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Mirando a África

Mauritania, o no te fíes de las apariencias

Mauritania es como ese vecino desgarbado del sexto, o del cuarto, con el que intercambiamos un breve saludo si nos lo tropezamos en el ascensor, pero nada más. Apenas sabemos nada de su vida, de sus compañías, de sus intereses y de sus anhelos. Y lo peor es que, a menudo, tampoco sentimos mucha curiosidad por averiguarlo. Pero resulta que un día un amigo nos habla de él, de lo brillante que puede llegar a ser, de su buen hacer profesional y de su gran corazón. Y entonces lo vemos de otra manera.

Mauritania es el vecino desgarbado y, aparentemente desprovisto de atractivo, de Canarias. Y tal vez necesitemos que un tercero nos abra los ojos para que lo veamos bajo otra luz.

Mauritania es un país en plena expansión económica, social y cultural. Lleva ocho años de estabilidad política. El presidente Abdelaziz ha logrado aprender de los errores de sus antecesores y dejado de perpetuar la dictadura y la corrupción como modo autóctono de vida. Ha ganado elecciones supervisadas por interventores internacionales y ha logrado que sus fuerzas de seguridad ya no pidan propinas en los controles de carreteras. Está destinando el dinero del país a obras públicas (carreteras, alumbrado, suministro de agua potable y una universidad gigantesca, entre otras cuantas cosas) para asombro de muchos y envidia de otros muchos más.

Es el país con mayor riqueza pesquera del mundo y las minas que posee (hierro y oro) están entre la mejores del globo. La potencialidad minera del país es incalculable. Mauritania, con solo cuatro millones de habitantes, de los cuales un treinta por ciento es moro (se llaman así, sin acento peyorativo) o negro (también) y el resto mezcla de los dos grupos, se está convirtiendo en un país de inmigración: cada día hay más senegaleses y otros vecinos limítrofes en el país. Y hay muy pocos mauritanos, por no decir ninguno, en las pateras del Mediterráneo. Y eso es por algo.

Y ese algo, que se cuece debajo de una superficie poco lustrosa, descuidada, extraña a nuestros ojos, es movimiento económico. Hay dinero en Mauritania y está circulando de mano en mano. La actividad comercial en Nuakchot y en Nuadibú es intensa y continuada. La capital está creciendo a un ritmo vertiginoso, casi irreconocible para quien haya estado ausente más de cinco años. Y esa expansión es un campo ingente de oportunidades, si se sabe amoldarse al entorno. Prácticamente cualquier actividad económica tiene su hueco en la nueva Mauritania, si se sabe aprovechar la ocasión.

Claro, no es oro todo lo que reluce. Hay que andarse con cuidado, como en cualquier otro lado, a la hora de decidirse a entrar empresarialmente en el país. Hay que tener cintura y ser flexibles (lo primero), y conectar con la idiosincrasia del mauritano (algo que se consigue con paciencia y saber estar). Si se parte de estas dos premisas, las posibilidades de actuar económicamente en el país son amplias. Ya iremos desgranándolas en futuros artículos.

De momento, quedémonos con un detalle. Ahí al lado, muy cerca, se está cociendo un desarrollo económico muy singular. Y los canarios podemos aportar mucho y beneficiarnos en el intercambio. Hay que ser listos y no quedarnos fuera. Lo tenemos todo. Solo hay que dar el paso.

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