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Crónicas galantes

Gobierno minimalista

A falta de otras posibilidades, Rajoy quiere montar un gobierno bajo el principio minimalista de que menos es más y sin otro cometido que el de aprobar los presupuestos del Estado y arreglar los asuntos con la UE. Ni más, ni menos.

Si el mejor gobierno es el que menos gobierna (o el que menos se nota), la propuesta de Rajoy no puede ser más apropiada y liberal. Aunque nada tenga de nueva.

El minimalismo en su versión zen es la técnica de gobierno que este señor de Pontevedra (y de Santiago) viene practicando desde que ganó, hace cuatro años, el derecho a gobernar con una cómoda mayoría absoluta.

Ya entonces formó un gobierno de mínimas proporciones, con pocos aunque no necesariamente bien escogidos miembros. Luego multiplicó durante un par de años, cierto es, los decretos, las leyes y demás maldades destinadas a rebanarle derechos a la gente en el Boletín Oficial del Estado. Pero incluso en ese período de actividad desenfrenada se las arregló para que diese la impresión de que la que se movía era, en realidad, su vicepresidenta. Rajoy, que algo tiene del espíritu coñón de los trasgos, se las arreglaba para ofrecer la impresión de estar por encima de la melée.

Finalmente, las elecciones de diciembre del pasado año le proporcionaron al presidente la oportunidad de entrar en estado de hibernación, cosa que ha de ser el supremo estado de consciencia y abandono en ciertas ramas del budismo. Gracias al empate que lo transformó en mandamás en funciones de mandamenos, Rajoy pudo aliviar por fin su agenda y entregarse -ahora por obligación- a esa forma refinada de yoga introspectivo que los italianos llaman dolce far niente. Es decir: la dulce obligación de no hacer nada y que además te paguen por ello.

Todo lo bueno se acaba, infelizmente. Una vez terminada sin desempate la prórroga de seis meses que siguió a las elecciones de diciembre, la mejora en la puntuación de su partido obliga al presidente a buscarse la vida (es decir: el gobierno) por medio de los pactos, transacciones y tejemanejes habituales en estos casos. El primer ministro sigue en funciones, naturalmente; pero en esta ocasión le toca a él decir algo a sus opositores, que en realidad son todos.

Lógicamente, el minimalista Rajoy ha encontrado la solución a sus dificultades aritméticas para formar gobierno en la propuesta de ese Consejo de Ministros limitado en sus poderes a dos o tres asuntos sustanciales. Su tarea consistiría en aprobar los Presupuestos del Estado, evacuar los proyectos imprescindibles para la rutinaria gobernación del país: y poco más.

Aunque forzada un poco por las circunstancias, la idea no puede ser más fabulosa, en todos los sentidos de la palabra. De fábula resultaría, desde luego, que los gobiernos pudieran constituirse a partir de ahora bajo estrictos principios de minimalismo.

Podadas sus competencias hasta el mínimo, el Gobierno se limitaría a un par de reuniones al año para dar cuenta de esos pocos asuntos. Un presidente y un par de ministros -tres, a lo sumo- se bastarían para dar cuenta del recado, con el lógico ahorro de sueldos y posibles comisiones para las arcas públicas. Y mejor aún que todo eso, un Ejecutivo de mínimos dejaría de reglamentarle a sus súbditos hasta el modo más correcto de meterse en la cama. A ver si, con suerte, el plan de minigobierno de Rajoy sienta un precedente para el futuro.

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