Recuerdo una película italiana de principios de los sesenta en la que un cura párroco pronunciaba un sentido sermón unos días antes de unas elecciones locales: "La Santa Madre Iglesia, hijos míos, nunca se mete en política ni quiere hacerlo, pero, obviamente, prefiere el gobierno de un partido que sea a la vez demócrata y cristiano, demócrata porque defienda un sistemas de libertades bien entendidas y cristiano porque siga la doctrina de Nuestra Señor Jesucristo, ¿lo entendéis?... Demócrata y cristiano? Demócrata y cristiano?" Definitivamente hay gente mucho menos sutil, como ese mando de la Policía Local de Santa Cruz de Tenerife, al que en una reunión profesional con un grupo de subordinados no se le ocurrió otra cosa que advertir con las grandes amenazas que caerían sobre el país si ganaba Podemos las elecciones. Un policía de verdad no podía votar a Podemos porque incurriría en algo así como una contradicción ontológica. Está equivocado. No solo cualquier partido en el gobierno, sino cualquier régimen político necesita de cuerpos (y hasta almas) policiales a su disposición. Es más: en caso de crisis regimentales, precisamente, han sido muchísimos los profesionales policiales que han servido a gobiernos liberales para luego trabajar para gobiernos dictatoriales y a veces, incluso, viceversa, como este país conoce muy bien.

Cuentan por Santa Cruz que el citado mando, ahora sometido muy razonablemente a una investigación interna, suele soltar sus sinceras opiniones políticas con cierta frecuencia en reuniones sociales o encuentros casuales con sus compañeros, y se cuenta como una especie de agravante del comportamiento denunciado, y que por eso mismo alguien le grabó, tal vez en varias ocasiones, hasta que pudieron pillarlo en la situación antedicha. Y ya esto es mucho más incómodo. Porque el mando policial, como cualquiera, es muy dueño de expresar sus opiniones políticas en el bar donde se toma el barraquito mañanero o en una comida con amigos o paseando por un parque con un antiguo compañero de promoción. Es decir, que el mando policial, como cualquiera de nosotros, tiene derecho a la privacidad, y a gestionar su intimidad como quiera, y a opinar lo que le venga en gana en su ámbito íntimo, que no en su esfera estrictamente profesional. Uno de los signos de la degradación de la convivencia democrática -afectada por este frentismo político mezquino y cateto que pretende compartimentar la sociedad para exprimir los votos- consiste, precisamente, en que se persigue, vitupera o desprecia la opinión de cualquiera haciendo caso omiso al respeto y consideración que merece su intimidad, cuando no en la manipulación de la intimidad para mejor zaherir al perseguido. El policía ha cometido una falta -cuya gravedad fijará el expediente correspondiente- porque no respetó su puesto de trabajo, no por sus opiniones sobre ningún grupo político.