Quizás en menos de una década el mundo agrícola de Canarias sólo se pueda vivir en museos temáticos, fincas en explotación turística con algún vestigio de cultivo mostrado como una atracción, o a través de huertos urbanos que mantienen entre sus funciones la de enseñar cómo se planta un surco. No hay más que echarse al campo de la Isla para tomar contacto con el progresivo abandono de la agricultura, y con ello la pérdida irremediable de costumbres y usos, aparte del deterioro medioambiental que sufren los terrenos por la falta de riego, caídas de los muros de piedra que sostienen las cadenas de las laderas, la aparición de plagas 'contaminantes', redes de acequias destrozadas, minas de agua sin función alguna y estanques inservibles. La conjunción de tantas adversidades apunta a la existencia de una agricultura como cuestión testimonial, como 'ultratumba' de un pasado arrasado por el dominio de trabajos más satisfactorios y como material de archivo dispuesto para investigadores. Esta reflexión me la hago tras conocer la firma de un pacto por el paisaje entre el Cabildo y Lopesan para reforestar 900 hectáreas de Venegueras, una finca virgen que consiguió ser respetada gracias a un relevante movimiento social contrario a su urbanización. Ahora, tras varias décadas vuelve a dar una vuelta de tuerca a su misión: sus propietarios refuerzan con la reforestación su carácter de 'reserva', una condición que también le viene dada por el mantenimiento de su uso agrícola con una producción destinada a los hoteles y que responde al interés del gobierno de Antonio Morales por aumentar la soberanía alimentaria de la Isla. Este ensamblaje de ideas nos lleva a ser más optimistas, a pensar que no todo pivota en torno a la depredación del territorio, que se puede pensar más allá de la ganancia inmediata. Pero por encima de estas satisfacciones está observar que uno de los bienes a sostener, más allá de una atracción de ocio, es el modo de vida en torno a la agricultura, que es a fin de cuentas un paisaje, un valor al alza. Creo que hay que inculcarlo a las familias que tienen aún un pedazo de tierra, además de a empresas y a grandes propietarios. Y a la vista está que no es una utopía.