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Cada cosa en su sitio

Un político que nunca supo serlo

Mentiría si afirmase lamentar el fin de la carrera política de José Manuel Soria. Siempre he creído que su ambición corría muchas leguas por delante de su trabajo real, el que concreta logros reales para la gente real. Si esperaba llegar a la posición idónea para cambiar fantasías por realismo, acaba de nadificar sus opciones. Veinte años en la cosa pública, con varias mayorías absolutas al servicio de su prisa, quedan reducidos a cero. Políticamente está acabado, tras sumar a la propia inanidad el peor de los servicios (y en el peor de los momentos) al dedazo que le llevó al cenit de su carrera. En la esfera local y autonómica, nada deja de valor. Si en el área estatal deja algo más que la quimera de persuadirnos de haber bajado el precio de la luz, o sus apuestas extemporáneas por las energías contaminantes, habrá que buscarlo con lupas de mil aumentos.

Aunque lo parezca, nada tengo contra él en el plano personal más allá del estupor que me causaba su hostilidad y, en general, la torpeza con que respondía a la crítica de los comunicadores. Su catálogo de persecuciones a periodistas es por completo incompatible con el más elemental respeto a la libertad de información y de opinión. Y su liderazgo en el PP de Canarias aparece cuajado de arbitrariedad por el descontrol de un reflejo despótico que ponía y quitaba, elevaba o hundía personas según sus estados de humor y su peculiar escala de valores en el plano de la lealtad o la confianza. Son de común conocimiento los resquemores que provocó entre algunos de sus correligionarios, probablemente aliviados ahora por el abrupto final de su trayectoria pública. Por fortuna, nunca llegó a la presidencia de Canarias.

Nada tengo contra su persona y mucho menos contra su familia. Pero no es un político. No supo serlo ni le bastaron veinte años para aprenderlo. El escándalo de las empresas opacas que eluden o minimizan sus obligaciones tributarias en el seno de los abusivos paraísos fiscales, no ha hecho más que nacer. Una auténtica vocación de servicio democrático debe depurar sus escarceos de beneficio insolidario suspendiéndolos, declarándolos y regularizándolos antes de administrar un solo euro público; no cuando ruge el tornado que arrastra con todo, sin tiempo ni reflejos para evitar al menos la agravante de las desmemorias, las mentiras y las rectificaciones. El señor Soria podía haber sido, en armonía con su carrera profesional, un brillante miembro de los cuerpos de élite del Estado. Nunca un político en el poder, más pagado de sí mismo que deudor de una gestión para la que fue votado y por la que le hemos retribuido.

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