios de cualquier culpa, Miguelete, la gótica Lonja, Palacio Dos Aguas, Torres de Serrano y Cuarte. El Santo Cáliz, etc., que no pueden igualar los nuevos y carísimos edificios contaminados, donde ya se ha guardado la patraña de una corrupción que los ha acercado espiritualmente al mundo fantástico de Disney

Valencia, donde puedes comer un magnífico arroz con marisco en la Marcelina o una paella (arroz, verdura y pollo), con un vino de Requena, bajo el frescor de una parra, en la huerta. Valencia es la ciudad donde tuve yo la suerte de "mis amores encontrar".

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